Belleza y trascendencia - Alfa y Omega

Ilia Galán ha repetido que su poesía es religiosa, como él mismo y cuanto piensa y siente. La poesía da sentido a su existencia a cada instante porque supone encuentro con la belleza y, en sus palabras, «quien sabe leer bien la belleza, acaba en la religión». En su caso, en la contemplación del «más allá / desde el / más acá», «armado de una voluntad clavada como una flecha en Dios».

Más allá de las ruinas. Viaje espiritual de Grecia a Roma (Algaida, 2019), VII Premio Internacional de Poesía José Zorrilla, encuentra su unidad en una estructura trabada en torno al tema del viaje y sostenida en cada poema con el contraste entre lo caduco y lo eterno. El yo poético se rodea de restos arquitectónicos y los evoca al lector como muestras de lo perecedero o como analogía no explícita de nuestra sociedad. Las ruinas se acomodan en versos igualmente rotos en su métrica esencial, en versos que huyen de la rima y se aproximan a la simbolización. Pero durante las sucesivas visitas a la torre, al teatro, a la acrópolis o a los templos, emblemas llenos de muescas del tiempo y su declive, el poeta se alza hacia los misterios divinos, arropado por el amor de la Trinidad y de la Virgen Madre.

El poeta percibe que, frente a cuanto pudo parecer imperio inextinguible pero ha muerto, queda la Palabra, «el Espíritu susurra con su beso / al corazón del intelecto / la última y primera Palabra»; frente a cada monumento devastado por los años, Dios mantiene el universo con todo esplendor: «El mismo cielo luce para unos y otros, / y las aves la eternidad cantan todos los días / de una primavera que no osamos imaginar».

Galán es, ante todo, un detector de poesía, es decir, un detector de los intersticios de materia por los que se filtran los vínculos con el Creador, y canta los hallazgos, refleja el sentimiento poético de lo absoluto, y deja el poso de lo que no se acierta a expresar, de lo inasible: «Dicen alegres las campanas / lo que los labios pronunciar no supieron». El poeta transmite la placidez de quien vive afianzado en Dios y canta esa experiencia, ante la cual ceden el vértigo del pecado, de la muerte o de lo desconocido. «Nos succiona el abismo más negro: / somos nosotros. / Pero hay una mirada cosida con abrazos / y esa Majestad nos recoge entre los besos / en un regazo materno».