Carta a los Reyes Magos - Alfa y Omega

Los Reyes Magos existen. Los Reyes Magos existen. Existen porque la ilusión ocupa un lugar especial en todo ser humano, y la ilusión es el envoltorio de la esperanza. Sin esperar no es posible vivir. En nuestra familia todos escribimos a los Reyes Magos: los hijos, los padres, los nietos, los abuelos… Cada cual escribe su propia carta y deposita en ella sus propias ilusiones. Nosotros, los abuelos, somos los encargados de poner en el correo todas las cartas.

En nuestro camino hacia el buzón, nos hemos tropezado con Kelele. Nos mira esperando que alguien se agache para comprar alguno de los artículos que vende. Llegó en una patera. Ha dejado en su país muchos hermanos, a los que envía dinero cuando puede. Y vive mucho mejor, en una habitación compartida. Antes vivía en un descampado de las afueras. No nos hemos atrevido a preguntarle si ha escrito ya a los Reyes Magos.

En este nuestro caminar hacia correos, también nos hemos acordado de Marisa. Marisa es española, muy humilde y todo nervio, igual que un junco que nunca troncha el aire. Tiene un hijo drogadicto, otro está en la cárcel, otro hijo está en el paro, y una hija se ha separado de su marido, y ha vuelto a vivir con ella. Todos los ingresos que entran en su casa son cosa de Marisa, y lo hace honradamente, limpiando todas las escaleras, todos los portales, todas las casas que están a su alcance. Tiene menos ingresos, porque hay menos sitios que limpiar, pero nunca ha abandonado su rostro sonriente de esperanza. Esta mañana, cuando la hemos visto, tampoco le hemos preguntado si ya había escrito a los Reyes Magos.

Nos hemos mirado mutuamente, y hemos pensado que también deberíamos llevar con nosotros la carta de Amita. Ella solamente tiene tres años. Ha nacido en España, de madre rumana, sin padre conocido. Hasta hace muy poco vivía con su abuela en una casa abandonada que compartía con otros. Hoy reside en una casa de acogida y ya no tiene mocos.

Tampoco Jesús tenía casa, ni siquiera casa de acogida. Sus padres son muy pobres. Su madre, María, se ha puesto de parto. Su marido José, ha llamado en todos los hospitales, en todas las residencias, y nadie los ha acogido, porque no pueden pagar. Han tenido que refugiarse en una cueva que usan los pastores y allí María ha dado a luz a Jesús. Tiene por cuna el pesebre donde comen los animales, es de paja limpia y seca el colchón en que reposa, se arropa con el calor de una manta raída que le ha puesto su madre, se alimenta con leche que le prestan. Nos consta que ha recibido la visita de los Reyes Magos y que Él, recién nacido, sólo ha podido contestar con una sonrisa de luz y de esperanza, de esperanza salvadora.

De nuevo nos hemos mirado y nos hemos sonreído. Hemos depositado en el buzón todas las cartas que llevábamos, todas menos una, la nuestra. Hemos decidido romperla, y en su lugar hemos escrito otra nueva que dice escuetamente así: «Queridos Reyes Magos: Traednos solamente una sonrisa, una sonrisa que nunca se nos caiga de los labios».

Teresa y Lucrecio Martínez Espejo