Con Dios, nada que temer - Alfa y Omega

Con Dios, nada que temer

Martes de la 13ª semana de tiempo ordinario / Mateo 8, 23-27

Carlos Pérez Laporta
Jesús calma la tempestad de James Tissot. Museo de Brooklyn, Nueva York.

Evangelio: Mateo 8, 23-27

En aquel tiempo, subió Jesús a la barca, y sus discípulos lo siguieron.

En esto se produjo una tempestad tan fuerte, que la barca desaparecía entre las olas; él dormía.

Se acercaron los discípulos y lo despertaron, gritándole:

«¡Señor, sálvanos, que perecemos!». Él les dice:

«¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?».

Se puso en pie, increpó a los vientos y al mar y vino una gran calma. Los hombres se decían asombrados:

«¿Quién es este, que hasta el viento y el mar lo obedecen?».

Comentario

«¿Quién es este, que hasta el viento y el mar lo obedecen?». El viento y el mar conocen la voz del Señor. La naturaleza toda escucha su palabra y la sigue, cada pedazo de ella en su modalidad. Pero el universo entero obedece las leyes que el Señor les dictó.

No así el hombre. Los apóstoles no saben quién es. No saben quien es realmente Jesús porque desconocen a Dios. Desde el pecado el hombre no ve a Dios en el mundo que Él creó, no escucha su voz suave en el jardín. Se separó de Dios para seguir sus propias leyes, para escuchar su propia voz. Por eso tiene miedo; porque, separado de la voluntad de Dios, el hombre se abandona a sus solas fuerzas. No se sabe sostenido por el poder divino. Por eso vive con ansiedad por mantener el control, por ejercer su poder: para buscar seguridad. Pero como es incapaz de mantener el hombre un control total en cualquier situación, se asusta. Y más aún en aquellas como las que viven ahora los apóstoles, donde el poder humano nada puede hacer por controlar la situación.

Pero Jesús ha venido a hacer sonar la voz de Dios allí donde los hombres sufran: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Si el hombre tiene fe ya no tiene nada que temer. Si el hombre reconoce a Dios que le habla, si reconoce la voz de Dios, ya no tiene nada que temer. Porque quien se sabe conducido por su voz, aún cuando atraviesa cañadas oscuras, nada teme. Sabe que la voluntad amorosa del Padre prevalecerá, porque hasta el mar y el viento le obedecen.