Confrontación excluyente y deterioro de las instituciones - Alfa y Omega

Cerramos el telón de un año en el que la política nacional no solo ha tenido un especial protagonismo derivado, en gran parte, por la celebración de dos comicios —las municipales y autonómicas de mayo y las generales de julio— sino por los altos decibelios que nuestros representantes han puesto en escena. La regla de la confrontación excluyente ha sido la dominante y las instituciones prosiguen en su proceso de deterioro degenerativo con una pérdida de confianza de la ciudadanía.

Jonathan Haidt, en su libro Por qué la política y la religión dividen a la gente sensata, concluye que se trata de dos instrumentos extraordinariamente útiles para construir comunidades en cuanto nos permiten hacer juntos lo que no podemos lograr por nosotros mismos. Pero en la sabiduría de sus líderes radica que ese elemento de unión no impida reconocer algunas bondades en el rival. El poder termina generando una suerte de ceguera hasta el punto de que, con el único fin de sobrevivir políticamente, se acaban corriendo insólitos riesgos en el convencimiento, quizá, de que la suerte se pondrá infaliblemente de su parte. Pero el trepidante curso de la historia nos ha dado ya muchas lecciones con desdichados finales.

Los ciudadanos tenemos responsabilidad en la medida que nos refugiamos en burbujas informativas, probablemente inducidas por algoritmos. Pero son los representantes políticos los que principalmente tienen el deber de hacer primar la cooperación sobre el conflicto, sin que ello suponga una traición ni una renuncia a sus valores y convicciones. 2023 ha sido un año en el que, lamentablemente, se han vuelto a poner en valor los relatos falsos y maniqueos y el estrangulamiento del lenguaje para negar toda legitimidad al oponente; ha sido el año en que se han vuelto a avivar los discursos del miedo y del odio que no hacen más que pretender resucitar a dos Españas únicamente como estrategia política que solo destruye y separa. Esperemos que la venida del Hijo de Dios suscite en todos nosotros —también en los políticos— un mayor sentimiento de fraternidad.