Creatividad de la caridad - Alfa y Omega

Creatividad de la caridad

Alfa y Omega

«El desarrollo de un pueblo no deriva primariamente ni del dinero, ni de las ayudas materiales, ni de las estructuras técnicas, sino más bien de la formación de las conciencias, de la madurez de la mentalidad y de las costumbres. Es el hombre el protagonista del desarrollo, no el dinero ni la técnica»: son palabras de Juan Pablo II en su encíclica Redemptoris missio, de 1990. Anteriormente, en 1987, ya decía con toda claridad, en Sollicitudo rei socialis, que «el ejercicio de la solidaridad dentro de cada sociedad es válido sólo cuando sus miembros se reconocen unos a otros como personas… La solidaridad nos ayuda a ver al otro, no como un instrumento para explotar a poco coste, abandonándolo cuando ya no sirve, sino como un semejante nuestro, una ayuda, para hacerlo partícipe, como nosotros, del banquete de la vida al que todos los hombres son igualmente invitados por Dios». Sin esta mirada, toda crisis, económica, laboral y social, con la amenaza destructora de todo lo realmente humano que supone, está servida. Sólo esta mirada abre el camino a la esperanza, a la gran esperanza presente en la Iglesia. Lo dice el Papa a continuación: «Los mecanismos perversos y las estructuras de pecado sólo podrán ser vencidos mediante el ejercicio de la solidaridad humana y cristiana, a la que la Iglesia invita y que promueve incansablemente».

Poco después, en 1991, Juan Pablo II no dejaba lugar a dudas, a la hora de mostrar la raíz del auténtico desarrollo humano, como la Iglesia, desde hace dos mil años, no ha dejado de evidenciar –¿acaso, en la aguda crisis actual, no vemos cómo las auténticas ayudas no son, precisamente, las que tienen el dinero como punto de referencia, sino la persona, en toda su dignidad de imagen de Dios?–. Así dice el Papa, en su encíclica Centesimus annus: «El desarrollo no debe ser entendido de manera exclusivamente económica, sino bajo una dimensión humana integral. No se trata solamente de elevar a todos los pueblos al nivel del que gozan hoy los países más ricos, sino de fundar sobre el trabajo solidario una vida más digna, hacer crecer efectivamente la dignidad y la creatividad de toda persona, su capacidad de responder a la propia vocación y, por tanto, a la llamada de Dios».

Creatividad: he ahí lo que no puede fabricar ningún dinero del mundo, sólo el hombre consciente de su dignidad. En su Carta al comienzo del nuevo milenio, Juan Pablo II no ocultaba que «el panorama de la pobreza puede extenderse indefinidamente, si a las antiguas añadimos las nuevas pobrezas», que hoy, sin duda, se ven multiplicadas con especial crudeza, a lo cual responde el Papa, justamente, con la creatividad genuina de la Iglesia, que no pierde, como su Señor, que es el mismo ayer y hoy y siempre, la misma frescura de los inicios: «Se trata de continuar una tradición de caridad que ya ha tenido muchísimas manifestaciones en los dos milenios pasados, pero que hoy quizás requiere mayor creatividad. Es la hora de un nueva imaginación de la caridad, que promueva no tanto y no sólo la eficacia de las ayudas prestadas, sino la capacidad de hacerse cercanos y solidarios con quien sufre, para que el gesto de ayuda sea sentido no como limosna humillante, sino como un compartir fraterno».

Al año siguiente, en su Polonia natal, al consagrar el santuario de la Divina Misericordia, volvía a subrayarlo de un modo que no puede hoy tener mayor actualidad: «Ante las formas modernas de pobreza, se necesita hoy –como la definí en la Carta Novo millennio ineunte– una creatividad de la caridad según el espíritu de solidaridad con el prójimo, de modo que la ayuda sea testimonio de un compartir fraterno. Que no falte esta creatividad. Ojalá que el mensaje de la misericordia de Dios se refleje siempre en las obras de misericordia del hombre. Hace falta esta mirada de amor para darnos cuenta de que el hermano que está a nuestro lado, con la pérdida de su trabajo, de su casa, de la posibilidad de mantener dignamente a su familia y de dar instrucción a sus hijos, experimenta un sentimiento de abandono, extravío y desconfianza. Hace falta la creatividad de la caridad». Sí, la caridad, que no pasa nunca, que es Dios mismo, a cuya imagen, justamente, hemos sido creados, y que se manifiesta en el don gratuito de Sí mismo, única forma de cumplirse la justicia. El tiempo de Adviento que comienza este domingo, previo a la celebración del Nacimiento de Jesús, no es para aislarnos espiritualmente. ¡Todo lo contrario! Nos disponemos a afrontar la vida entera desde Él, que es la gran esperanza para la superación de toda crisis. No en vano, en la liturgia de la Navidad, a Jesús se le llama Nuestra Justicia.

«La solidaridad –afirma Benedicto XVI en su encíclica social Caritas in veritate– es, en primer lugar, que todos se sientan responsables de todos; por tanto, no se la puede dejar solamente en manos del Estado. Mientras antes se podía pensar que lo primero era alcanzar la justicia y que la gratuidad venía después como un complemento, hoy es necesario decir que sin la gratuidad no se alcanza ni siquiera la justicia». He aquí la creatividad de la caridad.