«¡De rodillas!», y empezó a ser feliz - Alfa y Omega

«¡De rodillas!», y empezó a ser feliz

Javier Alonso Sandoica

Es que no podía haber sido de otra manera; con palabras muy templadas hubiera vuelto a su vida de holganza. Carlos de Foucauld era un majadero destartalado a quien no le importaba reírse en las narices de sus superiores militares. Le gustaba la aventura por su intrínseco placer, era un devorador de sí mismo, un carroñero ávido de libros, mujeres y fiestas. Pero cambió. Dejó pasar a Dios y empezó a vivir. El padre Huvelin, un director espiritual de fama a finales del XIX y párroco de la iglesia de San Agustín, de París, le puso un día de rodillas delante de un sagrario. A los pies de ese sagrario nació el Beato Carlos de Foucauld.

El sacerdote y novelista Pablo D’Ors acaba de publicar una biografía imprescindible sobre el religioso francés, titulada El olvido de sí, editada en Pre-Textos. Espero que, al punto de terminar esta brevísima crítica, el lector se apure a llevarse a casa un ejemplar, porque, además del itinerario vital del biografiado, tenemos un vademécum para el viajero espiritual que quiere saber dónde y cómo habla Dios. La biografía está contada en primera persona, y comienza sin anestesia:

«Cuando alguien me pregunta qué debe hacer para encontrarse con Dios, mi respuesta es siempre la misma: ora y ayuna. Si ha orado y ayunado, no hay hombre o mujer en el mundo a quien Dios no se le revele; y reto a cualquiera que realmente lo haya hecho a que diga lo contrario».

Lo más hermoso de estas páginas es asistir al proceso de cómo un joven vividor es conducido por Dios hasta la pobreza absoluta de vivir de la Eucaristía, siendo al tiempo un maestro de la compasión. Para que avanzara en él la virtud y se retirara el vicio, Dios lo condujo sin desalojarle de sus cualidades. Era un explorador, y Dios se lo llevó a explorar su propia Naturaleza; era un aventurero, y Dios lo metió en la aventura de tratarlo a Él, sin apoyaturas. Así lo deja escrito:

«La idea de la aventura está detrás de esa otra gran aventura —la interior— que emprendería años después y para la que ésta, sin saberlo, preparaba mi corazón. No se puede aspirar a la santidad sin el temple del aventurero. ¿Quién puede soñar con ir lejos en los caminos del espíritu, si antes no ha soñado con ir lejos en los del mundo?».

Hay tanta modernidad en las maneras de Carlos de Foucauld y se dejó hacer tanto por Dios, que resulta apasionante irse enterando de cómo Dios le fue haciendo suyo.