Cartas a la redacción - Alfa y Omega

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Querido Santo Padre…

A pesar de que el 28 febrero fue el último día de su pontificado, quiero seguir llamándole Santo Padre. No dejo de dar gracias a Dios por haber regalado a la Iglesia el fecundo ministerio de un pastor tan humilde, profundo y sencillo; pastor según el corazón de Cristo. En su gesto y en las palabras con que lo ha explicado, he visto la misma lucidez, valentía, generosidad y humildad que ha venido derrochando como sucesor de Pedro. Siguen resonando en mi corazón y en mi memoria aquellas palabras que dijo, casi al principio de su pontificado, en el Encuentro de Mundial de las Familias en Valencia, en julio de 2006, sobre que «Dios mismo se hizo Hijo en la familia y nos llama a edificar y vivir la familia», y que «sólo donde existen el amor y la fidelidad, nace y perdura la verdadera libertad». Mi marido Alberto y yo, con nuestros dos hijos (aún no había nacido la pequeña, Blanca) Jaime y Pablo (que entonces tenían dos años y un año), no dudamos en seguirle entonces, junto con nuestra entusiasta comunidad de Cursillos de Cristiandad, como familia doméstica y santuario de vida. A pesar del calor y de algún que otro contratiempo, sabíamos que estábamos en Valencia no sólo para oír sus palabras, sino para ponerlas en práctica y sabernos transmisores de la fe a nuestros hijos, enseñándoles sus primeras oraciones, queriéndolos y cuidándolos como el regalo más valioso y preciado que Dios nos ha hecho. Por haber compartido con nosotros este pedazo de su vida, y otros muchos, no me siento abandonada sino profundamente cuidada y amada, y lo seguiré experimentando desde la cercanía de su oración. Su magisterio y su vivo testimonio personal no dejarán de acompañarnos, y de brillar como las estrellas en la noche. Alberto, Jaime, Pablo, Blanca y yo le queremos mucho, Santo Padre, Papa emérito, Benedicto XVI. Gracias, y hasta siempre.

Macarena Montes
Madrid

El gran gesto de un hombre humilde

Con su renuncia, Benedicto XVI nos ha dejado, junto a su impresionante magisterio como sucesor de Pedro y a la hondura de su pensamiento, un significativo gesto de humildad y sencillez. Un gesto que, seguramente a su pesar, le ha convertido una vez más en el centro de todas las miradas. Ha sido un penúltimo esfuerzo para quien ha escrito con su pontificado una página en la Historia, por su claridad frente al totalitarismo relativista y por su defensa de la verdad. Quizás la página que escriba a partir de ahora, con su vida oculta de oración y entrega, será la más hermosa. Pienso que su No puedo más es un signo de esperanza para la Iglesia: de ese humilde reconocimiento de las limitaciones humanas brota casi naturalmente la confianza en la Providencia, que en cada momento suscita las personas y los instrumentos necesarios. Resuena la frase confiada de Abraham: El Señor proveerá. Emociona ver cómo en estos días, al final de su pontificado, tanta gente se está dando cuenta de que quiere a este Papa. Incluso muchos que le recibieron con frialdad, seguramente por la imagen creada desde algunos ámbitos y medios de comunicación, reconocen su valentía a la hora de resolver los problemas. Quizás son necesarias nuevas energías y juventud para afrontar las cambiantes circunstancias que configuran nuestro mundo hipercomunicado… Desde luego, el nuevo Papa contará con la fuerza de la oración intensa de Benedicto XVI, siervo bueno y fiel.

Fernando Jiménez González
Madrid

Dos ejemplos diferentes e iguales

Dicen que las comparaciones son odiosas. Lo son, porque no hay dos personas iguales. El Creador hace a cada ser humano único e irrepetible. Es injusto, por tanto, comparar las reacciones distintas de dos personas egregias ante la misma situación, queriendo rebajar a una comparándola con la otra… El Beato Juan Pablo II nos dio un ejemplo entrañable de fortaleza. Benedicto XVI nos está dando un entrañable ejemplo de valentía, humildad y sencillez, que son también matices de esa misma virtud cardinal: la fortaleza. Cuando, después del cónclave, conozcamos al elegido por el Espíritu Santo para regir la Iglesia, comprobaremos que su personalidad es distinta de la de sus antecesores. Pero sabemos que es el Vicario de Cristo. Y lo amaremos y lo seguiremos, convencidos de que representa a Jesucristo, el Buen Pastor, que estará con su Iglesia hasta el final de los siglos. Gracias, santidad, por sus ocho años de desvelos, de cariño, de ejemplo. Gracias.

Amalia González de Castro
Vigo

La Iglesia, el Papa y Judas

Para ser humilde hay que ser valiente. Y como decía santa Teresa, «andar en humildad es andar en verdad». Con motivo de esa verdad, Benedicto XVI asume con humildad la necesidad de dejar la Silla de Pedro. En estos días salen a relucir, en los medios, las aberraciones que han cometido algunos miembros de la Iglesia. Yo soy católica y eso es lo que da más luz a mi vida. Por eso me duelen enormemente las acciones de estos nuevos Judas del siglo XXI. Cuando el Señor eligió a los doce apóstoles, que vivían a pespunte con Él, precisamente uno de ellos, Judas, lo traicionó y lo vendió. ¿Nos vamos a extrañar de que siga habiendo Judas? Pero fijémonos en los otros once. No se rasgaron las vestiduras sino que fueron fieles al Señor hasta dar su vida por Él. Un amigo escribe en un precioso libro: «Yo quisiera saber cuándo en la vida es legítimo decir: No puedo más. Cuándo la última fuerza de que el cuerpo es capaz, cuándo el esfuerzo límite y el cansancio final, cuándo el deber pararse y tener la humildad de decir: Sigue tú, que yo no puedo más». La barca de Pedro se ha convertido en un transatlántico que el Papa dirige hacia el puerto del cielo. Y Benedicto XVI deja el timón de esta gran nave a otro Papa que la lleve a puerto. No nos fijemos en los Judas, sino imitemos a los once, y dejémonos llevar por el que dijo: «Yo estaré con vosotros, todos los días, hasta el fin de este mundo».

M.ª Luisa Hernández Gómez
Granada