Bakhita, esperanza para un Sudán ensangrentado y esclavizado - Alfa y Omega

Bakhita, esperanza para un Sudán ensangrentado y esclavizado

Entrevista con el Presidente de la Conferencia Episcopal del país, monseñor Paulino Lukudo Loro. Juan Pablo II ha canonizado a una esclava sudanesa, Josefina Bakhita. Fue un día extraordinariamente importante en la historia de los cristianos del sur de Sudán, que todavía hoy sufren la esclavitud, víctimas de los programas de islamización impuestos por el Gobierno de Jartum

Jesús Colina. Roma

Nacida en Sudán, en 1869, año de la apertura del canal de Suez, fue raptada y esclavizada a los siete años por traficantes árabes. El nombre de «Bakhita», que significa «Afortunada», se lo dieron precisamente sus «amos». Fue comprada y vendida cinco veces hasta que, en 1882, fue comprada por un agente consular italiano, Calisto Legnani, quien la llevó a Italia. Allí trabajó como niñera, pudo conocer el cristianismo y se bautizó, en 1890. Tres años más tarde entró en la Congregación de las Religiosas Canosianas, donde vivió en su convento del norte de Italia en Schio (Vicenza), realizando trabajos humildes. En la localidad, muy pronto gozó ya de fama de santidad. Cuando murió Bakhita, el 8 de febrero de 1947, una fila ininterrumpida de personas pasó durante tres días para despedirse de su cuerpo.

Antes de participar en la proclamación de la santidad de esta mujer, símbolo de esperanza para todo cristiano sudanés, los obispos del país quisieron tener su reunión anual. Ahora bien, como no pudieron hacerlo en su propio país, a causa de la sangrienta guerra civil que enfrenta al norte -dominado por el ejército árabe-musulmán, sede del Gobierno regido por una junta militar- contra el sur -cristiano-animista, en el que actúan los guerrilleros del Ejército de Liberación del Pueblo Sudanés (SPLA)-, los seis obispos del norte y los seis del sur decidieron viajar unos días antes de la canonización a Italia, y allí, en la localidad de Pesaro, en tranquilidad, pudieron hacer un balance de la situación que tiene que vivir su gente.

El Presidente de la Conferencia Episcopal de Sudán, el arzobispo de Juba, monseñor Paulino Lukudo Loro, ha querido ilustrar a los lectores de «Alfa y Omega» la situación y lanzar, al mismo tiempo, un grito para que el drama de su país no sea olvidado.

¿Cómo es la situación en estos momentos en Sudán?
La situación es de guerra total, especialmente en el sur de Sudán. Yo vivo en la ciudad de Juba, que se encuentra en primera fila en este país en guerra. Hay armas y soldados hasta debajo de las piedras, y esto, como se puede imaginar, comporta otros problemas: hambre y todas las consecuencias de una guerra.

Sabemos que no hay libertad religiosa. ¿Cómo trabaja la Iglesia católica en estas circunstancias?
Aunque no existe plena libertad de religión -como tampoco existe libertad de movimiento o de palabra-, nosotros, que somos hijos del país, sabemos cómo tenemos que comportarnos. La situación es mucho más difícil para nuestros hermanos misioneros: ellos están verdaderamente controlados. La situación es muy rigurosa.

El Gobierno de Jartum ha manifestado públicamente sospechas con las que acusa a la Iglesia católica de apoyar al Ejército de Liberación del Pueblo Sudanés…
No es verdad; no apoyamos a los guerrilleros. Como católicos, nosotros queremos la paz, la paz para todo el país. El Gobierno dice esto para que reaccionemos y digamos que la guerra no lleva a la paz. Cuando hay algo que va contra los derechos humanos, nosotros lo denunciamos, ya sea el Gobierno o ya sea el Ejército de Liberación del Pueblo Sudanés. El Gobierno sospecha de nosotros porque somos cristianos, y porque cree que en el sur también los guerrilleros son cristianos y están en contacto con nosotros. Pero esto no es verdad.

En 1993, recibieron ustedes la visita de Juan Pablo II, ¡quién sabe cuantas esperanzas habrán quedado encerradas en un cajón desde entonces!
Esto se debe a la actitud del Gobierno, pues el Santo Padre habló muy claro, y se prometieron cambios. Sin embargo, hasta hoy, no se han aplicado. Esto quiere decir que, en nuestro país, se hacen promesas, pero no son más que mentiras. Naturalmente, no se puede llegar a alcanzar la paz si no se dice la verdad.

En Sudán parece que se están dando pasos atrás en el respeto de los derechos civiles. De hecho, en los últimos días se anunció la decisión del Gobierno que prohíbe el trabajo de las mujeres en muchos lugares públicos, y sabemos que hubo manifestaciones de protesta…
Sí, es verdad, y se protestó precisamente en Jartum. Naturalmente, allí, fueron sobre todo los musulmanes y las mujeres musulmanas quienes protestaron. Vivimos una situación en la que, ciertamente, no se tienen muy en cuenta los derechos humanos.

¿Qué han hecho en su reunión de obispos en Italia?
Entre otras cosas, hemos preparado un mensaje sobre la paz, tal y como nosotros la vemos y la proponemos.

¿No tienen miedo de esta situación?
No estamos atemorizados; ahora no. En muchas ocasiones estuvimos encerrados en una esquina de muerte, pero creemos que el Espíritu Santo está todavía en el sur de Sudán y en nosotros. Hasta ahora, puedo decir que ningún obispo ha sido amenazado. Nosotros sabemos que vamos por el buen camino: el camino para nuestro pueblo es el camino de la justicia. Y, por tanto, no estamos atemorizados, ni mucho menos.