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El terrorismo islámico crece cada día. Los atentados contra personas inocentes se multiplican: persecución a los cristianos, incendios en iglesias e incluso en mezquitas (porque no todos los musulmanes se identifican con estos asesinos yihadistas), pueblos abandonados, niños huérfanos, hogares destruidos… El mal llamado Estado Islámico siembra el terror con ataques diabólicos a europeos, asiáticos, africanos… Se trata de una persecución infame contra la Humanidad. ¿Y cómo responden los organismos internacionales? ¿Qué están haciendo la Unión Europea, la OTAN, la ONU? Estas organizaciones nacieron «para velar por la paz, la seguridad y el progreso de las naciones, y para lograr una fórmula de diálogo y arreglo de diferencias a escala mundial». Pero, en los últimos meses, los ataques injustificados y los asesinatos en masa se cuentan por cientos, y los heridos por miles. ¿Cuántos muertos más son necesarios para que esos organismos internacionales reaccionen con firmeza? No se trata de defender a personas de una nacionalidad o de otra; de una o de otra raza: la persecución es contra seres humanos inocentes, que son atacados a traición sin ninguna explicación racional. ¡Por favor! Es necesario que se ponga solución cuanto antes a tanto fanatismo yihadista desbocado y a tanta irracionalidad.
El 11 de marzo de 1994, don Álvaro del Portillo cumplía ochenta años, y lo celebró con una peregrinación a Tierra Santa, regalo que él consideró como «una caricia del Señor». Allí tuvo ocasión de recorrer los lugares que contempló Jesús en su vida terrena y de hablar con Él «a quattro occhi (a solas Él y yo)». El 22 de marzo celebró su última Misa en una iglesia próxima al Cenáculo, en Jerusalén. Sólo Dios sabe hacer las cosas a la perfección, porque, sin duda, este regalo de cumpleaños llevaba impreso su sello. A su regreso a Roma, al día siguiente, una niña le entregó en el aeropuerto de Ciampino un ramo de flores: «Tú me regalas esas flores –le dijo– ¿Te importa que yo se las regale a la Virgen?» Horas más tarde fallecía, teniendo la ocasión de entregarle esas flores a su Madre. Su rostro estaba transido de paz y serenidad. Como el alma perdura más allá del tiempo, desde la eternidad, el ya Beato don Álvaro del Portillo nos sigue desafiando con su rostro amable y tierno a seguir la verdadera Belleza, la que nunca se agota ni defrauda.
Una vez pasado el Miércoles de Ceniza, todas las ciudades de España adquieren una gran pujanza cofradiera, con sus Cristos y sus Vírgenes adornados en sus altares con flores, con olores a incienso y con unos cultos en auge. Pero con toda esta belleza litúrgica y devocional, ¿cómo estamos llevando los cofrades, y todo cristiano en general, estos momentos de la Semana Santa, en un mundo lleno de crisis? Hago esta pregunta porque, con bastante frecuencia, nos encontramos a gentes que se llaman cofrades pero que, en realidad, piensan, actúan y valoran estas cosas como los paganos más paganos de este mundo. Tales son los casos de quienes frecuentan las iglesias y los ambientes cofrades, y al mismo tiempo fomentan y mantienen una gran ambición por el prestigio social y por el lucro en todas las dimensiones. Están en un tremendo error, pues los cultos que Dios espera de las Hermandades, y de los cristianos en general, son ante todo el amor y la justicia. Ni la ceniza, ni el ayuno, ni la oración, ni las saetas, ni las medallas, ni las insignias, ni los capirotes valen nada si son sólo actos externos. Dios reina, pero no sólo entre tantos ruidos de tambores y trompetas, ni entre tantos pregones. Implantar el reino de Dios sólo está en el gratificante camino de amar y servir, sin aspavientos. En todos los lugares en que se juegue la causa de los pobres, allí deben estar las Hermandades, allí deben estar los cofrades, porque para esto fue creada la Iglesia «para dar la Buena Noticia a los pobres».
En la cuarta manifestación Provida que se ha llevado a cabo en España en un período de 13 meses, se ha hecho un llamamiento a los doce jueces del Tribunal Constitucional, que «tienen en su mano dictar una sentencia que derogue, por inconstitucional, la vigente Ley del aborto». Unos magistrados que llevan cinco años con un recurso pendiente de resolución. «En sus manos hemos puesto una inmensa responsabilidad: defender los derechos humanos, entre los cuales el primero es el derecho a la vida. Pero callan, no se pronuncian», dicen los manifestantes. Por eso, en la manifestación se pidió un momento de silencio «para que sea un grito silencioso ante la conciencia de esos doce magistrados del Tribunal Constitucional», para que «oigan nuestro silencio y su sentido de la responsabilidad se despierte y dicten sentencia leal con el Todos tienen derecho a la vida que juraron o prometieron guardar y hacer guardar fielmente». En España, cada año, el aborto se cobra más vidas que habitantes tienen las ciudades de Segovia y Huesca; y desde su despenalización en 1985, el aborto ha acabado con tantas vidas como habitantes tienen hoy las ciudades de Zamora, Valencia, Granada, Sevilla, León, Soria y Cuenca juntas. Y esto no lo podemos olvidar a la hora de votar.