Ashanti, víctima de trata: «Dios quiso que me cogiera la policía»
La nigeriana Ashanti perdió de niña a sus padres. Unas personas le dieron la posibilidad de viajar a Europa. Durante el viaje sufrió abusos y vejaciones, y una vez en España le obligaron a ejercer la prostitución… La pregunta que hemos de hacernos es por qué aquellos que se ven obligados a salir de sus hogares son relegados a los últimos puestos. Este es el quinto de una serie de artículos elaborados para Alfa y Omega por la Comisión de Migraciones de la Conferencia Episcopal en preparación de la Jornada Mundial del Emigrante y el Refugiado.
Estamos cada vez más cerca de la celebración de la Jornada Mundial del Emigrante y el Refugiado, que tendrá lugar el 29 de septiembre. El lema del Papa Francisco para esta jornada, aunque aparentemente muy simple –«No se trata solo de migrantes»–, se ha ido acompañando a lo largo de su mensaje de un total de siete sublemas que conforman el cuerpo de todo su mensaje y nos permiten contemplar, desde nuestra más profunda esencia cristiana, la realidad migratoria actual desde una perspectiva amplia que abarca los elementos esenciales que la definen y caracterizan.
En esta ocasión con este quinto artículo el lema nos remite a los últimos, aquellos a quienes Jesús llama bienaventurados, destinatarios de los primeros puestos en el reino de Dios. Es por ello que el Papa Francisco nos pide, como misión central de la Iglesia inspirada en la vida de Jesús y en la buena noticia, ponernos al servicio de los últimos. Esta es nuestra razón de ser y, si nos desviamos de esta senda, el ser cristianismo pierde su sentido más pleno. Este llamamiento a una misión que presenta tantos desafíos en nuestra sociedad actual nos invita a poner nuestros ojos en las personas migrantes y refugiadas como aquellos que ocupan los últimos lugares en nuestra sociedad y en el mundo globalizado en que vivimos y nos relacionamos. La pregunta que hemos de hacernos es por qué aquellos que se ven obligados a salir de sus hogares y dejarlo todo para sobrevivir, mejorar su vida, buscar un futuro ellos y para sus hijos, ayudar a sus familias, etc. son relegados y abocados a los últimos puestos en la clasificación de las personas por categorías conforme a no sé qué criterio. Sin duda que la percepción generalizada de aquel que llega de lejos a buscarse la vida en nuestro país ,o en cualquier país del norte geopolítico, es de alguien que invade, molesta, incomoda, amenaza nuestro nivel de vida, genera desconfianza, se asocia al delito y poco a poco se va descartando, arrinconando, rechazando, es alguien que no tiene sitio entre nosotros. Somos nosotros mismos con nuestro modo de mirar, percibir, acoger y comprender quienes vamos diseñando los puestos y decidimos el lugar que ocupa cada persona.
Francisco sitúa esta realidad de la migración actual en lugares concretos donde las personas migrantes padecen situaciones de especial sufrimiento y dificultad, incrementando así los factores de vulnerabilidad que les arrincona, por la propia reacción y respuesta de quienes acogen o reciben, en el último lugar. Se refiere a las personas engañadas y abandonadas a morir en el trayecto hacia el norte desarrollado, donde pretenden encontrar respuesta a su difícil situación, y donde supuestamente todavía hay esperanza y futuro para ellos. Las personas que son torturadas, maltratadas y violadas en su intento de llegar a la tierra prometida. Aquellos que desafían al mar en esta misma lucha y para los que la acogida temporal y provisional en campos de refugiados se dilata en el tiempo, resultando demasiado larga y sin perspectiva de cambio o mejora. El drama que viven muchas personas en estos contextos se ve agravado por dos hechos especialmente crueles como es el tráfico de inmigrantes y la trata de seres humanos. El dolor y el sufrimiento del que se nutre el negocio de las grandes mafias de traficantes y tratantes que, aprovechando la situación de vulnerabilidad y sin ningún tipo de escrúpulo, convierten a los migrantes en una fuente de copiosos ingresos y de un negocio que mueve ingentes cantidades de dinero en todo el mundo. El enriquecimiento de unos pocos a costa del dolor de muchos, la injusticia social y mundial que genera conflicto y tensión, la desgracia que favorece el lucro y provee de producto abundante un mercado en constante auge. La aflicción de muchas mujeres y hombres, niños y niñas, condenados a una vida de exclusión que les sitúa en el extremo de esta sucesión de puestos, donde los últimos de los últimos nos muestran el rostro crucificado de un Dios que por amor ha querido hacerse semejante también a ellos y a ellas. Si queremos encontrarnos con Dios, ésta es una gran oportunidad, no le busquemos donde sabemos que no habita. En el servicio a los últimos nos está esperando, es cuestión de tener fe.
Ashanti (nombre ficticio) nació en una ciudad de Nigeria. De muy pequeña perdió a su madre y años más tarde a su padre. Las dificultades con las que se encontró la llevaron a unas personas que le dieron la posibilidad de viajar a Europa. Le prometieron una vida mejor. Durante el viaje hasta Marruecos sufrió abusos y vejaciones, y una vez en España le obligaron a ejercer la prostitución en un polígono. «Dios quiso que a finales de 2015 me cogiera la policía. Me habló de un proyecto de religiosas donde podrían ayudarme… Sabía que eran las personas que Dios había puesto en mi camino para ayudarme».
El Papa nos hace un llamamiento a los cristianos a consolar en la aflicción a todos aquellos cuya dignidad está siendo continuamente agraviada y sus derechos vulnerados, a ofrecer misericordia a quienes han sufrido abuso y explotación, a calmar la sed de justicia de quienes padecen en su cuerpo las llagas de la desigualdad y la inequidad, y a indicarles el camino que conduce al reino del cielo. Un camino que reconforta, recupera y da sentido a quienes sufren el gran drama de la trata de seres humanos, que se nutre fundamentalmente de personas migrantes. El cielo nuevo y la tierra nueva anhelada por quienes han experimentado en sus vidas el infierno que supone este delito tan denigrante. Se trata, por lo tanto, de personas con un proceso migratorio que no acaba en el momento en que pisan el lugar de destino, porque el objetivo de quienes les han facilitado el viaje y el acceso no conoce límites a su codicia.
También se trata de nosotros y de nuestra complicidad, porque, como nos dice el Papa Francisco, la indiferencia, el silencio ante este drama, el hacernos los distraídos, el negar la realidad o no querer verla, nos convierte de algún modo en cómplices del flagelo de la trata de personas, porque es un problema social y que nos afecta a todos, a ti y a mí también.
Jesús fue claro a la hora de distribuir los puestos en el Reino. Su mensaje rompedor y novedoso situaba por ejemplo a las prostitutas en lugares privilegiados frente a quienes se creían intachables. El mundo que Jesús quiere en llamas pasa por situar a los últimos en primer lugar y ponernos a su servicio.