Como si pasara un tren es la historia de Susana, una madre que teme a la soledad. Tanto que hace de su hijo, con discapacidad psíquica, un chico miedoso y ultradependiente. Es la historia de Juan Ignacio, un joven obligado a ser niño por su enfermedad y por su madre. Lleno de deseos y frustraciones. Es la historia de Valeria, el tren que pasa y arrasa con su juventud y objetividad todas esas frustraciones creadas en torno al sofá de una casa de provincias. Como si pasara un tren es la historia de tres seres humanos, llenos de miedos y valentías. Es una tragedia, y a la vez una comedia. No es una historia pretenciosa. Es la vida, al fin y al cabo.
Uno se siente un poco voyeur observando lo que ocurre entre esas cuatro paredes. Una casa, en una pequeña ciudad. Y la vida cotidiana de una madre abandonada, que cuida de su hijo con discapacidad psíquica, trabaja e intenta acallar la terrible soledad y necesidad de amor que tiene. Susana -interpretada de forma sublime por María Morales. Tienen que verla- ha generado en torno a Juan Ignacio una burbuja de cristal que nadie puede traspasar. La duda que genera es si lo hace por él, o por ella misma. O un poco por los dos. Es la pura ejemplificación de la autoasfixia. De la culpa. No les cuento por qué.
Juan Ignacio –Carlos Guerrero– ha crecido con la única compañía de Susana. Tiene una notable discapacidad psíquica, que le redunda también en el físico. Su día a día es ir a la escuela -siempre acompañado por su madre- volver a casa, hacer unos dibujos e irse a dormir. Ojo con la actuación de Carlos, que recrear una discapacidad no es fácil y hace, desde el minuto cero, que te lo creas. Pero esa rutina se ve alterada el día que llega su prima Valeria desde Madrid. La adolescente ha pasado por un pequeño problemilla y su madre, hermana de Susana, decide enviarla tres meses al campo para airearla.
Es esta visita la que supone un revulsivo para la rígida vida familiar. Valeria -cuánta fuerza tiene esta actriz, Marina Salas– llega con una visión limpia, objetiva, razonable, de lo que sucede entre esas cuatro paredes. Recuerda a la familia que existen los sueños, que existe una vida más allá de la jaula creada. Ella es ese tren que pasa, que arrasa con todo lo creado. Es quien muestra a su tía y a su primo que las horas cuentan. Ojo, también con sus meteduras de pata. Y con sus miedos. Pero es la valentía frente al miedo aprendido. Así es la condición humana, puede ir de un extremo a otro sin grande pretensiones, sólo en el día a día.
Adriana Roffi, su directora, reconoce que esta cotidianeidad que se refleja en la historia, escrita por Lorena Romanín, no es otra cosa que «personajes que arrastran y resuelven, de la mejor manera que ellos consideran, que no siempre es lo mejor para el otro». Esta belleza de obra, de escenografía sencilla, como el salón de una casa humilde, empezó en La Trastienda, pasó por el Lara y ahora se puede ver en el Teatro Español. No me extraña. No se puede pasar una hora y cuarto mejor que viendo este pequeño tesoro. Se ríe y también se llora. Varios compañeros de butacas suspiraban, como yo. ¡Ay, este teatro que remueve el alma!
★★★☆☆
Teatro Español
Calle Príncipe, 25
Sol
OBRA FINALIZADA