Beato español de grande fe y profunda caridad - Alfa y Omega

Beato español de grande fe y profunda caridad

El pasado domingo, Córdoba se vistió de fiesta al celebrar, por primera vez, una beatificación, la del padre Cristóbal, fundador de las Hermanas de Jesús Nazareno, sacerdote de Mérida que realizó la mayor parte de su vida pastoral y caritativa en tierras cordobesas. La imagen de Jesús Nazareno estuvo presente en el altar mayor, junto con el arcón de los restos mortales del nuevo Beato: lo adornaba un centro de girasoles que hacía honor a su apodo: el Girasol de Dios

Juan Ignacio Merino
El cardenal Ángelo Amato, Prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos, inciensa las reliquias del nuevo Beato, durante la ceremonia de beatificación.

A las 10:30 horas de la mañana del domingo pasado, más de 5.000 personas ya ocupaban sus puestos en la Santa Iglesia Catedral de Córdoba para ser testigos de un acontecimiento histórico en esta ciudad: era la primera vez que, en este lugar, se celebraba una beatificación. Las casi 130 Hermanas Franciscanas Hospitalarias de Jesús Nazareno que hay en todo el mundo ocupaban los primeros bancos de la nave central, junto a las autoridades civiles y militares de Córdoba y Mérida, dos ciudades claves para entender la santidad de este nuevo Beato de la Iglesia.

Suenan las campanas de la catedral, anunciando con su repique que ya va a dar comienzo la celebración, mientras cientos de niños de los colegios de la Congregación de Jesús Nazareno, con sus uniformes, agitan unos girasoles de cartulina con el rostro del padre Cristóbal, esperando impacientes que el acto comience. El órgano empieza a sonar, el coro entona el canto de entrada, y más de medio centenar de seminaristas encabezan la procesión, seguidos de un centenar de sacerdotes y, tras ellos, varios obispos españoles, el arzobispo emérito de Sevilla, cardenal Carlos Amigo, el Nuncio Apostólico en España, monseñor Renzo Fratini, el arzobispo de Sevilla, monseñor Juan José Asenjo –que impulsó la Causa del padre Cristóbal cuando era obispo de Córdoba–, el obispo de Córdoba, y anfitrión de la ceremonia, monseñor Demetrio Fernández, y el prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos, el cardenal Angelo Amato, quien presidirá, en nombre del Santo Padre, la celebración.

Alumnos de los colegios de Jesús Nazareno, con girasoles de cartón en honor a su fundador, durante la ceremonia.

Comienza la Santa Misa con el rito de la beatificación, en el que el obispo de Córdoba, acompañado por el padre Evaristo Martínez de Alegría, postulador de la Causa en Roma, y la hermana Leonor Copado, madre general de las Hospitalarias de Jesús Nazareno, piden al Santo Padre la inscripción en el número de los Beatos al Siervo de Dios padre Cristóbal de Santa Catalina. Tras la petición, en la que se narran la vida y milagros del Siervo, y la consecución del Proceso, el cardenal Amato lee la Carta apostólica en la que el Papa Francisco declara solemnemente al padre Cristóbal como Beato. En ese momento, las arcadas mudéjares comienzan a retemblar por el estruendo de los aplausos de todos los fieles. Sin duda, es el momento más esperado para todos los presentes, y los niños vuelven a agitar sus girasoles de cartón, mientras se descubre un panel con la imagen del beato, y son bendecidas sus reliquias, portadas por Alejandro y sus padres, el niño en quien, por intercesión del Beato, se obró el milagro definitivo para concluir la Causa de beatificación.

Mi Providencia y tu fe…

Tras la liturgia de la Palabra, llena de solemnidad y alegría pascual, el cardenal Angelo Amato pronuncia su homilía, en la que desgrana la vida del nuevo Beato, y cuenta sus milagros: la multiplicación de dinero, la multiplicación del pan para dar de comer a los enfermos, o el milagro de la olla agujereada que deja de gotear para cocinar el puchero a los enfermos…Y continúa, calificándole como «un hombre de grande fe, que se traducía en una confianza cotidiana en la divina Providencia»; de ahí el lema que el Beato puso en la enfermería del hospital que fundó: Mi Providencia y tu fe han de tener esto en pie. «En el ánimo de nuestro Beato –prosigue el cardenal–, además de la fe, ardía el santo fuego de la caridad, que se alimenta socorriendo a los que sufren», y señala que la caridad «es una virtud que, como una madre, nutre en su pecho otras virtudes».

A través del valle de la humildad

También recalca los sufrimientos y humillaciones que tuvo que pasar el padre Cristóbal: «Se llega al monte de la caridad –dijo– sólo a través del valle de la humildad». Y el cardenal Amato concluye sus palabras afirmando que «es un santo para nuestro tiempo», y que, con su ejemplo de fe y caridad, puede llegarse a la santidad. Asimismo, indica a las Hermanas Hospitalarias –repartidas por España, Italia, Perú, Guatemala, República Dominicana y Haití– el doble compromiso que les muestra su fundador: de santificación y de caridad sin fronteras, pidiendo al Beato que las guíe, fortifique y haga florecer la Congregación con santas y numerosas vocaciones.

Al terminar la ceremonia, pasadas las 14 horas, la catedral se vuelve a llenar de aplausos y de movimiento; comienza la procesión de Jesús Nazareno, precedida por las reliquias del Beato hacia su sede, acompañado por cientos de cofrades del Nazareno llegados de diversos puntos de la diócesis de Córdoba. En el Patio de los Naranjos, entre el humo del incienso y el sonido majestuoso de la banda, el paso comienza la procesión seguido de los cofrades, de las autoridades civiles y de cientos de fieles que, bajo un espléndido sol, quieren rendir honores al nuevo Beato. Al girasol de Dios.

El niño-milagro del Beato Cristóbal

Alejandro es un niño de 10 años que vive gracias a la intercesión del nuevo Beato, y su caso fue el milagro definitivo para culminar la Causa de beatificación del fundador de las Hermanas de Jesús Nazareno. Acompañado de sus padres, portó las reliquias del padre Cristóbal durante la beatificación

Manuel y Alicia, economista y fisioterapeuta, son un matrimonio cordobés que, en el año 2002, vivieron un acontecimiento que cambió sus vidas. Los dos eran creyentes, pero de una manera débil y poco constante. Alicia estaba embarazada de 17 semanas (cuatro meses) cuando, un día, al llegar de la residencia de ancianos de las Hermanas de Jesús Nazareno donde trabaja, sintió que la bolsa del líquido amniótico se rompía. Acudió a su ginecólogo de urgencia, y éste le dijo que la bolsa estaba rasgada, desprendida, y que contenía muy poco líquido, lo que significaba que le tendrían que realizar un legrado. La vida del niño terminaría antes de llegar a nacer.

Al enterarse, las Hermanas de Jesús Nazareno le llevaron una reliquia del padre Cristóbal, se la pusieron en el cuello y le aseguraron que rezarían una novena por ella y por el bebé. Tras varios días de reposo, volvió al médico para hacerse una ecografía, cuando la decisión de acabar con el embarazo por ser inviable ya era inmediata. Al realizarle la ecografía, el médico no podía creer lo que estaba viendo: la bolsa se había regenerado completamente, estaba bien colocada y llena de líquido amniótico. Algo imposible, ya que el líquido amniótico no se regenera y la bolsa no se puede cerrar. Tras varios meses de reposo y al comprobar que todo iba bien, Alicia se reincorporó al trabajo y continuó su vida normal, aunque todavía catalogaban su embarazo como de alto riesgo, por las infecciones que habría sufrido el feto. Cumplidos los meses, nació Alejandro Cristóbal sano y salvo.

Alicia y Manuel creyeron desde el principio que la vida de Alejandro es un milagro por intercesión del padre Cristóbal: «Fue algo inmediato, yo me encomendé al padre Cristóbal desde el primer momento, desde que las monjas me dieron su reliquia y rezaron por nosotros», asegura Alicia. «Alejandro es un niño bueno, noble, le encanta todo lo que tenga relación con la Iglesia…; desde pequeño, le hemos llevado a las monjas y ha sabido que es el niño-milagro, y él lo ve como algo normal», apunta la madre. Tres años después, nació Silvia, y sabe también desde pequeña que su hermano nació por intercesión del Beato; «incluso en las catequesis de Comunión habla del milagro de su hermano», dice Alicia, aunque afirma que algunos se sorprenden, y otros no se lo creen.

La vida de esta familia ha cambiado, no sólo porque fuera posible la vida de Alejandro Cristóbal, sino porque, desde entonces, viven de forma más comprometida y madura su fe, y no sólo eso, sino que, en el hospital, donde atendieron a Alicia, han cambiado el protocolo de actuación en estos casos, dando un mayor tiempo de espera. Actualmente, este matrimonio recibe muchas llamadas de casos parecidos al suyo, pidiéndoles que encomienden su causa al Beato Cristóbal de Santa Catalina.

RELACIONADO