Cardenales para tiempos de alta marejada. La Iglesia no existe por sí misma; remite a Otro - Alfa y Omega

Cardenales para tiempos de alta marejada. La Iglesia no existe por sí misma; remite a Otro

No ha sido una fiesta de fastos. El consistorio para la creación de 22 nuevos cardenales, entre los que se encuentra el español Santos Abril, y el anterior nuncio apostólico en España, monseñor Manuel Monteiro de Castro, que se celebró el 18 de febrero en la basílica vaticana, ha sido una lección de humildad y sencillez de Benedicto XVI a la Iglesia y al mundo

Jesús Colina. Roma
El Papa abraza al neocardenal Santos Abril, tras imponerle la birreta.

Tras el momento culminante del consistorio, en el que los purpurados juraron fidelidad al Papa hasta el derramamiento de la sangre y recibieron la birreta y el anillo, el obispo de Roma pronunció con eficacia una alocución que buscaba ilustrar la lógica del Evangelio: «El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor».

La respuesta de Benedicto XVI

Escuchaban al Papa, además de los peregrinos que llenaban el templo más grande del catolicismo, 133 de los 213 miembros del Colegio cardenalicio, incluidos los nuevos cardenales. Los ausentes se excusaron por razones de edad, de salud o de precedentes compromisos inderogables. Sus palabras penetraron en los presentes, pues caían en momentos difíciles para la vida del Santo Padre y de la Iglesia, tras los ataques contra hombres e instituciones de la Santa Sede, originados por filtraciones, ya desmentidas, a periódicos sobre diversos temas, entre ellos un delirante complot contra Benedicto XVI.

En este contexto, el mensaje del Papa a los nuevos cardenales fue muy claro. Les pidió «que sirvan a la Iglesia con amor y vigor, con la transparencia y sabiduría de los maestros, con la energía y fortaleza de los pastores, con la fidelidad y el valor de los mártires».

Como hiciera Jesús con sus apóstoles, al exigirles que abandonaran la lógica «del poder y la gloria», el Papa también dio vida a las palabras de san Cirilo de Alejandría cuando, a inicios del siglo V, recordaba que «los discípulos habían caído en la debilidad humana y estaban discutiendo entre sí sobre quién era el jefe y superior a los demás. Esto sucedió y ha sido narrado para nuestro provecho. Lo que les pasó a los santos apóstoles se puede revelar para nosotros un incentivo para la humildad».

El Papa, en la jornada de reflexión, en la Sala del Sínodo (a la izquierda, monseñor Dolan; a la derecha, el cardenal Sodano, decano del Colegio cardenalicio).

Servicio, no poder

Tras imponer la birreta roja a los cardenales, les explicó que, con este gesto, les confiaba «el servicio del amor: amor por Dios, amor por su Iglesia, amor por los hermanos con una entrega absoluta e incondicional, hasta derramar su sangre si fuera preciso. El servicio a Dios y a los hermanos, el don de sí: ésta es la lógica que la fe auténtica imprime y desarrolla en nuestra vida cotidiana y que no es, en cambio, el estilo mundano del poder y la gloria», añadía el Papa. Eran palabras muy diferentes a la idea que se empeñaban en transmitir esos días muchos periódicos, mostrando el Vaticano como un nido de intrigas y luchas de poder.

Recordando lo evidente

La fiebre mediática había subido hasta tal punto, que el padre Federico Lombardi, director de la Oficina de Información de la Santa Sede, tuvo que calmar las aguas con una declaración oral en la que invitaba a los periodistas a recordar que los Pontífices elegidos en el último siglo «han sido personas de altísimo e indiscutible valor espiritual». Y explicaba: «La interpretación en clave de luchas de poder intestinas depende, en gran parte, de la bajeza moral de quien la provoca, que con frecuencia no es capaz de otra cosa. Quien cree en Jesús sabe, por suerte, que las verdaderas preocupaciones de quien tiene cargos de responsabilidad en la Iglesia son, más bien, los graves problemas de la Humanidad de hoy y mañana, aunque escriban o digan otra cosa los periódicos».

Benedicto XVI al frente

Benedicto XVI, en estos días, ha demostrado que está perfectamente al corriente de lo que escriben los periódicos, pero toda esta serie de rumores no hacen mella en él. Al encontrarse con los seminaristas de su diócesis, el 15 de febrero, bromeaba en tono irónico: «Hoy se habla mucho de la Iglesia de Roma, se dicen muchas cosas, pero esperemos que se hable también de nuestra fe, de la fe ejemplar de nuestra Iglesia, y pidamos al Señor para que hagamos lo posible para que no se hable de todas esas cosas, sino de la fe de la Iglesia de Roma», afirmaba con una sonrisa. En este sentido, fueron particularmente emocionantes las palabras con las que el Papa acabó su alocución a los cardenales en el consistorio: «Y pedid también por mí, para que pueda ofrecer siempre al pueblo de Dios el testimonio de la doctrina segura y regir, con humilde firmeza, el timón de la santa Iglesia».

El Papa a su llegada, el domingo, a la basílica vaticana, para la Misa de Acción de Gracias.

El nuevo cardenal Fernando Filoni, prefecto de la Congregación para la Evangelización de los pueblos, al inicio de la Misa que concelebraron los nuevos purpurados con el Papa, al día siguiente, se convirtió en portavoz de sus compañeros al explicar que «el color púrpura del que somos revestidos los cardenales nos recuerda no tanto la grandeza de quien la llevaba como símbolo de poder o de dominio, sino el misterio profundo del sufrimiento de Jesús, revestido por sus torturadores con un manto de color púrpura y presentado de esa manera a la muchedumbre en el palacio de Pilatos».

O, como dijo el cardenal Giuseppe Betori, arzobispo de Florencia, en la Misa que presidió en su estupenda catedral, el único honor ante los ojos de Dios para un cardenal es «la disponibilidad a luchar por la verdad y por el bien, sin compromisos, sin tener miedo de entrar con fuerza en las situaciones, pero siempre con caridad».

La Iglesia de Benedicto XVI

Y es que así es la Iglesia que Benedicto XVI está promoviendo en sus ya casi siete años de pontificado, que han promovido una purificación profunda en la Iglesia, ya comenzada por Juan Pablo II. En la Misa que presidiría con los cardenales el domingo, el Papa dejó espacio a sus confidencias para presentar a la Iglesia como «una ventana, el lugar en el que Dios se acerca, se encuentra con el mundo». Porque «la Iglesia no existe por sí misma, no es el punto de llegada, sino que debe remitir más allá, hacia lo alto, por encima de nosotros. La Iglesia es verdaderamente ella misma, en la medida en que deja trasparentar al Otro —con la O mayúscula—, del cual proviene y al cual conduce. La Iglesia es el lugar donde Dios llega a nosotros, y desde donde nosotros partimos hacia Él; ella tiene la misión de abrir más allá de sí mismo ese mundo que tiende a creerse un todo cerrado y llevarle la Luz que viene de lo alto, sin la cual sería inhabitable».

Púrpura española

En silencio conmovido, escuchaba al Santo Padre el nuevo cardenal español, el turolense Santos Abril, Arcipreste de la basílica de Santa María la Mayor, en Roma, quien estaba arropado por más de un centenar de vecinos de su localidad natal, Alfambra.

La delegación española estuvo presidida por el ministro del Interior, don Jorge Fernández Díaz, acompañado por la embajadora de España ante la Santa Sede, doña María Jesús Figa López-Palop, y por el secretario de Estado de Asuntos Exteriores, don Gonzalo de Benito.

Tras este consistorio, el Colegio cardenalicio queda compuesto por 125 electores y 88 no electores, por haber cumplido los ochenta años. En los cuatros consistorios de su pontificado, Benedicto XVI ha creado 62 cardenales. En total, los cardenales proceden de 71 países: 119 de Europa, 21 de América del Norte (Estados Unidos y Canadá), 32 de Hispanoamérica, 17 de África, 20 de Asia y 4 de Oceanía.

En camino, hacia el Año de la fe

En la víspera del consistorio, el Papa reunió a los participantes en una jornada de reflexión y oración, en torno a la nueva evangelización y al Año de la fe. El arzobispo Rino Fisichella, presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización, informó a los cardenales acerca de algunas iniciativas, con motivo del Año que se abrirá el 11 de octubre, 50 aniversario de la apertura del Concilio. La ponencia principal corrió a cargo del ahora ya cardenal Dolan, arzobispo de una ciudad, Nueva York, que suele presentarse como la capital «de la cultura secular», en la que, sin embargo, «la mayoría de la gente, de algún modo, se cuestiona el significado último de la vida y se pregunta sobre la idea de Dios». Ése es el campo de acción de la nueva evangelización, que precisa testigos, «misioneros entusiastas» que susciten en los demás la pregunta de Dios.

A lo largo del día, hubo unas 30 intervenciones, según un comunicado de la Santa Sede, sobre temas como la perfección religiosa en Oriente Medio o China, la religiosidad popular en Iberoamérica, o la importancia de las Jornadas Mundiales de la Juventud. El Papa destacó, al cerrar la jornada, el «amplio mosaico de ideas y propuestas». Subrayó la importancia el Concilio para «volver a descubrir la contemporaneidad de Jesús y de la fe», y pidió una renovación de la catequesis para hacer frente a lo que se definió como «analfabetismo religioso».