Compañeros de Emaús
Hace ya bastantes años, un compañero de trabajo entró en mi despacho y, con toda naturalidad, me entregó un ejemplar del Evangelio diciéndome: «Toma, esto es un regalo de mi pastor, para que lo leas…». Me dijo que se había hecho evangélico porque en su parroquia, cuando era católico, no había encontrado el calor humano que buscaba para afrontar algunas dificultades personales.
Se decidió entonces a visitar por curiosidad un templo protestante y allí se encontró con gente amable y cariñosa que, en seguida, se preocupó por su vida. Mi amigo tenía novia y pasaba sus apuros para encontrar vivienda y casarse. El grupo que lo acogió, entre ellos el pastor, se puso manos a la obra y, en poco tiempo, le encontraron una vivienda y un trabajo para la novia, con la cual se casó a los pocos meses. Entonces Cáritas no era tan conocida como ahora, que ha desarrollado su imponente labor gracias a la entrega de millares de voluntarios y al tesón de los obispos para paliar los efectos de la crisis. También se han multiplicado en nuestras parroquias los grupos que se ocupan de la liturgia –¡así nos va en algunos casos!–, de la lectura de la Palabra, de la pastoral y de numerosas actividades y que, en definitiva, tratan de poner en práctica las obras de misericordia. Sin embargo, todavía se echa de menos ese calor humano que mi amigo Javier hubiera deseado y que le ha permitido convertirse en pastor de un importante centro evangélico andaluz. En otras palabras: nos hace falta algo más.
A este propósito me ha llenado de gozo esa nueva iniciativa de monseñor Carlos Osoro, los Encuentros de Emaús, destinados a promover la Misericordia de Dios y que tienen previstas varias etapas, la primera de ellas la acogida, para pasar luego al testimonio y la reflexión. A estos encuentros, que serán dirigidos por sacerdotes, van a ser invitados no solo los fieles habituales sino los alejados, a los que se invitará a acudir para ver y oír… Ahí hubiera querido ver al viejo amigo. Ya sabemos que Dios escribe derecho con renglones torcidos, pero ¿no es nuestra función de católicos evitar las torceduras? ¿Cuantos católicos de Misa frecuente leen las Escrituras y el Catecismo para no caer en ese otro libre examen que nos propone la cristofobia laicista –la que organiza cabalgatas carnavalescas– con el fin de darle un puntapié a la fe?