Carlos Osoro: «Debo acoger a todos, sin excepción» - Alfa y Omega

Carlos Osoro: «Debo acoger a todos, sin excepción»

Don Carlos Osoro recibe a Alfa y Omega el domingo 31 de agosto en su casa, en Valencia, mientras empieza ya a preparar la mudanza a Madrid. Mantiene una larga conversación sobre multitud de cuestiones, pero hay un tema que emerge constantemente: el arzobispo electo quiere ser el pastor que, «por encima de todo, hace posible el encuentro». No viene a ser sólo obispo de los que ya creen

Redacción
Don Carlos, en el palacio episcopal de Valencia, tras anunciar, el pasado 28 de agosto, su elección como arzobispo de Madrid

Superado ese miedo inicial ante el nombramiento, ¿con qué sentimientos afronta esta nueva etapa?
Los sentimientos son, en primer lugar, de agradecimiento a Dios, por una vez más mostrar que se fía de mí, a pesar de los años que van pasando. Y un agradecimiento sincero al Papa Francisco, que se ha fijado en mi persona. Los miedos, claro, siempre existen al afrontar lo desconocido… Yo pensaba que mi vida terminaría aquí, en Valencia. A todo el mundo nos sobrecoge el tener que salir y afrontar nuevas cosas. Pero entonces recordé aquella expresión de san Agustín: No busques qué dar, date a ti mismo. Porque yo mismo me preguntaba: ¿Qué voy a hacer ahora, qué proyectos llevo…? Y al recordar aquella frase me vino una paz tremenda al corazón. De eso se trata, de darse a uno mismo, pero naturalmente no de cualquier manera, sino siendo imagen cada día más fiel del Señor. Ese darme a mí mismo debe significar que estoy dispuesto a que esa configuración que, por la ordenación, el Señor me ha regalado, la cultive cada día más y con más fuerza. Eso es lo que tengo que hacer en Madrid. Todo lo demás vendrá por añadidura.

Madrid es la ciudad donde se conocieron sus padres…
Es verdad. Vengo de una familia de emigrantes, tanto por parte de padre como de madre. Por parte de mi madre eran doce hijos, y excepto una, todos se marcharon a Madrid; allí pusieron sus negocios y salieron adelante gracias a la acogida que tuvieron. Por parte de mi padre, mi abuela se quedó viuda con cuatro hijos, y él fue a casa de una tía en Madrid a abrirse un porvenir. Era un joven entonces. Y conoció a mi madre en una fiesta de los montañeses (ahora se les dice cántabros). No se hicieron novios allí. Mi madre, que estaba pasando unos días con sus hermanos pequeños, volvió a Santander con mis abuelos, y mi padre vuelve a Santander a trabajar, en una compañía eléctrica. Viven en dos pueblos cercanos y coinciden en fiestas… Eso se lo he oído relatar a mi padre en muchas ocasiones. También por eso yo ahora, al ir a Madrid, siento una gracia especial del Señor, que me pide que sea pastor de toda la gente que habita en Madrid, que sea ese rostro de Nuestro Señor Jesucristo que cuida de los hombres, que se acerca a todos… Y pienso que, si a mi familia la acogieron en Madrid, yo tengo que ser un hombre, como el Buen Pastor, que acoge a todos, que es para todos, que cuida a todos sin excepción, consciente también de la responsabilidad de tener que conducir al rebaño a buenos pastos, no malos pastos, para que el ser humano crezca en todas las dimensiones de su existencia.

Dadles vosotros de comer; la desproporción de Dios, que con nuestros dos peces y cinco panes da de comer a un multitud… Ésta es una idea que ha repetido usted insistentemente en los últimos días. ¿Por qué?
Cuando el Señor les dice a los apóstoles que den de comer a aquellos cinco mil, como me dice a mí ahora que sea su rostro en Madrid, ellos le contestaron: ¡Pero si hay cinco panes y dos peces solamente, ¿cómo vamos a darles de comer nosotros?! En esa lógica matemática, tú ves la inmensa desproporción entre lo que el Señor te pide y lo que tú puedes dar. Pero nuestro Señor cogió esos pocos panes y tuvo alimento para cinco mil. Ésa es la desproporción del Señor, que es mucho más humana que nuestra lógica matemática, porque, al fin y al cabo, da de comer a los cinco mil. Pero para eso hay que fiarse de Dios, ponerse en Sus manos. Yo veo la desproporción entre lo que Él me pide y lo que yo puedo dar, pero sé que el Señor en mí ha hecho una obra grande, me ha entregado un ministerio precioso, que es entregarle a Él y mostrar Su rostro a los demás, con la seguridad de que Él me acompaña y de que va delante de mí. Yo ya sé que, por mis fuerzas, voy a poder hacer muy poco. Pero tengo la seguridad de que, si me fío del Señor, podré hacer cosas grandes. No hablo de grandes obras, sino de llegar al corazón de mucha gente, que al fin y al cabo es de lo que se trata: de cambiar los corazones de los hombres para que no sean de piedra, sino de carne, porque la carne siente, padece cuando el otro está roto, tirado, solo, enfermo, desvalido, triste, en desesperanza… Cuando se acerca el Señor a todos estos desvalimientos, les entrega algo excepcional, que es la alegría del Evangelio. Y yo creo que eso sí que lo puedo hacer con Él.

Entregar a los hombres el DNI de hijos de Dios es otra de las expresiones que ha utilizado usted…
Éste es el gran proyecto de Nuestro Señor. ¿Qué es construir la gran familia de los hijos de Dios? Hacer posible que todos los hombres sean conscientes de ese documento de identidad, el que les muestra que son hijos de Dios. Y por ser hijos, somos hermanos, y si de eso nos diéramos cuenta todos los hombres, las relaciones entre nosotros serían muy distintas. No serían relaciones de poder, no serían relaciones egoístas, no serían relaciones de a ver quién es más… Serían unas relaciones en las que lo lógico sería construir la fraternidad, y en las que todos tuvieran lo necesario para vivir con la dignidad con que Dios los ha creado. Es un tarea inmensa, pero maravillosa.

Ha anunciado que no será sólo el obispo de los que ya creen, sino el obispo de todos. En una diócesis sociológicamente tan compleja y plural como Madrid, ¿cómo se concreta esa cultura del encuentro que se plantea usted como reto construir?
Se tiene que concretar sabiendo que esa cultura del encuentro la tenemos que hacer toda la Iglesia, no sólo el arzobispo. Ahora bien, él la tiene que promover, y todos los cristianos tenemos que sumarnos a construir esa cultura del encuentro, en la que, como dice el apóstol Pablo: ya no hay judíos ni griegos ni esclavos ni libres… Ésa es la cultura que inicia Dios mismo haciéndose presente en esta tierra. Él viene a encontrarse con todos. Dios se hace hombre porque quiere encontrarse con nosotros, y los primeros con quienes se encuentra son aquellos pastores, que no eran precisamente los hombres de más prestigio en el mundo judío. Y se encuentra con los magos de Oriente que vinieron a adorarlo, y que, en vez de regresar a casa por el camino de la muerte, escogieron otro camino de vuelta distinto, que es el camino de la vida, de la esperanza…

No es fácil. Esta cultura, que no hace acepción de personas, es la que nos enseña el Señor. No se hace por imposición, no se hace por proselitismo, se hace por atracción. Atracción significa que, cuando nosotros vivimos de una manera, los que están a nuestro alrededor empiezan a hacerse preguntas. Es verdad que siempre habrá quien diga, como decían del Señor: ¡Pero si éste es el hijo del carpintero! Eso también sucederá, porque no es fácil atravesar el camino de esta vida haciendo esta cultura. Siempre está el mal intentando que esta cultura se rompa. Pero es mucho más fuerte y más grande la fuerza de Dios que la fuerza de los hombres. Y en ese sentido tenemos que empeñarnos en hacer esa cultura, que es la que el Señor hace.

¿Fray ejemplo?
Lo repito muchas veces, porque es una página del Evangelio que me impresiona mucho: cuando los discípulos de Emaús van por el camino, en la desesperanza, frustrados porque el Señor ha muerto, y el Señor resucitado se encuentra con ellos, yo siempre me pregunto qué es lo que sentirían ante Él para decirle: «Quédate con nosotros, porque atardece». Yo siempre veo en ese atardecer que ellos estaban en la desesperanza. Con el Señor aparece la luz, la esperanza. No le reconocieron, pero les produjo atracción. ¿No será esto lo que tenemos que hacer los cristianos en estos momentos? ¿Salir al mundo y, en vez de estar machacando no sé cuántas cosas, provocar una atracción así? Repito: es cierto que habrá gente que no lo entienda, que diga lo que dijeron de Jesús: ¡Cómo puede éste perdonar los pecados! Lo dirán. Pero tiene más fuerza el Señor que los hombres.

Debemos esforzarnos en construir una cultura del encuentro, que es una cultura del diálogo, de puertas abiertas, de mirar al otro como hermano y no como enemigo, de provocar en él esa atracción que siempre produce la vida de Dios, ¡siempre!, y de esto debemos estar seguros, ¡siempre! San Pedro Poveda, al cual tengo una devoción singular y especial, porque en mi vida personal ha supuesto muchísimo (y en Madrid yo querría pronto ir a rezar ante sus restos), dice que los hombres y las mujeres de Dios no se distinguen por su sabiduría humana ni por sus prestigios y títulos. No. El hombre y la mujer de Dios se distinguen porque son capaces de provocar en todos los que se encuentran en el camino de su vida lo que el Señor provocó en los discípulos de Emaús, una atracción tal que le dijeron: ¡Quédate con nosotros! Eso me gustaría hacerlo. Yo sé que no es fácil. Pero me pongo en manos del Señor y de la Virgen para lograrlo.

La Iglesia ante el debate político

Monseñor Osoro bendice a madres embarazadas, en la celebración en defensa de la vida, en la catedral: 24 de marzo de 2012

La sede de Madrid tiene unas connotaciones políticas evidentes. ¿Cómo cree que debe intervenir la Iglesia ante debates como el aborto, la defensa de la familia, la unidad de España…? ¿Y cómo conciliar esa cultura del encuentro con la defensa de los principios no negociables?
La Iglesia no puede salir como un partido más, con sus mismos métodos ni posiciones, sino tiene que salir como lo que es, como ese pueblo que el Señor ha hecho para anunciar la noticia excepcional y extraordinaria del Evangelio, la alegría de haber encontrado el Camino, la Verdad y la Vida… La Iglesia tiene que salir, no viendo permanentemente enemigos por todos los sitios, sino imágenes de Dios, que a veces se resistirán más o menos a asumirlo, pero que al fin y al cabo son hermanos, y a un hermano no se le trata de cualquier manera: se le trata con cariño, con amor, con cercanía; con pasión también por que descubra la verdad, sin querer imponerle nada, sino imitando al Señor, que daba la mano para que pudiéramos ver lo que Él veía. Naturalmente que hay cuestiones importantes, pero no podemos hacer de ellas cuestiones de lucha política o ideológica. Son temas que deberían interesar a todos. Y la Iglesia tiene que hacer posible que interesen a todos.

¿Construir una cultura del encuentro significa eliminar la cultura de la muerte? Naturalmente. ¡La muerte no nos hace encontrarnos! Dios nos da la vida para que nos encontremos los unos con los otros, y necesitamos siempre dos laderas para tener esa vida, que son padre y madre, y en ese sentido es normal que la Iglesia diga con toda claridad a los hombres que la familia es un bien excepcional y único. Siempre digo que, en mi familia, yo he aprendido las cosas más importantes: saber amar, perdonar, servir, relacionarme, encontrarme con los otros, sentarme a la misma mesa…

Estos días le estoy diciendo a mucha gente que me escribe: «Rezad por mí para que acoja —porque el Señor la da, el problema es mío— la sabiduría que viene del Señor, y yo sea el pastor que necesita en estos momentos Madrid». Ese pastor que vive esa sabiduría, y que por encima de todo hace posible el encuentro. En ese encuentro no quiere decir que se prescinda de principios que son esenciales y fundamentales. Lo esencial es esencial siempre. Y la vida es esencial, y la familia es esencial, y el respeto a la dignidad de la persona humana es esencial. Y cuando en una sociedad no se posibilita que todo el mundo tenga la dignidad que tiene que tener, pues no podemos estar a gusto nadie. Que los más pobres estén en primer lugar, porque son en los que menos se está fijando la dignidad de la persona, y habrá que luchar todos juntos para que alcancen la dignidad que deben tener.

Yo no querría hacer polémicas de salón. Ésas sobran, ahí no se construye nada. Hagamos polémicas, si es que hay que hacerlas (que no necesariamente hay que hacerlas), en aquello que es merecedor y porque está en cuestión la vida de la persona y la vida de una sociedad y la vida futura. Naturalmente, suscribo todo lo que ha dicho la Conferencia Episcopal; yo soy y he sido parte de la Conferencia y me sumo a todo lo que ha dicho. Pero en estos momentos creo que es fundamental salir al encuentro de los hombres, de todos, aun sabiendo que vamos a encontrar a gente que no participe para nada de lo que nosotros digamos. Y todo lo demás vendrá por añadidura, seguro. Pero que no empiece yo a separarme por no ir a encontrarme.

La conversión pastoral, tarea de todos

El reto no es sólo para el arzobispo de Madrid; también los laicos de a pie se encuentran a diario con personas alejadas, incluso hostiles hacia el catolicismo, que permanentemente tratan de levantar un muro ideológico a partir de cuestiones consideradas hoy controvertidas. ¿Cree que estamos preparados para derribar esos muros?
Mientras no estemos preparados, como lo estuvieron los primeros cristianos, para que el amor al Señor nos empuje realmente a amar a todos, no anunciaremos a Jesucristo, estaremos en otro sitio. Ésta es una actitud que supone una conversión, también pastoral, que es esa conversión pastoral de la que habla el Papa en la Evangelii gaudium, porque la pastoral no solamente la hace el sacerdote, sino que la hacemos toda la Iglesia. Por supuesto que hay que afrontar los problemas de frente, sin esconder ninguno, como de frente entró el Señor a los problemas con aquella samaritana que encontró en el pozo. Y en aquella conversación, un diálogo pastoral precioso, al final es ella misma la que dice cómo es su vida y sale corriendo a anunciar que ha encontrado al Mesías. Y en el diálogo pastoral que tiene con Zaqueo, cuando Jesús le dice: Baja aquí, que quiero entrar en tu casa, es una maravilla ver cómo el mismo Zaqueo, después de salir el Señor a su encuentro, cambia el corazón: Devolveré todo lo que he robado. Ahí sucede algo que ya quisiera yo poder provocar con esa fuerza del Señor, porque eso es lo que va a cambiar este mundo. Sólo los santos cambian el mundo con la sabiduría, la gracia y el amor de Nuestro Señor. Hoy hay hambre de Dios. Siempre la ha habido, pero en momentos como el actual, de cambio de época histórica, son especialmente necesarios los santos, hombres y mujeres con la sabiduría de Dios. Como los que tuvimos en la España del Siglo de Oro, que fue otro momento de profundos cambios.

¿Cómo ve el papel de los medios de comunicación eclesiales en la construcción de esta cultura del encuentro?

Son esenciales. No hablo sólo teóricamente. La prueba es lo que he hecho aquí en Valencia en cuanto a medios de comunicación social. Tenemos la revista Paraula, la agencia de noticias AVAN…, de modo que las noticias aquí no nos las dan, las damos nosotros… Desconozco ahora mismo la situación en Madrid, pero sí me parece que este aspecto es esencial. No hablo sólo de los medios de comunicación propios, sino también del contacto con otros medios, que es necesario para dar a conocer a Jesucristo.

Anoche cené con representantes de la comunidad china católica de Valencia, con los cuales he tenido mucha relación. Y es precioso ver cómo están haciendo para que se comunique la fe entre ellos y en su país, con gran pobreza de medios, pero con la riqueza de una comunicación desde el tú a tú y con un amor impresionante que resalta lo que significa este Dios. Pero al mismo tiempo, uno ve la necesidad de estos medios, que ojalá también ellos pudiesen utilizar.

El arzobispo de Valencia, tras una recentísima celebración con la comunidad católica china de la archidiócesis: 24/08/2014. Foto: AVAN

Una de sus grandes preocupaciones y prioridades han sido siempre los jóvenes. Éste es quizá uno de los puntos de más clara continuidad entre el cardenal Rouco y usted…
Desde que yo conozco a don Antonio, ha tenido siempre una preocupación grande por los jóvenes, ¡la tuvo con nosotros cuando éramos alumnos, y la sigue teniendo ahora, se ve! Para mí, son muy importantes. Desde que soy sacerdote, me dediqué a los jóvenes; siendo obispo comencé a tener esos encuentros mensuales con los jóvenes, y ya los he convocado en Madrid. No sé dónde, pero intentaré que sea en el mejor sitio posible. Veremos qué pasa. Es algo muy sencillo. Se trata de estar con el Señor, realmente presente en el Misterio de la Eucaristía, y yo les doy una catequesis sobre un texto de la Palabra de Dios.

«Nadie sobra en la Iglesia»

En un momento de relevo generacional en el episcopado español, los nombramientos en Valencia y Madrid son de enorme importancia, y lo quiera o no, le sitúan a usted como figura de referencia en la Iglesia en España. ¿Cómo afronta este reto, después de haber tenido, además, dos encuentros con el Papa Francisco en los últimos meses?
Yo lo afronto desde lo que soy. Sé que no voy a hacer nada especial, no tengo grandes cualidades, soy muy normalito… Pero lo que sí querría es que la Iglesia se presentase en medio de los hombres como esa historia de amor que el Señor va escribiendo, y que ella hace perceptible, visible… Lo hace admirablemente, de tal manera que interpela, interroga, un amor que es noticia para todos, que es noticia importante. Una Iglesia que deja la mundanidad y se mete de verdad en las cosas que vienen del Señor. Una Iglesia que intenta acercar a lo que Dios piensa, quiere y desea, y que está en el deseo más profundo de la existencia del ser humano. Una Iglesia que no deja que roben el documento de identidad de hijo de Dios a ningún ser humano, sino que lo alimenta, lo alienta, lo promueve, se conmueve ante todo ser humano. Una Iglesia que sabe, además, que en esa obra fecunda que tiene que realizar está la Cruz, pero también la Resurrección. Que sabe que, si es fiel al Señor, aunque haya cruz, habrá resurrección. Una Iglesia que no deja que se maquille el rostro de Jesucristo, ni trata de hacerse un rostro de Cristo a su manera y a su estilo. Una Iglesia en la que todos marchamos juntos y en la que somos distintos, es verdad, y tenemos sensibilidades distintas, pero en la que todos somos necesarios. Una Iglesia en la que nadie sobra, en la que no nos situamos en éstos son mis amigos, éstos son mis enemigos. No hay amigos ni enemigos, hay hermanos. Una Iglesia que no es una ONG, ni puede equipararse a una ideología, porque desde la ideología no se entiende la Iglesia de Jesucristo. Una Iglesia que está formada por hombres y mujeres que han tenido y siguen teniendo un encuentro tan grande con el Señor que, cuando salen a la calle, dicen: He visto al Señor… Una Iglesia que sabe que no crece por proselitismo, sino por atracción. Eso es lo que yo sueño.

El arzobispo electo de Madrid habla sobre Alfa y Omega:

«Alfa y Omega es un periódico que llega a mucha gente y que, ciertamente, hace presente ese calor que, en nombre de Cristo, la Iglesia tiene que dar a los hombres, ese calor que no llega de cualquier estufa ni de cualquier calefacción, sino de un compromiso sincero por que Jesucristo esté presente en la vida y en el corazón de los hombres. Por otra parte, creo que es un periódico que da esperanza, no nos lleva al pesimismo o al desánimo, sino todo lo contrario. Cuando lo lees, transmite esperanza. Da esperanza y da salidas, horizontes. Y, sobre todo, es un periódico que hace posible que los sueños que Dios tiene para el hombre se acerquen a cada hombre que coge en sus manos Alfa y Omega».

Racinguista de corazón… y compositor de música juvenil

¿Por qué se hizo usted cura?
De niño sentí una llamada especial y singular del Señor. Yo vivía en mi pueblo, Castañeda, y pasaron por allí unos misioneros redentoristas. Y en la Iglesia, uno preguntó: «¿Quién quiere ser sacerdote?» Yo tendría 5 años y levanté la mano… Esa llamada siempre estuvo ahí. Después nos fuimos a vivir a Santander, por los estudios nuestros. Y en unos Ejercicios espirituales que hice en Pedreña al terminar el Bachillerato, recuerdo, arrodillado en mi habitación, en el reclinatorio frente al crucifijo, que el Señor me pedía, que resurgía en mí el deseo de ser sacerdote. Me pongo a estudiar después, y cuando termino, dando clases en el Colegio de La Salle, de Santander, en los primeros días de clase, al mirar a todos los alumnos que tengo allí, le digo: Bueno, Señor, esto es importante, pero yo siento que Tú me pides algo más. Aquel día, al terminar las clases, me marché a la iglesia de los jesuitas de Santander, donde estaba mi director espiritual, que ya murió, con el que yo me confesaba, y allí tomé la decisión de irme al Seminario. Entonces era obispo mío don Vicente Puchol, que había sido fundador del Colegio Mayor del Salvador en Salamanca, para vocaciones adultas. No es que yo fuese muy mayor, pero entonces entraban en el Seminario sobre todo chicos del Seminario Menor. Él me indicó que hablase con el Rector que en ese momento se encontraba en Madrid. En la calle Goya fui a ver a don Ignacio de Zulueta, el Rector, que había sido preceptor del rey Juan Carlos. Desde un principio me dijo: «Prepara las cosas, que te vienes al Seminario». ¡No sé si es que vio que yo era un pobre hombre, o que merecía la pena acogerme, pero así entré en el seminario!

Ésa es mi vida, por eso yo creo muchísimo en las vocaciones tempranas, los Seminarios Menores han sido para mí algo esencial y los he abierto en las diócesis donde no los había, donde no había Seminarios, e invito a los padres que lleven a sus hijos, porque nuestro Señor no tiene tiempos. Hoy me he llevado una alegría tremenda porque me ha llamado un señor de Madrid al que conocí en Orense -no digo quién- para decirme que su hijo entrará en el Seminario de Madrid.

¿A qué santos se encomienda usted, aparte de a san Pedro Poveda y san Agustín?
¡Yo tengo que encomendarme a san Isidro Labrador y a santa María de la Cabeza [Patronos de Madrid], por lo menos! No me cuesta nada, porque mis abuelos maternos eran labradores en Santander. Tenían vacas, cultivos, y san Isidro era un compañero de casa. Y me encomiendo a la Santísima Virgen María, que siempre me ha acompañado a lo largo de mi vida. He sentido siempre su cercanía, su maternidad, me ha alentado siempre y he tenido momentos de dificultad en los que he visto clarísimamente la mano de la Santísima Virgen María, que me la ha dado para acercarme más a su Hijo.

¿Cómo es el contacto que mantiene con su familia?
Muy bueno. Mis padres ya no viven. Pero somos tres hermanos. Ellos están en Santander, uno de ellos es profesor en la universidad, el otro tenía un negocio y ya está jubilado, y nos vemos mucho. Prácticamente nos llamamos por turnos todos los días. El más informal soy yo…

¿Cuál es el último libro que ha leído?
El último, que he terminado anoche, es el del señor cardenal [Rouco Varela: el cardenal de la Libertad, de José Francisco Serrano].

¿Qué música le gusta?
Fundamentalmente, la música clásica; la escucho bastante, para estudiar o, a veces, alguna tarde, me dedico a tocar el piano algún rato; y cuando estoy muy cansado me pongo a componer alguna canción. Durante todos estos años, todos los meses, he compuesto una canción muy sencilla, que los chicos pueden aprender en un momento. Hay un disco [Seréis mi testigos, publicado en 2011 a beneficio de los jóvenes de Haití]. Todos los meses he compuesto alguna canción repetitiva para utilizarla en la oración en las Vigilias con los jóvenes.

¿Real Madrid o Atleti?
Como voy cambiando de sitio en sitio, tengo que ir adaptándome al lugar… En Orense no había problemas; en Asturias, bastantes más [Oviedo y Sporting de Gijón]; en Valencia he ido a los dos campos [del Valencia y del Levante]; y en Madrid sé que el tema es delicado… De corazón, soy del Rácing de Santander, pero tengo amigos tanto del Madrid como del Atleti.