Así ayudó Benedicto XVI a desbloquear el diálogo con los ortodoxos - Alfa y Omega

Así ayudó Benedicto XVI a desbloquear el diálogo con los ortodoxos

Ratzinger estuvo en dos importantes grupos ecuménicos. Tras su elección como Papa se dejó de lado la polémica sobre el uniatismo

María Martínez López
El Pontífice saluda al metropolita Ioannis Zizioulas el 29 de junio de 2005. Foto: Vatican Media.

«La unidad que buscamos no es ni absorción ni fusión». Benedicto XVI dijo estas palabras ante una delegación del Patriarcado de Constantinopla en junio de 2005, tres meses después de su elección. Intentaba tender puentes en el diálogo con los ortodoxos, en crisis desde hacía más de diez años. Lo consiguió: «Al poco de convertirse en Papa, se dejaron de lado los agravios» que lo paralizaban, afirmó tras su muerte el secretario general en funciones del Consejo Mundial de las Iglesias, Ioan Sauca.

A Joseph Ratzinger siempre le interesó el ecumenismo. Uno de los ámbitos donde trabajó fue el Consejo Mundial de las Iglesias, que engloba 352 confesiones. Aunque la católica no es una de ellas, en 1968 él fue uno de los nueve católicos que por primera vez entraron en su Comisión Fe y Constitución, relata Jerry Pillay, su nuevo secretario general.

Asimismo, participó en los comienzos de la Comisión Mixta Internacional para el Diálogo Teológico entre la Iglesia Católica y la Iglesia Ortodoxa, fundada en 1979. En 1980 estuvo en la primera sesión plenaria. Decidieron buscar puntos de encuentro sobre los sacramentos. Según narra Hyacinthe Destivelle, director del Instituto de Estudios Ecuménicos del Angelicum de Roma, Ratzinger invitó a los demás miembros a Múnich, donde era arzobispo. Allí se aprobó en 1982 el primer documento conjunto, sobre la Eucaristía, al que siguieron otros dos. Una segunda etapa, a partir de 1990, «debía llevar a la cuestión más controvertida de la relación entre conciliaridad y primado»; es decir, cómo aunar colegialidad y autoridad, y qué papel juega en todo ello el obispo de Roma.

El origen del impase

—Iban a buen ritmo, ¿qué ocurrió?

—La caída de los regímenes comunistas permitió el renacimiento de las Iglesias grecocatólicas, que tras la Segunda Guerra Mundial fueron prohibidas e integradas a la fuerza en las ortodoxas. Su renacer planteó la antigua cuestión del uniatismo, el proceso histórico por el que comunidades cristianas orientales se volvieron a unir a la Iglesia católica, al precio de la ruptura de la comunión con sus iglesias madre ortodoxas.

En 1993, la Comisión Mixta Internacional rechazó el uniatismo pero defendió el «derecho a existir» de las iglesias grecocatólicas o católicas orientales. «La recepción fue difícil», pues generó rechazo tanto entre católicos como entre ortodoxos, reconoce Destivelle, que también trabaja en el Dicasterio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos. No hubo más reuniones hasta 2000, y en esa tampoco se logró un acuerdo.

Sesión plenaria de la Comisión Mixta Internacional en Rávena, del 8 al 15 de octubre de 2007. Foto: Archidiócesis de Rávena-Cervia.

Así se llegó a la elección de Benedicto XVI en 2005. A su rechazo a una «absorción». Y al deshielo. Tras las palabras del Papa en junio, en diciembre el Comité de Coordinación de la Comisión Mixta Internacional «decidió regresar al esquema de trabajo anterior», la relación entre primado y sinodalidad, relata Destivelle. El Papa «animó mucho» este paso. Fue clave también el papel de Ioannis Zizioulas, metropolita ortodoxo de Pérgamo y copresidente de la Comisión Mixta Internacional, que había estado, como Ratzinger, en Fe y Constitución del CMI, y participó en el encuentro de ese junio. Él «logró convencer a las otras iglesias ortodoxas para retomar el diálogo, dejando al menos provisionalmente la cuestión del uniatismo».

Superado este obstáculo, el organismo de diálogo tomó impulso. Se reunió dos veces en dos años y en 2007 la Declaración de Rávena cimentó el diálogo sobre sinodalidad y primado. En 2016 se adoptó en Chieti (Italia) un texto histórico. En el primer milenio, afirmaba, «el obispo de Roma no ejercía una autoridad canónica», pero sí se le reconocía un cierto primado práctico —no solo honorífico—. Pillay, del CMI, ve en esta línea ecos de unas palabras de Ratzinger en 1976: «Roma no debe exigir más a Oriente» sobre el primado del Papa «de lo que se vivía en el primer milenio».

En la actualidad, «la Comisión Mixta Internacional trabaja sobre sinodalidad y primado en el segundo milenio». Este mismo año se debatirá un borrador, adelanta Destivelle. Aunque reconoce que «las tensiones actuales entre ortodoxos no facilitan el diálogo».

Vigilia ecuménica antes del Sínodo

El Papa Francisco ha querido que la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos esté precedida por «una vigilia ecuménica de oración» el sábado 30 de septiembre. Lo anunció el pasado domingo después del rezo del ángelus. «El camino hacia la unidad de los cristianos y el camino de conversión sinodal de la Iglesia están vinculados», razonó. Por eso, «desde ahora invito a los hermanos de todas las confesiones a participar en esta reunión del pueblo de Dios», bautizada como Juntos y en cuya organización participan representantes de 50 iglesias y comunidades cristianas. La propuesta está dirigida de forma especial a los jóvenes. Para ellos, «habrá un programa durante todo ese fin de semana, a cargo de la comunidad de Taizé».

Esta iniciativa se anunció pocos días antes de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, que tiene lugar del 18 al 25 de enero con el lema Haz el bien; busca la justicia. Este año han preparado los materiales las iglesias de Minneapolis (Estados Unidos). Se eligió esta ciudad por haber sido escenario del asesinato del afroamericano George Floyd en 2020.