Compartir la fe - Alfa y Omega

Una de las experiencias más impactantes que he vivido con las personas con discapacidad intelectual y del desarrollo en nuestro centro Casa Santa Teresa ha sido compartir la fe de cada día, la fe sencilla y profunda, sin mucho artilugio ni cachivache artificioso. La fe verdadera, la que espera sin desesperar porque sabe de Quién se fía, la del que tiene la mirada limpia y siempre sabe dónde está el horizonte. Esa fe es la que palpo, siento y comparto cada día, lo mismo que mis hermanas y los profesionales y voluntarios que trabajan con nosotros.

Con las personas con discapacidad se cambian los parámetros habituales de la relación de catequista y catecúmeno, de maestro y discípulo. Aparecen otros esquemas, otra lógica, otra estrategia educativa, y la humildad suficiente para aceptar que eres evangelizado sin darte cuenta a cada momento. Y además gratis. ¡Vaya suerte! O mejor dicho, ¡vaya providencia! Porque así apellidamos los creyentes a la suerte.

Su conexión sencilla y profunda con Dios es tan fuerte que se convierten, sin pretenderlo, en verdaderos catequistas de los que ingenuamente queremos acompañarlos en el camino de la fe.

Serían muchas las situaciones en las que me he encontrado y que ratifican esta reflexión. Quiero compartir una muy expresiva. En el momento en que sufría por la muerte de mi querido padre e intentaba infructuosamente ocultar mi tristeza, me abordó con mucho cariño una de nuestras chicas con síndrome de Down. Me abrazó y me dijo con ternura: «Pero sor Luisa, ¿por qué estás triste? Tú siempre nos dices que con Jesús se está bien. Pues tu papá ya está con Jesús y se lo estará pasando chupi».

El impacto que me causó esta sencilla reflexión fue grande y el gesto me tocó profundamente, inyectándome una sobredosis de realismo. Así son ellos. Siempre son concretos, con los pies en el suelo; dicen lo que piensan sin tapujos, no tienen dobleces, son como son. Y son muy grandes.

Cuando la comunidad religiosa reza con ellos y participan de la adoración o del rosario, se transforman y proyectan bendiciones sobre nosotras, sobre el personal y los voluntarios… Es todo un espectáculo.

Cuánta razón tenía Jesus cuando dijo aquello de: «Te doy gracias, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y se las has revelado a los sencillos». Maestros de verdad. No hay nada más que añadir.