Con el título Celos y agravios, la compañía cubana Mefisto Teatro hace una versión de la original Donde hay agravios, no hay celos, de Francisco Rojas Zorrilla. En primer lugar, he decir que siempre seré favorable a la representación de los clásicos del Teatro de Oro, por el argumento tan sólido del crítico literario Jean Kott: «Los clásicos están muertos o son de nuestro tiempo, están muertos o a la fuerza han de ser contemporáneos. Y es especialmente en el teatro donde los clásicos deben resucitar o morir. El teatro es siempre aquí y ahora, en el preciso momento en que suenan los relojes de la ciudad».
Confieso que tenía grandes expectativas hacia esta función. Unas expectativas que quedaron defraudadas, no porque la puesta en escena no fuera correcta, no porque los actores no estuvieran bien, sino porque la obra es tan compleja y tan ágil que la dicción cubana para un español a ese ritmo hace muy difícil la compresibilidad exacta del verso. Y la palabra es el sustento de esta obra. Las sentencias, las argumentaciones, los juegos de ingenio, las sátiras, tan quevedescos, tan conceptistas, en gran medida se pierden.
La historia de Celos y agravios es la siguiente: Don Juan, noble burgalés, llega a Madrid una noche en busca de su prometida, doña Inés. Ambos se conocen sólo por un retrato, no directamente. Pero el criado de don Juan, Sancho, le confiesa que por error no ha enviado el retrato de aquel a doña Inés, sino el suyo propio. Por otra parte, al llegar a Madrid, don Juan ve descender de la casa de doña Inés a don Lope, pretendiente no correspondido de doña Inés, y por el cual don Juan está doblemente agraviado sin saberlo: Don Lope había seducido y abandonado a su hermana doña Ana en Burgos, y asesinado a su hermano don Diego. Don Juan siente celos y propone a Sancho que intercambien sus papeles amparados por el equívoco del retrato hasta que él descubra qué hay realmente entre doña Inés y don Lope.
Rojas Zorrilla, autor barroco de la escuela de Calderón de la Barca, escribe, entre otras obras, una serie de comedias que algunos críticos califican como “pundonorosas”, donde el sentido del honor es tan exagerado que llega al disparate y se ponen al descubierto, a veces en boca del gracioso, sus contrasentidos. El honor, tema frecuente en la comedia del Siglo de Oro, está en las obras de Rojas Zorrilla muy por encima de todos los impulsos naturales: no en vano el título original de esta obra es Donde hay agravios, no hay celos, como otro título de este mismo autor es Primero es la honra que el gusto. El humor lo provoca este contraste: la exageración de la conducta honrosa por un lado y la descalificación de la misma por otro. Las intrigas de Rojas están bien construidas y otro de los efectos cómicos lo produce la superioridad de información del auditorio respecto a los personajes. Nosotros sabemos que Sancho está intercambiando su personalidad con don Juan, pero no doña Inés. Nosotros sabemos que es don Lope el que ha agraviado a don Juan, pero él no. O que doña Ana está en casa de doña Inés, hecho que ignoran don Juan y don Lope. Esto propicia un continuo ocultarse, entrar y salir de un único espacio donde prácticamente se desarrolla la obra. Por otra parte, es interesante el recurso del metateatro: don Juan interpreta el papel de Sancho, a la vez que el papel de don Juan es interpretado por un actor.
Quiero decir con todo esto que tanto barroquismo sin duda ha atraído a la compañía Mefisto Teatro a abordar el reto. Pero insisto: en esta obra la importancia de la palabra sobrepasa a la de la acción. Ya hablaba Pedraza, crítico literario, del gusto Rojas por hacer que en dramáticas situaciones sus personajes «gasten el tiempo en artificiosos silogismos que alternan su corazón alternativamente hacia un lado u otro con razones tan agudas, sutiles y quebradizas que hay que cogerlas con pinzas para no cortarse». Que no sean estos silogismos y sutilezas perfectamente inteligibles hace que la obra decaiga.
★★☆☆☆
Teatro Fígaro
Doctor Cortezo, 5
Tirso de Molina
ESPECTÁCULO FINALIZADO