Estamos a hombros de gigantes, aunque engorde mucho el progresismo. Tengo un amigo obsesionado con una cita de Cicerón que dice algo así como que lo mejor que existe después de tener una gran idea es copiar una gran idea. Además, es más probable copiarla que tenerla. Así que voy a reivindicar esto, copiando a mi amigo y a Cicerón, para explicar la gran idea de Juan Manuel de Prada titulada Cartas del sobrino a su diablo.
En tiempos de la pandemia, De Prada escribió en su espacio habitual en el ABC pero con un alter ego: Orugario, el sobrino aprendiz de la obra epistolar de C. S. Lewis. El aprendiz era ya un diablejo experto en 2020 y escribía semanalmente a su tío Escrutopo desde el periódico. La editorial Homo Legens se encargó de publicar estas Cartas del sobrino a su diablo en un libro. De Prada, al igual que el maestro inglés, acierta cuando habla de diablejos y de infiernos. Toda crítica exige un juicio sobre lo malo y lo bueno y a veces hay que bajar al infierno para adquirirlo. Nadie puede negar que el 2020 fue terrible, porque el mal se presentó en la puerta, se llevó a la tumba a miles y miles de personas y ha arruinado a otras tantas. De Prada no puede demostrar que los diablos existen, pero sí demuestra que debemos vencerlos.
Como la política es relativista, parece que la crítica también deba serlo, pero hoy el mal que han provocado algunos políticos irresponsables es más real que una opinión. Y no solo está en la naturaleza y sus catástrofes, sino que puede estar también en unas manos torpes o excesivamente hábiles. Sánchez no sale bien parado a los ojos del autor, lo que significa que es un héroe para Orugario. La derecha no sale mejor, o sea peor. Ya me entienden.
El libro sobrepasa la política concreta, como así lo ha hecho la crisis del coronavirus. Son tiempos para preguntarse por el capitalismo, por la socialdemocracia, por el modelo de Estado. Y también lo son para pensar la propia vanidad del mundo: el dinero, la fama, el placer.
Orugario, en cambio, evita todo ese proceso de crítica gracias a la vanidad de los intelectuales, ciegos ante la trampa. De Prada no está incluido entre ellos, pero le disculpa al autor esta licencia la diabólica solución de Orugario: a este escritor hay que tentarlo con algo más cáustico, con la llama del infierno que usted llama pesimismo.