De comienzo en comienzo - Alfa y Omega

Todo tiene que acabar. «“Todos nos vamos / más temprano o más tarde” / nos decían las nubes» de José Mateos (Primavera, año cero; Milenio, 2020). Las cosas dejan ver su sentido solo a su término, porque se completan. Por eso todas buscan realizar su finalidad, aunque signifique su fin. Como a la flor le seduce el fruto que acabará con ella, el hombre bordea anhelante su ignoto final: «A punto ya de entrar en la edad última / ¿qué mas puedo pedir, siendo yo el mismo / que persiguió sin éxito / verdad y compañía? / […] / La historia de los hombres / es una historia de traición y lodo».

Pero el fin que ansiamos es el que restaura, no el que extingue. Solo aceptamos hundirnos «en el mosto / de un nuevo nacimiento». La renovación hace sensata la muerte. «Lo cerrado es siempre falso / nada se cierra y acaba. / ¿Se cierra un año en un día? / ¿Se cierra el verde o el agua? / ¿Se cierra acaso un poema / tras su última palabra? / Lo cerrado es solo el miedo». Si esperamos el fin de la jornada, de la semana o de nuestros días, no es sino porque buscamos la primavera: «¿Acaso sabe alguien / cuándo acaba la vida, / cuándo empieza la muerte? ¿No sería más justo / aprender de la tierra / cuyas rojas heridas / siempre florecen?»; «cuando la historia pasa / solo ella permanece».

La tierra vaticina con cada renacimiento esa resurrección esperada: cuando «ya vais a hundiros en la noche larga / […] / es esta poca luz la que os rescata». Porque la tierra no es sustantivo que declina, sino verbo que siempre actúa: «la primavera es una / de las conjugaciones de la tierra», en que «la tierra se desentierra y brota en forma de agua». «¿Pero cómo no veis, / en ese patio, al viento / libando eternidad / en la flor del naranjo?» ¿Y ese jazmín de verano que «con su olor bueno interrumpe / los peligros de la noche»? ¿Y el pájaro que «al filo de otro día / en que no habrá ni un poco / de verdad, / casi al alba / […] se atreve / a cantarte, / recóndita, / suavísima alegría»? Así la tierra nos enseña a «ser solo fuga», «río que nace y muere siempre / al mismo tiempo», y así ir de comienzo en comienzo, por comienzos que no tienen fin (Gregorio de Nisa). «El que ha escuchado, / por detrás del miedo, / aquella otra música / mejor que el silencio» va a la eternidad por el tiempo como un «río de pocas palabras / y certezas»; no teme habitar «allí en la muerte / donde ya sé que no se muere nunca».