Atrévete a gestar comunión y fraternidad - Alfa y Omega

Las situaciones que estamos viviendo en el mundo, especialmente en los lugares donde se rompe la fraternidad, me llevan esta semana a hacer en voz alta una reflexión que ya he hecho en otras ocasiones: hemos de apostar por la comunión, sentir que la Buena Nueva nos dinamiza para acercarnos a todos los hombres y ser constructores de fraternidad… Es el remedio que el Señor nos ha regalado contra la soledad, el enfrentamiento, la división y todas las rupturas. Para nosotros, los cristianos, comunión y fraternidad son inseparables. La comunión es un don maravilloso, es el mejor tesoro, pues nos hace sentirnos acogidos y amados por Dios en la unidad de su Pueblo congregado en nombre de la Trinidad.

La comunión es, dicho de otra manera, la luz que hace posible que brille la Iglesia como un faro alzado en medio de todos los pueblos, que marca dirección y sentido. ¡Qué belleza adquiere en estos días esa comunión que es engendradora de fraternidad, que se fragua y manifiesta en esa ayuda que deseamos dar a Ucrania, no solamente material, sino también al poner el foco en las consecuencias de una guerra absurda, en el olvido de que tenemos hermanos y en la degradación de lo que significa ese enfrentamiento! La comunión vivida con, en y por Jesucristo nos lleva a construir siempre la fraternidad y no a romperla.

Qué bien se entiende lo que es la comunión desde esas palabras que tantas veces hemos escuchado, pero que quizá nos cuesta asumir: «Si decimos que estamos en comunión con él y vivimos en las tinieblas, mentimos y no obramos la verdad. Pero, si caminamos en la luz, lo mismo que él está en la luz, entonces estamos en comunión unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos limpia de todo pecado» (1 Jn 1, 6-7). Es verdad, tenemos muchas fragilidades, muchas miserias y debilidades cada uno de nosotros; pertenecen a la fisonomía histórica con la que se presenta en medio del mundo la Iglesia de Cristo y, aun así, la Iglesia se manifiesta como una excepcional, bella y maravillosa creación de amor de Jesucristo Nuestro Señor. Jesucristo quiere estar cerca de todos los hombres para que todos puedan encontrarse con Él y para eso diseñó la Iglesia.

«Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos, para que estéis en comunión con nosotros y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo» (1 Jn 1, 3). El punto de partida esencial de la comunión está en la unión de Dios: en el encuentro con Jesucristo se crea la comunión con Él y en Él, con el Padre y con el Espíritu Santo. Alentar esta comunión con Cristo, vivir en el encuentro con Él, es esencial para entender lo que es la comunión y cómo se ha de manifestar en nuestras vidas.

¡Qué hondura alcanza la comunión con Dios! Muchas veces hemos escuchado del Señor: «En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros» (Jn 13, 35). Se trata de ocuparnos los unos de los otros, de compartir y colaborar, de ser corresponsables y de animarnos a vivir siempre como hermanos… La eclesiología de comunión fue un camino abierto por el Concilio Vaticano II al que nos sentimos vinculados e interpelados siempre. Para vivir la comunión hemos de convertirnos permanentemente al Señor. Aquello que nos dice san Pablo sigue siendo para cada cristiano una llamada: «No es que haya alcanzado la meta, o que sea perfecto, sino que continúo mi carrera por si consigo conquistarla, habiendo sido yo mismo conquistado por Cristo Jesús» (Flp 3, 12). Urge que nos dejemos conquistar y convertir permanentemente al Señor para alcanzar la meta. El caminar juntos, con motivo del Sínodo, es un momento de gracia para sentir la llamada a la comunión y a la fraternidad.

No podemos vivir a fondo nuestra verdad si no damos el paso de ir al encuentro con los otros. Hay vida y damos vida si hay vínculos. Hoy más que nunca, en estas circunstancias concretas que vive la humanidad, estamos llamados a pensar y sobre todo a gestar un mundo abierto. Los discípulos de Cristo estamos llamados a construirlo desde la comunión y desde la fraternidad. ¿Os habéis dado cuenta de la hondura que alcanza la vida humana con la fe y la pertenencia eclesial? ¿Os dais cuenta de que la comunión con Jesucristo y la comunión que, desde Él, se proyecta en nuestra vida nos hacen ser diseñadores, protagonistas y trabajadores permanentes de comunión y fraternidad?

No tengamos miedo de llevar a cabo esta empresa que nos hace verdaderamente humanos y hermanos: salgamos de nosotros mismos. Nuestra altura espiritual siempre estará marcada por el amor. Y no por cualquier amor, sino por el amor que se nos ha regalado en Jesucristo. Cuando me nombraron obispo pensé que solamente Él me iba a dar capacidad para vivir y ser pastor de todos y, por ello, elegí como lema Por Cristo, con Él y en Él. Entendí que la vida humana está marcada por este criterio del amor que implica muchas más cosas que acciones benéficas; nos invita a buscar lo mejor para la vida del otro y a construir la fraternidad. Solamente una vida en comunión con Jesucristo, vivida en las relaciones diarias, nos llevará a diseñar caminos concretos que construyan relaciones de comunión y verdadera fraternidad.

La Iglesia hace una propuesta de desarrollo humano integral, pues acerca a Jesucristo y lo hace presente, y promueve al hombre a vivir desde la comunión y desde la fraternidad que rompe muros, crea puentes y es sembradora de reconciliación y paz. ¡Qué bueno es ir al encuentro del otro, sea quien sea! Estamos llamados a unir y no a dividir, a eliminar el odio y a no a conservarlo, a formular diálogo con todos, entre todos y para todos.