Joseba Segura: «Debemos contribuir a la reconciliación en el País Vasco» - Alfa y Omega

Joseba Segura: «Debemos contribuir a la reconciliación en el País Vasco»

El nuevo obispo auxiliar de Bilbao colaboró con monseñor Juan María Uriarte en la mediación con ETA durante las conversaciones de 1998

Ricardo Benjumea
El obispo auxiliar electo de Bilbao, Joseba Segura. Foto: Diócesis de Bilbao

«Ahora ya sé que el mundo es mucho más grande que Europa». E incluso que Bilbao, bromea Joseba Segura quien, tras 15 años en América Latina, recibirá este sábado la ordenación episcopal en la catedral de Santiago.

Mario Iceta se lo trajo de Ecuador en 2017 y a los pocos meses lo nombró vicario general. Su obispo solo le conocía de oídas, pero debía de tener buenas referencias de su antiguo trabajo al frente de la Pastoral Social y de Cáritas diocesana. «En los últimos meses sí hemos tenido la oportunidad de hablar de muchas cosas y he podido comprobar que, en aspectos críticos, compartimos un diagnóstico común de los desafíos que nuestra Iglesia debe confrontar», dice Segura Etxezarraga.

El nuevo auxiliar de Bilbao es un hombre muy próximo a Juan María Uriarte, emérito de San Sebastián, que anteriormente fue auxiliar de Bilbao. «Cuando yo tenía 17 años me convenció para que entrara en el seminario, cosa que no pensaba hacer», cuenta.

Cuando el Gobierno Aznar pidió al prelado que mediara con ETA, en el contexto de la tregua de 1998, Uriarte echó mano de su pupilo, ya entonces licenciado en Teología y Psicología en Deusto, máster en Economía en el Boston College y experto en conflictos, con una tesis doctoral sobre la Guerra imposible: ética cristiana entre guerra justa y no violencia.

La negociación fracasó. «Pronto se comprobó que el intento no iba a tener recorrido porque ETA buscaba concesiones políticas que no podían ser asumidas. Y allí acabó la mediación eclesial, sin que posteriormente fuera requerida ni buscada de nuevo por nuestra parte».

«Los fieles piden a los responsables eclesiales más capacidad de escucha»

Joseba Segura (Bilbao, 1958) ha confesado que jamás hubiera imaginado su nombramiento episcopal. De marcado carácter pastoral y social, su perfil encaja como anillo al dedo, sin embargo, con las líneas maestras que Francisco está marcando a la Iglesia. «No me atrevo a interpretar al Papa», responde sobre ello. «El pontificado de Francisco tiene identidad propia y supongo que, en los nuevos nombramientos, quiera reflejar su modo de entender la tarea evangelizadora y la relación de la Iglesia con el mundo: capacidad de diálogo y cercanía con la gente, sensibilidad por los temas sociales…». «Hay que hacer eso», añade, sin descuidar «elementos críticos de nuestra identidad cristiana y católica».

Segura está convencido de que «los nuevos tiempos piden de nosotros cambios de actitud», renunciando tanto a la «autosatisfacción» como al «victimismo». El problema no es solo que «el prestigio social de la Iglesia está bajo fuerte presión externa. También internamente muchos creyentes piden a los responsables eclesiales más capacidad de escucha y un mayor esfuerzo para evangelizar, no tanto con argumentos, cuanto por la fuerza de testimonios auténticos». Todo esto lo aplica especialmente a los jóvenes, con quienes –afirma– «todavía andamos bastante despistados».

Es una situación, la de Europa, bien distinta a la que el auxiliar de Bilbao dejó atrás en Ecuador, donde comprobó que «la fe es esencial en la vida cotidiana de la mayoría de las personas de este mundo». De Latinoamérica, le llamó la atención «la naturalidad con que se sienten acompañados por Diosito, la fuerza que sacan de la intercesión de la Virgen… En definitiva, la fortaleza de una religiosidad popular que aquí se ha debilitado mucho».

Aquel bagaje le capacita a Joseba Segura para terminar de afianzar la paz en el País Vasco. «Como obispo, desde una clave de fe y con total independencia partidista, debo animar a la comunidad cristina a hacer nuestra contribución a esa reconciliación pendiente». «Se me ocurren –añade– dos claves que deben inspirarnos: una, evitar respaldar posiciones de parte que alimenten la división en la sociedad vasca; y segundo, la reconciliación verdadera tampoco avanzará sobre el olvido de todo el sufrimiento generado por una violencia difícil de explicar, no solo incomprensible desde el punto de vista ético, sino incluso desde una lectura de pura eficacia política».

La formación de Segura le ayuda también a responder desde la doctrina social a diversos desafíos actuales. Si su tesis partía, en el contexto de la guerra fría, de «la imposibilidad moral de justificar el uso de armas nucleares» que desencadenarían «una tragedia humana de proporciones inimaginables», la realidad es que hoy la carrera armamentística entre las grandes potencias ha vuelto. «Absurdo, pero ahí estamos de nuevo».

Hoy además el planeta se enfrenta a nuevos «escenarios imposibles» que guardan analogías con el Armagedón nuclear «Uno, el de una depredación sostenida de los recursos naturales que puede alterar irreversiblemente el equilibrio ecológico, generando tensiones de supervivencia que afecten a miles de millones de seres humanos con escasa capacidad de adaptación. Otro, el de un conflicto de identidades que, a nivel global», incluidos los debates sobra la migración, que «es un tema estrella». «Ahí –afirma– la Iglesia tiene que realizar un papel de mediación y diálogo social muy importante».

Entrevista completa a Joseba Segura

«Los nuevos tiempos piden cambios de actitud a la Iglesia»

Ha dicho usted que el nombramiento episcopal le ha pillado «un poco por sorpresa». Este Papa ha sorprendido con varios nombramientos episcopales que hasta hace poco se ajustaban poco al perfil clásico. ¿Qué mensaje cree que lanza Francisco con ellos a la Iglesia?
No me atrevo a interpretar al Papa, entre otras cosas porque no tengo información suficiente acerca del perfil de las personas que están ahora recibiendo la encomienda episcopal. En todo caso, el pontificado de Francisco tiene identidad propia y supongo que, en los nuevos nombramientos, querrá reflejar también algo de su modo de entender la tarea evangelizadora y la relación de la Iglesia con el mundo: capacidad de diálogo y cercanía con la gente, sensibilidad por los temas sociales, preocupación por los grandes desafíos de dimensión global (ecología, migraciones, desigualdad…). Hay que hacer eso cuidando, al mismo tiempo, elementos críticos de nuestra identidad cristiana y católica.

¿Qué ha podido hablar usted hasta ahora con su obispo, Mario Iceta?
Nuestra relación comenzó en base a referencias de terceros, más que a un contacto directo, porque yo estaba en Ecuador cuando don Mario llegó a Bilbao como obispo auxiliar [de Ricardo Blázquez]. Pero en los últimos meses sí hemos tenido la oportunidad de hablar de muchas cosas y he podido comprobar que, en aspectos críticos, compartimos un diagnóstico común de los desafíos que nuestra Iglesia debe confrontar. En todo caso, el es obispo de Bilbao y yo intentaré colaborar con la diócesis como lo que soy: su auxiliar.

Desde sus tiempos del seminario, es usted una persona muy cercana a Juan María Uriarte [emérito de San Sebastián y, previamente, auxiliar de Bilbao]. ¿Qué aprendió de él? ¿Qué consejos le ha dado tras su nombramiento?
Don Juan María sabe que la situación social está cambiando rápidamente y que ahora los retos son distintos a los que él tuvo que afrontar como obispo. No es su estilo dar consejos. He aprendido mucho de él porque, entre otras cosas, cuando yo tenía 17 años, me convenció para que entrara en el seminario, cosa que no pensaba hacer. Los que le conocemos sabemos de su inteligencia, de su capacidad de trabajo y de escucha. Y, sobre todo, de su profunda vida espiritual, que se refleja en tiempos amplios de oración diaria. Estos rasgos suyos sí me inspiran, porque creo que constituyen valores muy importantes en un sacerdote y en un obispo. En detalles concretos somos personas diferentes, formadas en contextos y momentos bastante distintos.

Colaboró con él en la mediación con ETA. ¿Cómo vivió aquellos años?
Aquella mediación se realizó respondiendo a una solicitud del gobierno de España en el contexto de una tregua de ETA en el año 98. Pronto se comprobó que el intento no iba a tener recorrido porque ETA buscaba concesiones políticas que no podían ser asumidas. Y allí acabó aquel intento y la mediación eclesial, sin que posteriormente fuera requerida, ni buscada de nuevo por nuestra parte.

Como obispo, ¿cómo cree que puede aportar usted a la reconciliación definitiva en el País Vasco?
Ahora, como obispo, desde una clave de fe y con una total independencia partidista, debo animar a la comunidad cristiana a hacer nuestra contribución a esa reconciliación pendiente. Se me ocurren a bote pronto dos claves que deben inspirarnos: una, hemos de evitar respaldar posiciones de parte que alimenten la división en la sociedad vasca. Y segundo, la reconciliación verdadera tampoco avanzará sobre el olvido de todo el sufrimiento generado por una violencia difícil de explicar, no solo incomprensible desde el punto de vista ético, sino incluso desde una lectura de pura eficacia política.

Su tesis doctoral giró sobre la paz y el desarme en plena época de la «guerra fría». ¿Qué le puede aportar la formación en temas como la no violencia para el momento actual?
Me gustaría poder decir que la guerra fría está definitivamente superada, pero justamente en los últimos meses asistimos a un crecimiento de la tensión entre EE. UU. y Rusia, y a la reanudación de la carrera de misiles y armamentos. Absurdo, pero ahí estamos de nuevo. Cierto que ahora son otros los asuntos que generan mayor interés global.  El título de mi tesis fue sobre la Guerra imposible: ética cristiana entre guerra justa y no violencia , aludiendo a la imposibilidad moral de justificar el uso primero de armas nucleares en un conflicto que fácilmente podría resultar en una tragedia humana de proporciones inimaginables. Ahora también nos enfrentamos a otros escenarios imposibles. Uno, el de una depredación sostenida de los recursos naturales que puede alterar irreversiblemente el equilibrio ecológico, generando tensiones de supervivencia que afecten a miles de millones de seres humanos con escasa capacidad de adaptación. Otro, el de un conflicto de identidades que, a nivel global, haga imposible avanzar e incluso implique fuertes retrocesos en el espíritu de fraternidad universal al que nos llama el Evangelio. La migración es un tema estrella cuya centralidad en los debates políticos en Europa y EE. UU. no va a desaparecer tan fácilmente. Ahí la Iglesia tiene que realizar un papel de mediación y diálogo social muy importante.

Pasó usted 12 años en Latinoamérica. ¿Qué le aportó esa experiencia?
Muchas cosas, pero, sobre todo me ayudó a hacerme cargo de la dimensión universal de la Iglesia, de su enorme riqueza de experiencias en contextos muy distintos, del heroísmo y desprendimiento de muchos misioneros en difíciles circunstancias. Específicamente, y esto me ha marcado, me di cuenta de que la fe es esencial en la vida cotidiana de la mayoría de las personas de este mundo. Esa fe sencilla y poderosa de tantas mujeres y hombres latinoamericanos, la naturalidad con la que se sienten acompañados por Diosito, la fuerza que sacan de la intercesión a la Virgen, en definitiva, la fortaleza de una religiosidad popular que aquí se ha debilitado mucho, pero que está muy viva en otros continentes… En una frase, ahora sé por experiencia propia que el mundo es mucho más grande que Bilbao y que Europa.

Ha dicho usted que «la situación de la Iglesia no es fácil», ya que debe resituarse en un contexto social muy distinto al de hace unas décadas. ¿Cómo?
Los nuevos tiempos piden algunos cambios de actitud. No solo porque el prestigio social de la Iglesia está bajo fuerte presión externa. También internamente muchos creyentes solicitan de los responsables eclesiales más capacidad de escucha y un mayor esfuerzo para evangelizar, no tanto con argumentos, cuanto por la fuerza de testimonios auténticos. La Palabra de Dios nos pide vivir en un proceso de conversión permanente. Las llamadas a la renovación llegan desde dentro y también desde contextos seculares. No es bueno instalarnos en la autosatisfacción o en el victimismo. Podemos y debemos crecer en una espiritualidad que se refleje en un modo distinto de estar con las personas y situarnos en este mundo cada vez más complejo y fragmentado.

¿Y con respecto a los jóvenes, tema de la última exhortación del Papa?
En este aspecto, todavía andamos bastante despistados… [En el momento de la entrevista, aún no había sido publicada la exhortación Christus vivit].