Cuando tu país cabe en una maleta
Los exilios son siempre duros. Es adaptarse de golpe a otra cultura, otra cosmovisión, a vivir rodeados por desconocidos y saber que mañana no existe la certeza de saber ni dónde se pernoctará. Es llevar la patria y los recuerdos que siempre caben en una maleta; dispuesta a ser empacada de nuevo para emprender el periplo a lo desconocido.
Nunca es fácil comenzar de cero. Para los exiliados nicaragüenses –como yo–, a la lucha por un futuro mejor que libramos por nuestra patria contra un Gobierno totalitario se nos une la búsqueda de una estabilidad migratoria, laboral y social en España. Pese a las dificultades, la pequeña diáspora nicaragüense en tierras hispanas es sumamente creativa. No se pierde ningún espacio para reivindicar la lucha por alcanzar un país justo y democrático. Y uno de los pilares que los impulsa a continuar adelante radica en la fe cristiana. Siempre el punto de encuentro es la parroquia: para la solidaridad, oración y la acción de denuncia del totalitarismo mediante la palabra y el testimonio.
Los nicaragüenses en España vivimos nuestro exilio como un compromiso: el de no callar para seguir denunciando las violaciones contra los derechos fundamentales que comete el régimen. Cuando fuimos obligados a marcharnos, nos llevamos el país, su historia y su lucha consigo. La tenacidad y fe de nuestro pueblo en búsqueda de un nuevo horizonte nos inspiran para seguir pensando que la resurrección de nuestra crucificada Nicaragua llegará más temprano que tarde.