Vuelve a ser puesta en escena la obra Cinco horas con Mario de Delibes, un clásico ya de la literatura española de postguerra. La pieza originalmente es una novela en la que una mujer, Carmen, mediante un monólogo en el velatorio de su marido, Mario, muerto repentinamente en 1966, pone al descubierto tanto el ambiente social de su tiempo, como la personalidad de su esposo y la relación que mantenía con él.
La adaptación al teatro la llevaron a cabo Josefina Molina, José Sámano y el propio Miguel Delibes, y la obra se estrenó en 1979, con tanto éxito que se mantuvo en cartel hasta 1990. Hoy, 12 años después, vuelve a ser representada la misma versión, con la misma dirección de Josefina Molina, y con Natalia Millán en el papel de Carmen.
Dicho todo esto, cabe preguntarse si la obra ha envejecido y si lo que nos atrae de ella es un gusto nostálgico, una curiosidad histórica. Ciertamente esa curiosidad existe, y en un análisis social de la pieza, Carmen representa lo peor de la burguesía española de los años 50-60: reaccionaria, clasista, sexista, racista, mientras el difunto Mario es la emergente progresía, demócrata, pacifista, intelectual. Y así asistimos a la paradoja de que mientras Carmen pronuncia su monólogo ante el féretro de su marido, nos convencemos de que el mundo de ella es un mundo caduco y muerto, abocado a extinguirse, mientras que es el espíritu representado por su marido difunto el destinado a prevalecer.
La obra, desde una perspectiva social, se encuadra en el optimismo utópico del 68. Pero a estas alturas todos hemos visto ya lo que ha sido capaz de dar de sí esa utopía. A aquellos burgueses de entonces los han sustituido otros nuevos ricos y los idealistas prototípicos de los 60 se han desencantado, o incluso se han aburguesado a su vez. Por esto, no es suficiente el análisis social de la obra para explicar que el teatro estuviese lleno una noche de 2012 como lo estuvo en 1979 y que hubiese tantos jóvenes entre el público.
En primer lugar, hay que puntualizar que la mentalidad de Carmen es muy antigua: ya la tenían los fariseos hace 2000 años y sigue existiendo hoy en un grado inusitado: son los hombres que viven de las apariencias. Para Carmen sólo existen tres dioses: la lujuria, la usura y el poder. Y eso, de máxima actualidad, está espléndidamente expuesto en el monólogo.
El drama al que asistimos no es tanto la escenificación de un conflicto social más o menos obsoleto, como el drama de una mujer que se ha casado con un hombre cabal, como se le define en la propia obra, y que a pesar de convivir con él, está tan absurdamente distraída que no lo reconoce, tan absurdamente distraída que se lo pierde por completo; y ya definitivamente, porque está muerto. Y eso de perderse lo mejor también es algo de máxima actualidad.
Ciertamente no hay marcha atrás, la vida es algo serio, aunque Carmen sea una total inconsciente. Natalia Millán hace que esa exhibición de inconsciencia no nos resulte insufrible, sino que nos conmueva, porque la actriz recoge con inteligencia el tono irónico de la literatura de Delibes. El humor hace digerible un drama en sí tremendo.
Por otra parte, resulta delicioso ver a la actriz llenar el escenario sin más apoyo que una simplísima escenografía, poblar de matices el monólogo y sostenerlo con tensión durante hora y media. Obra valiosa, para alcanzar la hondura y contemporaneidad de la cual hay que ir más allá del análisis sociológico, y excelente interpretación y dirección.
★★★★☆
Calle San Bernardo, 5
Santo Domingo, Plaza de España, Callao
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REPRESENTACIÓN FINALIZADA