Apuntalé mis ruinas - Alfa y Omega

Así es como termina el mundo, no con un estallido sino con un tik tok. Este verano me ha sobrecogido el seguimiento en Europa de esta plataforma digital que es más china que un pangolín de Wuhan. En general, todas las redes sociales me desaniman y no se puede negar que esta pandemia ha exacerbado su diabólico poder: hemos visto a médicos, profesores y a todo el mundo, en conclusión, bailando ante el desastre.

El verano no ha sido tan duro en realidad. Me topé el otro día con una tarjeta plastificada con una cita de Cortázar: «Nada está perdido si se tiene por fin el valor de proclamar que todo está perdido y que hay que empezar de nuevo».

Leí también la traducción de Luis Sanz Irles de La tierra baldía de Eliot y, a pesar de lo que aún me falta para entenderlo, me doy cuenta de que el tedio y la tristeza del mundo moderno son incuestionables. Y, durante toda la lectura del poema, el tedio y la tristeza van penetrando en el corazón: «Fluye mansamente, oh dulce Támesis, hasta el fin de mi canto. / Fluye mansamente, oh dulce Támesis, que no hablo ni alto ni tanto. / Pero a mi espalda, en una fría ráfaga que estalla, oigo / un tableteo de huesos y una risa siniestra que va de oreja a oreja».

Ha sido un verano menos duro que abril, lógico, y aunque así sea, Eliot no pasará por nuestros ojos como un absoluto pesimista. En esta edición de Olé Libros uno encuentra al final un índice de referencias que nunca tuve en la edición pirata que leí en la universidad. Allí se demuestra el diálogo de Eliot con el pasado, con Dante, Baudelaire y tantos otros. Y termina La tierra baldía diciendo algo valioso: «Con estos fragmentos apuntalé mis ruinas».

No creo que la conciencia del desastre nos determine al suicidio. De hecho, entiendo que nuestra tarea consiste en apuntalar las ruinas que aún no se han convertido en polvo: nuestra cultura, nuestra tradición, las ideas más bellas por las que mereció la pena luchar en el pasado. Y, entre tanto apuntalar, siempre tendremos el cobijo y el apoyo de la roca roja.

Empecemos por Eliot porque, como dice Hernández Busto en el prólogo, «el poeta es el único ser capaz de devolverle la fecundidad al mundo en decadencia». No hay optimismo ya, pero se inflama la esperanza.