Crisis de fe - Alfa y Omega

Sunderben es una católica de segunda generación, convencida, devota y generosa. O al menos lo era hasta que su hijo Dinesh, que volvía un domingo a casa después de visitar en la misión a sus dos hijos, niño y niña, murió atropellado en un terrible accidente a pocos kilómetros de su pueblo, Rayma.

La pobre Sunderben se tragó sus amargas lágrimas y continuó apoyando a su nieto, Vishal, entonces huérfano, hasta que terminó sus estudios, consiguió un buen empleo y se casó. A los pocos meses de la boda, el inexperto Vishal, viajando en moto, quiso adelantar indebidamente a un camión. Fue atropellado y murió en el acto, dejando a su joven esposa, Manisha, viuda y en espera de dar a luz a su primer hijo.

Esta segunda tragedia rebosó el vaso de la fe de Sunderben, que reaccionó de esta manera: les dio la vuelta a todas las fotos de Jesús, María, etcétera, que colgaban en las paredes de su casita, y me dijo de muy mal humor cuando la visité: «Si Él no me mira, pues yo tampoco quiero verle la cara». Aunque yo seguí visitándola siempre que iba a su pueblo, ella dejó de venir a Misa. Yo, en broma, le solía decir: «Sunderben, puede que Dios no te mire, pero yo sí que te miro, y ya sabes que si algún día necesitas ayuda, siempre estaré encantado de ayudarte».

Así pasaron dos años hasta que un día, ¡oh, sorpresa!, voy a su casita y veo otra vez todas las fotos de su devoción –¡y eran muchas!–, colocadas como antes y adornadas con flores. Sin que pudiera expresar mi asombro, ella me dijo: «Hoy voy a ir a Misa y después usted va a cenar en mi casa». «Será un gran placer», contesté, «pero, ¿a qué se debe este cambio?». Sunderben se encogió de hombros y me dijo: «Fui tonta. Pensé que Él no me miraba, pero fui yo la que dejé de mirarle a Él».

Y ante ese misterio de fe yo, como diría san Juan de la Cruz, me quedé «balbuciendo… toda sciencia transcendiendo».