Contagia solidaridad - Alfa y Omega

Las consecuencias que la pandemia del coronavirus está provocando en las personas vulnerables, sobre todo de los países más empobrecidos del sur. Como muy bien nos recuerda el Papa Francisco, la ONG de desarrollo de la Iglesia española sabe que «cuidar el mundo que nos rodea y contiene es cuidarnos a nosotros mismos» y que «necesitamos constituirnos en un “nosotros” que habita la casa común». «En esta cultura que estamos gestando, vacía, inmediatista y sin un proyecto común, es previsible que, ante el agotamiento de algunos recursos, se vaya creando un escenario favorable para nuevas guerras, disfrazadas detrás de nobles reivindicaciones. […] También señalamos las fuertes crisis políticas, la injusticia y la falta de una distribución equitativa de los recursos naturales. […] Con respecto a las crisis que llevan a la muerte a millones de niños, reducidos ya a esqueletos humanos –a causa de la pobreza y del hambre–, reina un silencio internacional inaceptable», asevera el Papa (cfr. Fratelli tutti, 17 y 29).

La 62 campaña de Manos Unidas tiene como lema Contagia solidaridad para acabar con el hambre. Son 62 años trabajando por la erradicación de la pobreza y del hambre desde los valores del Evangelio y guiados por la doctrina social de la Iglesia. ¡Cuántas personas han puesto lo mejor de sí mismas en esta tarea! Unas poniendo su vida a disposición de la organización; ¡cuánto tiempo dedicado a pensar en los que más necesitan! Otras colaborando con lo que tenían a través de las campañas contra el hambre; ¡cuántos medios económicos según las posibilidades de cada uno se han puesto al servicio de los demás! Y todo porque, de una u otra manera, creen de verdad en aquellas palabras del Señor: «Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo: “Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme”. Entonces los justos le responderán: “Señor ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer…?”. […] En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 34b-40). Todos os habéis fiado de la Iglesia a través de Manos Unidas y, con vuestros bienes puestos a su disposición para los más pobres, habéis querido hacer verdad el mandato del Señor: «Amarás al Señor tu Dios, con todo el corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el principal mandamiento. El segundo es semejante a este: amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 22, 37-39).

Manos Unidas siempre ha estado al lado de quienes sufren la pobreza y el hambre; nos ha hecho tomar conciencia –a los creyentes y a todos los hombres de buena voluntad– de la insostenibilidad del uso que hacemos de nuestro planeta y de las consecuencias que ello tiene en los demás. Como subrayaba el Papa Benedicto XVI, «el modo en que el hombre trata el ambiente influye en la manera en que se trata a sí mismo, y viceversa» y esto exige que «la sociedad actual revise seriamente su estilo de vida, que en muchas partes del mundo, tiende al hedonismo y al consumismo, despreocupándose de los daños que de ello se derivan» (Caritas in veritate, 51). La tierra, el aire, los ríos, los bosques… Todo nos ha sido dado gratuitamente y, por ello, hemos de contagiar solidaridad y no malgastar la vida degradando lo que en verdad somos, imágenes de Dios. Esta degradación hipoteca el presente y el futuro de todos.

Hemos de tomar una nueva conciencia sobre el estado de nuestro planeta, sobre la necesidad y urgencia de la solidaridad porque «si no logramos recuperar la pasión compartida por una comunidad de pertenencia y de solidaridad, a la cual destinar tiempo, esfuerzo y bienes, la ilusión global que nos engaña se caerá ruinosamente y dejará a muchos a merced de la náusea y el vacío» (Fratelli tutti, 36). En esta nueva conciencia y en todas las iniciativas que se tomen para un verdadero desarrollo, la persona tiene un lugar central.

Hoy vemos que ciertas decisiones sobre el desarrollo económico, la explotación de las materias o los hábitos de consumo de las personas de los países más ricos, tienen repercusiones en las regiones menos desarrolladas, con abusos que provocan una espiral de pobreza y marginación. Por ello, es momento de «esforzarse por implantar estilos de vida, a tenor de los cuales la búsqueda de la verdad, de la belleza y del bien, así como la comunión con los demás hombres para un crecimiento común sean los elementos que determinen las opciones del consumo, de los ahorros y de las inversiones» (Centesimus annus, 36).

En este tiempo de pandemia, en el que se han derrumbado tantas seguridades, no nos encerremos más en nosotros mismos y salgamos de nuestro egoísmo, que al final es cortoplacista. Recojamos la invitación de Manos Unidas a mirar más allá de la comodidad personal, abrámonos a ideales grandes que promueven una vida más bella y digna, y contagiemos solidaridad.