Cuando buscamos a Dios - Alfa y Omega

Cuando buscamos a Dios

Martes de la 33ª semana del tiempo ordinario / Lucas 19, 1-10.

Carlos Pérez Laporta

Evangelio: Lucas 19, 1-10

En aquel tiempo, Jesús entró en Jericó e iba atravesando la ciudad.

En esto, un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de ver quién era Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío, porque era pequeño de estatura. Corriendo más adelante, se subió a un sicomoro para verlo, porque tenía que pasar por allí.

Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo:

«Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa».

Él se dio prisa en bajar y lo recibió muy contento.

Al ver esto, todos murmuraban, diciendo:

«Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador».

Pero Zaqueo, de pie, dijo al Señor:

«Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más».

Jesús le dijo:

«Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido».

Comentario

¿Qué llevó a Zaqueo a subirse a aquel árbol? Una persona de su edad y con esas riquezas no se encarama a un árbol por la mera curiosidad de ver a un profeta itinerante. No era curiosidad. Tampoco nunca se había arrepentido de lo que hacía, porque tampoco la moral autosatisfecha de su pueblo le convencía. Puestos a vivir encorsetado en formalismos vacíos, prefería al menos disfrutar de la vida. Pero aun así, algo en su interior no estaba en orden. A diferencia de los fariseos, su modo de vida tenía una fisura. Por ella se colaba aún la gran esperanza de encontrarse a Alguien que mereciese realmente la pena. Si subió al árbol es porque en el fondo nunca pudo dejar de creer en la salvación.

Y subido al árbol, hacía el ridículo. Todos cuando buscamos a Dios, cuando mostramos nuestra necesidad de Él tenemos un punto patético ante el mundo. Porque si buscamos la salvación de Dios, toda nuestra vida se pone en entredicho: si necesitamos la salvación de Dios, reconocemos nuestra miseria públicamente. Cuanto más cerca tratamos de estar personalmente junto a Dios, más desvelamos nuestra dependencia y fragilidad. Pero al mismo tiempo también puede verla así Jesús con sus propios ojos: y al verla puede compadecerse y cenar con nosotros en nuestra casa: «Yo, a cuantos amo, reprendo y corrijo; ten, pues, celo y conviértete. Mira, estoy de pie a la puerta y llamo. Si alguien escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo».