Al comenzar 2019, sintamos el gozo de una Iglesia que sigue sorprendiendo porque vive de la fuerza del Espíritu Santo, se siente acompañada por Santa María Madre de Dios y quiere seguir diciendo a los hombres el mensaje de de Jesús en su nacimiento: «Paz a los hombres que Dios quiere». Volvamos a contemplar los primeros momentos de la Iglesia, cuando los apóstoles estaban reunidos en el Cenáculo y experimentaron aquel acontecimiento de Pentecostés que se realizó de un modo sorprendente. Viento fuerte, llamas de fuego, miedo que desaparece y deja hueco y espacio a la valentía, lenguas en las que todos comprenden el anuncio… ¿Qué pasa? Sencillamente que allí donde llega el Espíritu todo es nuevo, renace y se transfigura. Ya desde el inicio, el Espíritu Santo produce sorpresa y turbación. La Iglesia tiene que hacerse presente en medio de los hombres, en medio de esta historia y de los caminos por los que van los hombres, sorprendiendo y turbando.
La Iglesia que nace en Pentecostés, la Iglesia fundada por Jesús, conmemora en estos días el nacimiento de Jesús en Belén. Y hoy el Señor, en el año 2019 que acabamos de comenzar, sigue suscitando sorpresa y turbación. Si, sigue manifestándose a través de los discípulos del Señor y sigue pidiendo a los hombres de buena voluntad que lo acojamos, que le dejemos hueco en nuestra vida, que lo hospedemos. La verificación de qué lugar dejamos en nuestra vida para hospedar y también ver la calidad de esa hospitalidad se manifiesta en lo que hacemos con los hermanos. Hemos vivido la sorpresa y turbación que el Encuentro Europeo de Taizé en Madrid ha suscitado en muchos jóvenes y en las personas que les abrieron sus puertas. Jóvenes provenientes de toda Europa, reunidos para escuchar al Señor, para realizar encuentro y escucha; para hacer silencio y oración; para curar nuestras divisiones internas; para vivir la experiencia de la hospitalidad de los primeros cristianos; para descubrir junto a Dios el futuro que Él nos da y las decisiones que hemos de tomar en nuestra vida.
Para entender mejor el año nuevo, entremos en la hondura y profundidad que nos ofrece Jesucristo: sorprendidos y turbados como los pastores de Belén. La sorpresa es la que reciben los pastores y la turbación es lo que ellos provocan en los demás. La sorpresa es característica de una Iglesia que vive y da vida, pues si la Iglesia no sorprende es síntoma de enfermedad, de debilidad. Si fuera así tenemos que poner remedios. Y el remedio más inmediato es ponernos delante de Cristo abiertamente. La turbación es lo que provocan en quienes los ven vivir y actuar. Quizá muchos hubiesen preferido que los discípulos de Jesús viviesen bloqueados por el miedo o encerrados en sí mismos. Pero la Iglesia no quiere ser un elemento decorativo, no duda en salir, no duda en encontrarse con todos en los diversos caminos y en las diversas situaciones existenciales.
Qué fuerza tiene para entender lo que vino a hacer el Señor, nacer de noche y ser anunciado de noche. Y la fuerza está en que Él es la Luz, pues lo anterior son apariencias de luz, y además da su Luz a todos los hombres. Nació de noche para mostrar la intensidad de su Luz y es anunciado de noche para que, quien oiga este anuncio, vea la diferencia entre lo que vive y lo que se le ofrece.
Sorprendidos estamos por Jesús: se acerca a nosotros para bendecirnos, iluminarnos y darnos a conocer sus caminos, esos que nos llevan a nosotros y a todos los hombres a la vida, a la verdad. ¿Cómo no cantar a este Dios que en su cercanía nos alegra, nos da su Luz y su confianza? ¿Cómo no alegrarnos cuando Él nos da su presencia que enriquece nuestras relaciones con los demás? ¿Cómo no alegrarnos cuando Dios se ha acercado a nosotros, hemos visto su rostro y nos ofrece su vida para que sorprendamos en este mundo a todos los hombres y los animemos a vivir dando de su Luz? Iniciemos el camino de 2019 sorprendiendo con estos contenidos:
1.- Tómate como tarea fundamental de tu vida dar la paz de Jesucristo. La misión que da Jesús a sus discípulos es regalar y acercar su paz. Debemos hacernos servidores de esa paz que quiere entregar a todos los hombres. Esa paz tiene rostro, medidas, modos y maneras de hacerse presente, es una Persona, es Jesucristo. Como nos dice el mismo Jesús: «No he venido a que me sirvan sino a servir y a dar mi vida», «quien quiera ser el primero que se haga el último y el servidor de todos». Con la paz de Jesucristo, sal a los caminos y bendice, protege, ilumina y muestra su rostro a todos los hombres.
2.- Sé generador de confianza y de esperanza. Vive y hazte hermano de todos los hombres. Genera confianza, escucha, participación y conversación. Es necesario que vivas y sientas en profundidad la realidad que construye tu vida y la da fundamento, como es esa filiación que Dios nos ha dado como regalo: somos hijos de Dios y por eso llamamos a Dios, Padre. Unos hijos libres y no esclavos, libres para vivir desde lo que somos y por ello amar a todos los que encontremos en el camino, sabiendo que esto lo hacemos cuando no contemplamos a los demás desde las diferencias, sino metiéndolos en nuestro corazón y siendo contemplados como hermanos. No hermanos por conquista personal, sino porque los ha conquistado Dios como hijos y nos los puso a nuestro lado como hermanos. Viviendo así generas confianza y esperanza, eliminas de esta tierra la corrupción que surge siempre de ver al otro como enemigo.
3.- Da prioridad en tu vida a Jesucristo, ponlo en el centro. En el admirable silencio de María en Belén, contemplamos a la mujer que ha dado prioridad en su vida a Dios. Cuando de Ella se nos dice que «conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón», en ese silencio contemplativo, descubrimos la acogida de Dios, de su voluntad, de sus deseos, de su paz. Necesitamos poner a Dios como prioridad en nuestra vida: cuando está ausente, nuestra vida y la de la sociedad enferman porque, entre otras cosas, el ser humano necesita una respuesta que no se puede dar a sí mismo. Por muy ilustradas que sean nuestras ideas, si se nos derrumba lo esencial y nuestro mundo no puede cambiar, ¿qué hacemos? La presencia de Jesucristo en nuestra vida nos ofrece una conversión del corazón, la paz del alma, como aquella que tenía Santa María. Vivir así nos regala lo que es de primera necesidad para nuestro mundo: la paz con nosotros mismos, la paz con el otro y la paz con la creación.
Comienza el año con lo que ofreció y dio Jesús el día que nació en Belén: comenzó un tiempo de paz. Desármate y busca todos los caminos para hacer llegar a Jesús sorprendiendo siempre. ¡Feliz 2019!