De cómo el Niño Jesús convirtió a Saturno - Alfa y Omega

De cómo el Niño Jesús convirtió a Saturno

«Una de las primeras medidas de Constantino, el primer emperador que se siente identificado con el cristianismo, fue penalizar el aborto», cuenta el profesor Gil Tamayo, de la Universidad de Navarra. La irrupción cristiana en la sociedad grecorromana consiguió, poco a poco, devolver su dignidad a niños –nacidos y no nacidos–, a mujeres, a esclavos… Los paralelismos con el momento actual dan una idea de los retos culturales a los que se enfrenta hoy la Iglesia en la defensa de la vida

María Martínez López
Una religiosa de la congregación estadounidense Hermanas de la Vida, con una de las madres a las que atienden
Una religiosa de la congregación estadounidense Hermanas de la Vida, con una de las madres a las que atienden.

Julia abortó porque se lo mandó su tío, que la había dejado embarazada. No ha ocurrido hace unas semanas, sino en el siglo I. La chica en realidad se llamaba Julia Flavia, y su tío era el emperador Domiciano. En la cultura grecorromana a la que llegaron los primeros cristianos, «no había ninguna objeción moral contra el aborto, e incluso se aducían razones a su favor», explica don Juan Antonio Gil Tamayo, profesor de Patrología y de Historia Antigua en la Universidad de Navarra. Cita como ejemplo a Platón y Aristóteles, que defendían el aborto para evitar la superpoblación y mejorar la raza. En cuanto al Imperio Romano, prohibía los sacrificios rituales de niños, como los que se habían realizado en Cartago al dios Moloch, que guarda paralelismos con la figura de la mitología romana de Saturno devorando a sus hijos. Pero, por lo demás, «los varones romanos disponían de los hijos de sus esposas» y no tenían ningún reparo en abortarlos, matarlos al nacer o abandonarlos —expositio— para que murieran o fueran recogidos como esclavos. «En Egipto, se han descubierto yacimientos de la época romana con 30 cuerpos» de recién nacidos abandonados. Y «en Grecia había un lugar donde se abandonaba a los niños con deformaciones. Esto no pasaba sólo en Esparta. En las provincias romanas también era habitual, aunque no todo el mundo lo aprobara». De hecho, el juramento hipocrático, que ya hacían los médicos, rechazaba esta práctica.

Un Dios que se hace niño…

En este escenario irrumpe el cristianismo y, con él, la convicción de que «la vida del hombre proviene de Dios, es su don, su imagen e impronta, participación de su soplo vital». Esta imagen de Dios «se manifiesta en toda su plenitud con la venida del Hijo de Dios en carne humana», como explica san Juan Pablo II en Evangelium vitae. Costó siglos, pero «una de las primeras medidas de Constantino (272-337), el primer emperador que se siente identificado con el cristianismo, fue penalizar el aborto», subraya Gil Tamayo. El cristianismo había ido preparando a la sociedad para este cambio, así como para abandonar, poco a poco, «prácticas como la tortura, los espectáculos violentos o la pena de muerte cruel, como la cruz», sufridas por miles de cristianos.

¿Cómo consiguió una religión minoritaria y perseguida hacerse escuchar? «Lo determinante en la expansión del cristianismo inicial fue el ejemplo de vida, que chocaba profundamente con lo que se estaba viviendo. Tenemos testimonios de que los cristianos consideraban a los niños abandonados al mismo nivel que otras personas desprotegidas, como las viudas y los pobres», y los atendían. «En las afueras de Constantinopla, san Basilio creó toda una ciudad para atender a los pobres, y en ella acogía niños». Pero también ofrecían argumentos y denunciaban los atentados contra la vida humana, desde el primer texto cristiano fuera de la Biblia, la Didaché.

… y una sociedad que tenía sed

«En la cultura grecorromana, había una sed muy profunda del valor de la persona, a la que su religión no daba respuesta, porque no permitía una relación personal con Dios —apunta el profesor de Navarra—. La gente se daba cuenta de que su modo de hacer revertía en la sociedad, causando su decadencia». En ese contexto, «les sorprendía encontrar a un grupo, los cristianos, que vivían con unos valores que concordaban con aquello a lo que aspiraban, y que no tenían miedo».

Con el tiempo, el pensamiento cristiano dio lugar también al concepto de persona, que —explica Antonio Piñas, profesor de Antropología en la Universidad CEU San Pablo— «nace en el contexto de la formación del dogma trinitario. Y pone de relieve la independencia de cada individuo y, en consecuencia, su unicidad e irrepetibilidad». Por eso, el concepto cristiano de persona «supera al grecorromano, porque considera persona a todo ser humano por su dignidad intrínseca u ontológica, mientras que en Grecia y Roma la dignidad era atribuida al ciudadano libre, por lo cual no se consideraba como iguales al extranjero, la mujer, los niños y los esclavos».

Una religiosa de la congregación estadounidense Hermanas de la Vida, con una de las madres a las que atienden

¿Y hoy?

El profesor Gil Tamayo ve muchos paralelismos entre la sociedad greco-romana y la actual. Igual que los paganos no supieron descubrir la defensa de la vida naciente en la ley natural, de la que ya se hablaba antes de Cristo, hoy mucha gente no acepta «los argumentos para defender la vida humana, que pueden ser comprensibles para todo hombre de bien. Hasta el mismo concepto de ley natural se ha perdido. No basta simplemente con la razón», porque se da más importancia a «una voluntad sin norte» que a aquélla.

Con esta realidad chocan, cada día, las personas implicadas en el movimiento provida. Gloria Díaz Piattoni es la coordinadora de Proyecto Ángel, la iniciativa de acompañamiento a embarazadas en dificultades de la asociación pública de fieles Spei Mater. Constata que, en nuestra sociedad, «no nos damos cuenta de que cada persona es única y tiene un valor y una dignidad que no se puede pisotear. Se ha llegado a sentir que, para la mujer, el hijo es un enemigo». Por eso, «a veces, las madres siguen abortando, incluso después de haberles ofrecido todo tipo de ayudas».

Frente a una mujer que se plantea abortar, «más que soltar un sermón, hay que acogerla y escucharla con humildad, para que vaya sacando su dolor, sus miedos. Así se van contestando a sí mismas, porque en el fondo saben que dentro llevan a su hijo». Desde Proyecto Ángel, también hacen un acompañamiento espiritual, porque, «si no ofreces una visión de Dios, todo se queda cojo». Gloria está convencida de que la clave está en «transmitir a la gente la idea de que somos hijos de Dios, de que estamos en su pensamiento desde el origen de la creación y de que estamos creados para el amor», así como «ofrecer una imagen de Dios que nos abraza y nos acoge, que es misericordia». Todo ello, desde el testimonio. «Es una labor muy bonita que tenemos que emprender». Eso sí, «llevará años, porque hay mucho destruido y mucho por construir».

Desde el siglo I
  • «No matarás… no harás abortar a la criatura engendrada en la orgía, y después de nacida no la harás morir» (Didaché, 65-80).
  • Los cristianos «se casan como todos los demás hombres y engendran hijos; pero no se desembarazan de su descendencia» (Carta a Diogneto, finales siglo II).
  • «Decimos a las mujeres que utilizan medicamentos para provocar un aborto que están cometiendo un asesinato, y que tendrán que dar cuentas a Dios… Contemplamos al feto que está en el vientre como un ser creado, y por lo tanto como un objeto al cuidado de Dios…, y no abandonamos a los niños, porque los que los exponen son culpables de asesinar niños» (Atenágoras, siglo II).
  • «Es un homicidio anticipado impedir el nacimiento; poco importa que se suprima el alma ya nacida o que se la haga desaparecer en el nacimiento. Es ya un hombre aquel que lo será» (Tertuliano, siglo II-III).
  • «La mujer no tomará brebajes abortivos, ni matará a sus hijos después de la concepción o después del nacimiento: la culpable de esto dará cuenta de su crimen delante del tribunal de Cristo, junto con los hijos que haya asesinado» (san Cesáreo de Arlés, siglo V-VI).