Auza: «En la Agenda 2030 hay aspiraciones loables» y «colonización ideológica»

Auza: «En la Agenda 2030 hay aspiraciones loables» y «colonización ideológica»

El nuncio en España ha explicado la participación de la Santa Sede en la elaboración de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, que él mismo lideró

María Martínez López
Auza Agenda 2030
Auza, entre Rafael Rodríguez-Ponga, rector de la UAO CEU, y Alfosno Bullón de Mendoza, gran canciller. Foto: UAO CEU.

La Iglesia «creía y sigue creyendo que detrás» de la Agenda 2030 hay «buenas intenciones y aspiraciones loables», que pretendían dar «respuesta a los desafíos más urgentes» a los que se enfrenta el mundo. «Son objetivos que la Santa Sede no puede no compartir». Así lo ha subrayado el nuncio apostólico de la Santa Sede en España, Bernardito Auza, en su intervención durante la celebración de la fiesta de la Conversión de San Pablo en la Universidad Abat Oliba CEU.

Sin embargo, esto no significa que Roma acepte íntegramente todos y cada uno de los 17 objetivos y 169 metas planteadas. O que comparta todas las interpretaciones que de los mismos han hecho los estados o las agencias internacionales, sobre todo en lo relacionado con la ideología de género o la «salud reproductiva», utilizada para promover el aborto.

Auza conoce la cuestión de primera mano. Como observador permanente de la Santa Sede ante las Naciones Unidas entre 2014 y 2019, encabezó la delegación vaticana durante el proceso de negociación. «Aquel año viajé casi 300.000 kilómetros», ha relatado.

Objetivos y metas precisos…

«La Santa Sede participó muy activamente en el proceso de lluvia de ideas y en las negociaciones», en medio de los esfuerzos de cada delegación para «hacer prevalecer sus posiciones. Fue un enorme desafío hacerse escuchar». El fruto es un documento «consensuado de la comunidad internacional, producto de muchos compromisos». Contiene «un llamamiento universal a la acción, al proyecto de transformar el mundo, entre 2015 y 2030, con la solemne promesa de que nadie se quedara atrás».

Pero «no es solamente una declaración de principios», sino «un programa detallado, con objetivos precisos, cada uno con metas y criterios de evaluación». Cuando la Agenda 2030 por fin se adoptó solemnemente en septiembre de 2015, el Papa Francisco quiso hacerse presente en la cumbre de la ONU en Nueva York, y describió este paso como «una importante señal de esperanza».

El nuncio ha subrayado que en particular, «la Santa Sede estuvo muy contenta por la adopción» de un principio en el que ella siempre ha insistido ante la ONU, y que se encuentra mencionado con frecuencia en la Agenda 2030: que «el hombre es el principal responsable y actor protagonista del desarrollo, no la financiación o los donantes». Desgraciadamente, su aplicación dista muchas veces de este principio.

… pero demasiados

«Hay muchas personas que piensan que la Santa Sede está totalmente de acuerdo» con los Objetivos de Desarrollo Sostenible. «No es así, pero hay que reconocer» que comparte «la mayoría de objetivos y metas». Y, a lo largo de todo el proceso de elaboración y aplicación, ha participado para «presentar sus reservas, objeciones» y dudas.

Una de las primeras objeciones es el exceso de ambición y de idealismo. Los 17 objetivos y las 169 metas son demasiados, a juicio de Auza. Esto «es producto de las negociaciones», en las que los estados más poderosos «no quieren ceder» en que se incluyan sus propuestas. Pero «corremos el riesgo de dejar de lado los más necesarios y urgentes». Además, es poco realista, por ejemplo, aspirar a «poner fin a la pobreza en todas sus formas y en todo el mundo» en 15 años, «y quizá jamás». Era preferible, como pedían los Objetivos de Desarrollo del Milenio, acabar con la «pobreza extrema». Así, la Santa Sede hubiera preferido «menos objetivos, los más fundamentales», para no dispersar «energía ni financiación».

Pero la principal advertencia del nuncio ha sido la relativa al riesgo de que la Agenda 2030 se convierta en un instrumento de lo que el Papa Francisco denomina «colonización ideológica». Sucede así cuando se proponen «soluciones preconfeccionadas» que responden más «a las prioridades del país donante que a las necesidades de los países receptores». Esto se hace desde la creencia de que pueden dar «respuesta a todos los desafíos en todos los países».

«Imposición de modelos»

Esta práctica entra en conflicto con el principio de gestión nacional que en teoría propugna la ONU, y que afirma que «la solución a los problemas tiene que ser elaborada y aplicada según las prioridades de los países receptores». En vez de esto, «se establece un nexo directo entre la aprobación de ayudas», por ejemplo para el África subsahariana, y «la adopción de ideologías» en estos países. De esta forma, se da una «imposición de modelos de vida» ajenos a la cultura local.

Esta preocupación de la Iglesia está relacionada con otras objeciones en torno a conceptos concretos incluidos en los objetivos y las metas, y que se interpretan «fuera del Derecho internacional» y del propio contenido de los documentos comunes, aprobados por todos.

Fijación con la «salud reproductiva»

También se aplican los objetivos y metas de forma selectiva. En este sentido, Auza ha citado expresamente cómo algunos países desarrollados destinan entre el 60 % y el 70 % de sus aportaciones a la Agenda 2030 a objetivos relacionados con la «salud reproductiva», interpretándola de forma que incluya el aborto. No puede ser así, porque «ningún documento de la ONU ha mencionado el aborto como derecho. Esto es cosa de la interpretación propia de algunos países y, desgraciadamente, de algunas agencias de la propia ONU».

De igual forma, cuando la Agenda 2030 habla de género, la Santa Sede aclara que debe ser entendido según una noción fundamentada en el «criterio biológico». Prefiere asimismo la expresión «promocionar» a la de «empoderar».

Además, siguiendo las observaciones ya manifestadas por el Sumo Pontífice, el nuncio también se ha referido al «nominalismo declaracionista» del que peca la Agenda 2030. «Es el peligro de las organizaciones que toman decisiones no vinculantes», caer en la práctica de «apaciguar las conciencias con declaraciones solemnes y agradables» que luego se quedan «en un cajón».