De la experiencia de la JMJ, a la reflexión de la Misión Madrid - Alfa y Omega

De la experiencia de la JMJ, a la reflexión de la Misión Madrid

La JMJ fue un torrente de experiencias vividas que cambiaron la vida de sus protagonistas. En un video que se estrenará el sábado, en la Jornada Joven de Nueva Evangelización, algunos de los voluntarios que participaron describen cómo, durante esos días, se plantó una semilla cuya siembra toca ahora ser recogida. Eso es, precisamente, lo que se propone la Misión Madrid. El sábado, se revivirán muchas emociones de la JMJ, pero también habrá espacio para la oración y la reflexión. Don Javier Prades, Rector de la Universidad Eclesiástica San Dámaso, tendrá a su cargo la ponencia central de la Jornada Joven, que ayudará a que todas esas experiencias encuentren un terreno propicio y den fruto abundante

Redacción
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Fuente inagotable de oportunidades para vivir el Evangelio. Por Cristina Sánchez

Teresita —así la llamaban los dos frailes norteamericanos a los que acogió en su casa esta mujer madrileña, durante la Jornada Mundial de la Juventud— se comunicaba con su «familia adoptiva durante unos días», a través de gestos y de un cartel en el cuello en el que ponía su nombre, «para que supieran que me llamaba Teresa». Hasta compró té para darles de desayunar algo que les gustara, «¡y luego me pidieron café español!», recuerda, divertida. «Yo quería aportar algo a la jornada, podía hacerlo: ¡hasta he barrido aceras, escaleras y la calle! Y lo más importante: los conocí a ellos, y aunque perdamos la comunicación —me escribieron por Navidad para felicitarme— lo que no se perderán nunca es en el olvido», afirma, convencida. Teresita es una de las voluntarias que cuenta la experiencia vivida, durante los días de la JMJ, en el video que Barran Producciones y la Fundación Crónica Blanca han realizado para la Delegación de Juventud del Arzobispado de Madrid y que se proyectará, por vez primera, este sábado, 12 de mayo, en la Jornada Joven de Nueva Evangelización, en el Palacio de Congresos de Madrid, en el parque Juan Carlos I.

El video está formado por testimonios de decenas de voluntarios de todas las edades, jóvenes de todas las zonas de Madrid, sacerdotes, religiosas, estudiantes y trabajadores de la Jornada Mundial de la Juventud que se suceden en torno a siete capítulos, con un hilo común: los mensajes lanzados por Benedicto XVI a los jóvenes durante su estancia en Madrid. Casi 32 minutos de imágenes transportan a los días de la JMJ, con toda su intensidad, color, mensaje, alegría y futuro —también una verdadera cascada de luz, esta vez audiovisual—.

«A mí me acogieron en otras Jornadas Mundiales de la Juventud, ahora me toca a mi devolverles la hospitalidad» —cuenta un joven voluntario de una parroquia—; «enseñamos la ciudad de Madrid y su rico patrimonio a personas de pueblos lejanos que no habían visto algo así antes», explica una de las chicas que guiaba en las rutas turísticas; «no podía entender que vinieran 30 personas en tren y no estar allí por si necesitaban algo», cuenta otra de las voluntarias que informaba en las estaciones de tren y metro.

Todos ellos participan en el primero de los capítulos, el dedicado a la acogida —«Muchas gracias por la espléndida acogida que me habéis dispensado al entrar en la ciudad, signo de vuestro amor y cercanía al sucesor de Pedro», dice el Santo Padre al comienzo del mismo—.

Otro capítulo, el dedicado a los Testigos del Evangelio, muestra cómo la Jornada Mundial de la Juventud, y el sano ambiente que se respiró esos días, tocó, y mucho, el corazón de los madrileños. Lo cuenta el sacerdote José Cobo en una anécdota muy concreta, pero muy reveladora: «A la vuelta de uno de los encuentros con el Papa, cogimos todos los jóvenes del grupo el autobús. El conductor, sorprendido por la alegría sana de los chavales, me preguntó: ¿Y qué les dais? Uno de los chicos se acercó con la Cruz de la JMJ, que llevaba al cuello, y le dijo: Esto es lo que nos dan. Acto seguido se la quitó y se la regaló al conductor, que, emocionado, se la puso al cuello».

Según el sacerdote don Manuel María Bru, presidente de la Fundación Crónica Blanca, «en las decenas de interesantísimas entrevistas que hemos tenido la oportunidad de hacer, hemos encontrado un testimonio esencialmente concordante entre todos ellos, y muy enriquecedor y complementario en todos sus matices y acentos diversos»… Todos coinciden en algo: que haberse desvivido para que no faltase de nada a los dos millones de jóvenes venidos de los cinco continentes, fue «un desafío muy grande, pero, al tiempo, una fuente inagotable de oportunidades para vivir el Evangelio del amor concreto», explica uno de los sacerdotes entrevistados.

Dicen los voluntarios que compartir con los peregrinos —sobre todo con los procedentes de países lejanos, muchos de ellos perseguidos por su fe— la profunda vivencia de oración que trajeron, «fue contagioso y emocionante», como explica una de las jóvenes voluntarias de una parroquia del centro de Madrid. Y también cuentan cómo, tras lo vivido, ha desaparecido la vergüenza de dar testimonio abierto y público de su fe.

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Experiencias que te cambian la vida, contadas. Por Javier Mª Prades. Rector de la Universidad Eclesiástica San Dámaso, de Madrid

Cuando se habla de misión, no se puede prescindir del destinatario. ¿Quién es y cómo vive el hombre al que anunciamos hoy la buena noticia del Evangelio? Hace unas semanas, leí un artículo de Gustavo Martín Garzo que describía el panorama cultural contemporáneo, es decir, describía cómo vive hoy la mayoría de los hombres.

A su juicio, somos cada vez más incapaces de tener y transmitir experiencias dignas de ese nombre. Y la causa es que «la banalidad de nuestra vida se confunde con la banalidad de gran parte de la cultura y el mundo que nos rodea. Viajamos sin descanso, acudimos a museos y exposiciones, leemos libros que compramos precipitadamente en las librerías de aeropuertos, estaciones y grandes almacenes, para abandonarlos al momento en cualquier rincón; asistimos a grandes eventos deportivos, pero nada de esto tiene el poder de cambiarnos». Es difícil que un ciudadano medio de nuestra sociedad postindustrial no se sienta retratado, casi como sorprendido en una superficialidad a primera vista inocua pero dañina en lo más profundo. Raro es lo que nos conmueve. Nos cuesta salir de los tópicos. Por eso, «pasamos de unas historias a otras sin que ninguna deje en nuestros labios unas pocas palabras que merezca la pena conservar». Entretenemos el rato con los compañeros del trabajo, en las comidas familiares, o en las cenas con los amigos. Estiramos cansinamente la actualidad, mientras crece por dentro un vacío sutil que nos vuelve escépticos previsibles. Las palabras se devalúan porque hablan de nada, es decir, no hablan. La actividad frenética con la que consumimos la vida, sin trabas aparentes, no mejora la situación: «Los hombres y las mujeres actuales viven sin apenas poner límites a sus deseos, y sin embargo pocas veces han tenido menos cosas que contarse…».

Ante el inminente comienzo de la Misión Madrid, no podemos desatender el diagnóstico cultural de Martín Garzo. Con honrosas excepciones, refleja la vida diaria de muchos de nosotros, o de los que nos rodean. Lo sorprendente es que nadie quería terminar así. Todos hemos empezado a recorrer el camino de la vida con la ilusión de vivir cosas grandes, que merecieran ser recordadas. Y hemos soñado con pronunciar y escuchar palabras verdaderas, conmovedoras, capaces de cambiarnos para siempre. ¿No hay quién nos ayude a recuperar la palabra, a recuperar la experiencia, a tener una historia propia, que merezca la pena ser contada una y mil veces?

Si lo pensamos por un momento, los evangelios son una gran narración de experiencias, hechos y palabras inseparables, que comunican una gran alegría. Los hombres de la generación apostólica tenían algo que contar, sin duda alguna, y era algo que estaba destinado a cambiar para siempre la vida de los oyentes. Marcos lo advierte a la primera: «Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios» (1, 1) y Lucas, por su parte, aclara la intención de sus palabras que relatarán una experiencia incomparable: «Puesto que muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han cumplido entre nosotros, como nos los transmitieron los que fueron desde el principio testigos oculares y servidores de la palabra, también yo he resuelto escribírtelos por su orden, ilustre Teófilo, después de investigarlo todo diligentemente desde el principio, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido» (1, 1-4).

Los evangelistas ponen por escrito los hechos no para asegurar el entretenimiento en las veladas de invierno, sino para reforzar la solidez de unas enseñanzas que llenan el corazón y la mente, que permiten comprenderse a sí mismo, al mundo y a Dios. Ninguno de aquellos narradores y ninguno de los protagonistas de los relatos era gente superficial, que mareaba las palabras. Su historia era tan cautivadora, tan verdadera, que se podía entregar todo a cambio, con tal de no perderla. ¡Ay de ellos si no la comunicaban! Y ha llegado hasta nosotros. Es la historia de la benevolencia de Dios, que ha enviado a su Hijo al mundo para que los hombres tengan vida y vida en abundancia.

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