Como imanes que atraen la providencia - Alfa y Omega

Estoy convencida que toda la providencia y solidaridad que envuelve a nuestro centro Casa Santa Teresa y que con frecuencia nos sobrecoge, está relacionada directamente con la presencia de las personas con discapacidad intelectual, que son como imanes que atraen lo bueno, lo generoso.

Efectivamente, estamos seguras de que tanta providencia no viene por azar ni por nosotras como comunidad, sino en virtud de nuestra misión específica a favor de los que Dios más quiere. A los que nuestro fundador llamaba cariñosamente «buenos hijos».

Así, junto a nosotras y a nuestro lado hay gente de corazón grande, adultos y jóvenes (antes de la pandemia teníamos unos 50 colaborando desinteresadamente), que se acercan a nuestro centro para echar una mano y se sienten motivados a hacer el bien, a abrir el corazón, a dar su tiempo y capacidades en un servicio desinteresado que da plenitud y reconforta.

Colaboran de apoyo en los talleres ocupacionales, en el ocio y tiempo libre, etc. Pero sobre todo están, que no es poco, y aportan normalidad mientras reciben a raudales humanidad. Es un trueque maravilloso y muy útil. Su experiencia es siempre rica de estímulos y hay un antes y un después de su paso por Casa Santa Teresa. Entran bien y salen mejor. Vienen pensando «hacer algo por alguien» y, al poco tiempo, descubren que son las personas con discapacidad las que trabajan en ellos y los transforman. Como ya hemos dicho, las personas con discapacidad son capaces de sacar de cada uno de nosotros nuestro mejor yo. Nos sacan de nuestra área de confort habitual para introducirnos casi sin darnos cuenta en otra área diferente, donde dicho confort llega por la capacidad de don, de relación positiva y normalizadora.

Son generadores de solidaridad porque viven la solidaridad en cada momento y la transmiten por la piel. ¡Cuántos gestos sencillos y cotidianos podríamos compartir pero no caben en estas sencillas líneas! Tienen ojos que ven más lejos que los nuestros, saben pararse ante la necesidad del otro, como el buen samaritano del Evangelio, y lo hacen sin esperar a ser retribuidos, simplemente porque les sale del alma, de forma espontánea, sin calcular riesgos.

Es la experiencia que vivimos cada día. Siempre que pedimos a los voluntarios que resuman su aventura con nosotros, la respuesta más frecuente es: «Pensaba venir a ayudar y son ellos los que me han ayudado». ¡Vaya paradoja! Un gran aplauso para todos ellos.