Caridad y economía - Alfa y Omega

Caridad y economía

Alfa y Omega

La crisis económica, que no deja de agudizarse cada día, como se reconoce cada vez con mayor unanimidad, esconde una más profunda. Se habla de crisis moral, de crisis de valores, y bien se puede decir así, pero esta calificación no llega hasta el fondo. Más honda que el deterioro moral y de los valores, que ciertamente provocan el destrozo de la economía, está la raíz de todos estos males, que con toda precisión ha identificado Benedicto XVI como una crisis de fe. Lo hace en su Carta de convocatoria del Año de la fe, que no es ajeno, desde luego, a la urgente respuesta que necesita la grave situación de nuestras sociedades hundidas cada vez más en el paro y la pobreza. Los hechos, de ayer y de hoy, no dejan de poner de manifiesto que es precisamente la fe la verdadera garantía de la vida; cuando la fe es auténtica, claro; no cuando se reduce a una vida privada que ya no es la vida real. «Por la fe —recuerda el Papa en su Carta—, muchos cristianos han promovido acciones en favor de la justicia, para hacer concreta la palabra del Señor, que ha venido a proclamar la liberación de los oprimidos y un año de gracia para todos».

La fe auténtica, ciertamente, alimenta la caridad, y sólo la caridad —he aquí el genuino nombre de la solidaridad— vence la injusticia y la pobreza. Por eso, el mismo Benedicto XVI, ya en su encíclica social Caritas in veritate, no se queda en argumentos morales y llega hasta la raíz: «El gran desafío que tenemos, planteado por las dificultades del desarrollo en este tiempo de globalización y agravado por la crisis económico-financiera actual, es mostrar, tanto en el orden de las ideas como de los comportamientos, que no sólo no se pueden olvidar o debilitar los principios tradicionales de la ética social, como la trasparencia, la honradez y la responsabilidad, sino que en las relaciones mercantiles el principio de gratuidad y la lógica del don, como expresiones de fraternidad, pueden y deben tener espacio en la actividad económica ordinaria».

La decisión de no ir cada uno a lo suyo, como se ve en las viñetas que ilustran este comentario, no puede ser más de sentido común; y, sin embargo, ¿cómo es que en las relaciones mercantiles y laborales hoy brilla tanto por su ausencia? No puede estar más clara la potencia del don de la fe que se nos ha dado en Jesucristo: llena de luz la razón. Ésta, sin la fe, que nos descubre personas, imagen y semejanza de Dios, y hermanos unos de otros, ya vemos a dónde lleva. El Beato Papa Juan Pablo II, en su encíclica Sollicitudo rei socialis, de 1987, lo deja claro: «El ejercicio de la solidaridad dentro de cada sociedad es válido sólo cuando sus miembros se reconocen unos a otros como personas… La solidaridad nos ayuda a ver al otropersona, pueblo o nación—, no como un instrumento cualquiera para explotar a poco coste su capacidad de trabajo y resistencia física, abandonándolo cuando ya no sirve, sino como un semejante nuestro, una ayuda, para hacerlo partícipe, como nosotros, del banquete de la vida al que todos los hombres son igualmente invitados por Dios. De aquí la importancia de despertar la conciencia religiosa de los hombres y de los pueblos». Es decir, despertar la fe, que, lejos de separar de la vida real, la hace auténticamente humana, llevando a la actividad económica ordinaria no otra cosa que el principio de gratuidad y la lógica del don.

En la citada Sollicitudo rei socialis, Juan Pablo II no sólo da doctrina: pone delante el «admirable testimonio de esta solidaridad» de los santos canonizados por la Iglesia que «sirven de ejemplo en las difíciles circunstancias actuales», y no duda en proponer a «san Maximiliano Kolbe, dando su vida por un prisionero en el campo de concentración de Auschwitz». Las circunstancias no serán hoy, entre nosotros, tan atroces, pero es precisa la misma fe para vencerlas. ¿No es esta fe la que está venciendo la crisis actual en tantos admirables testimonios de hijos de la Iglesia, donde no faltan multitud de laicos, y de religiosos como el padre Kolbe? Lo recuerda, en su mensaje con motivo de un nuevo año de actividades de las congregaciones religiosas, el Presidente de la Conferencia Española de Religiosos: «Es justo reconocer que, a niveles institucionales y personales, la vida religiosa está respondiendo con gran generosidad, de mil maneras diversas a tantas urgencias y tantas tragedias, cuyas lágrimas y angustias conocemos bien». Y subraya cómo la raíz de esta generosidad no es otra que la Caridad, Dios mismo hecho carne, Jesús, que «cautiva a la muchedumbre porque tiene un corazón compasivo». A muchos les parecerán simples palabras piadosas. Pero no es así. Que en la caridad está la fuente de todo bien, incluida la victoria sobre las crisis económicas y financieras, no son palabras vacías: lo avala el admirable testimonio de los hechos.