«Aquí he encontrado calor de hogar» - Alfa y Omega

«Aquí he encontrado calor de hogar»

El hermano Juan Antonio Diego, responsable del albergue de Santa María de la Paz, de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, será uno de los rostros en la presentación esta tarde de la Memoria anual de Actividades de la Iglesia Católica en España. Las 90 personas sin hogar que viven en este centro son una pequeña muestra de los más de 2 millones de personas que son atendidas en España por la Iglesia. «Aquí he encontrado calor de hogar», cuenta José, que vive en el albergue desde 2009

Cristina Sánchez Aguilar
Antonio coloca las mesas en su turno del comedor

Antonio lleva un año y siete meses en el albergue Santa María de la Paz. Se quedó en la calle el 1 de agosto de 2013: «Estaba en el paro y se me habían agotado todas las ayudas, así que no podía seguir pagando la habitación. La dueña me dejó vivir allí todo el mes de julio gratis, a ver si, mientras, encontraba algo, pero no pudo ser», explica. Ese mismo día, con unas pocas pertenencias al hombro, llegó paseando hasta el retiro «y me puse a pensar qué hacer. Lo que tenía claro es que no quería vivir en la calle, me daba mucho miedo». Decidió llamar a Emergencias de la Comunidad de Madrid, y ellos le derivaron al Samur Social. «Así fue como llegué al centro CEDIA de Cáritas, en Laguna. Allí pasé 3 meses». Pero CEDIA es un centro de emergencia, no de larga estancia. Ya «un poco recuperado psicológicamente, conocí el albergue de los Hermanos de San Juan de Dios». Está contento, aunque afirma querer «salir de aquí y poder recuperar la relación con mis hermanos. Me siento esperanzado, porque he cambiado radicalmente la forma de pensar». Antonio llegó a la calle por una serie de malas decisiones –«gastaba de manera excesiva, he sido muy soberbio, y he tenido que aprender a gestionar mi agresividad»–, pero, dos años después, «soy más humilde en el trato con la gente, y aunque mi familia no ha respondido como debería, intento recuperar a mis hermanos». De hecho, ese mismo día había hablado por e-mail con uno de ellos. Mientras esto ocurre, «me mantengo útil».

Ángeles y otra voluntaria, en el ropero

El albergue Santa María de la Paz está en pie desde hace más de 30 años. Situado en el barrio de Sanchinarro, cuando se construyó estaba aislado de la ciudad, en medio de un erial –ahora se ha convertido en uno de los barrios más punteros de la capital–. El perfil de personas que llegaban es muy diferente al que hay ahora. «Antes, acogíamos a las personas más tiradas de la sociedad. Ahora, tenemos empresarios, directores de colegio, peritos…» Lo cuenta el Hermano Juan Antonio Diego, responsable del albergue, que comparte misión con otros dos religiosos de la Orden de San Juan de Dios y los 90 residentes que viven con ellos. Algunos, por meses. Otros, por años; y los que más, toda la vida.

Mendi limpia el mercadillo

La ruta del paraíso

El albergue está plagado de árboles y silencio. Los residentes pasan las horas entre talleres, trabajos y tiempo de ocio. «El objetivo es que aquí puedan estar tranquilos un tiempo, y recuperarse de sus heridas físicas y psicológicas, porque llegan muy deteriorados. Muchos se marchan –hay una media de dos al mes–. El mes pasado, un residente salió a vivir a un piso, y otro se fue con su hermano, «una victoria pírrica, porque que vuelvan con sus familias es lo más difícil». Se producen milagros también, como la pasada Navidad, cuando a uno de ellos le organizaron una comida, y entre los invitados estaba su hijo, al que hacía 27 años que no veía.

Manolo, un residente, pita a las periodistas con la pala que transporta palés, y saluda contento. Es el turno de trabajar en la empresa de cartonaje. «No da ingresos muy significativos, pero lo más importante es que algunos de los residentes tienen un trabajo y un horario», cuenta el religioso. Rafa, el más veterano del grupo de trabajadores, explica su labor: «Llegan cartones de varias empresas que nos subcontratan. Nuestro trabajo es hacer cribado de los que lleguen rotos, o con la impresión desviada».

En el albergue hay talleres de informática o de creatividad –Luis y Marius nos enseñan sus creaciones, pulseras y llaveros–. José está montando un huerto que, en pocos meses, proveerá de lechugas y patatas al centro. «También tenemos otro huerto, el ecológico, que hemos bautizado como Juan Tomate. Los vecinos y voluntarios de la zona vienen a comprarnos los productos», afirma Juan Antonio.

José trabaja cada día en el huerto

Para comprar, se puede llamar a la puerta, o bien acercarse el primer domingo de cada mes al mercadillo de muebles y objetos de segunda mano, que se hace en el centro, y llevarse un jarrón, y de paso unos tomates. «Queremos que la gente del barrio se acerque y nos conozca», afirma el Hermano. Este domingo hubo mercadillo, así que Mendi y otros dos se afanan en limpiar con el plumero los objetos y colocarlo todo bonito.

Otros pasan el tiempo entre la enfermería, la orientación laboral, los espacios con wifi o la psicóloga. José, de 65 años, «debería estar con la botella de oxígeno 24 horas enchufada», pero le encontramos sin ella, y fumando. «Es ingobernable», bromea el religioso. Ciudadrealeño de nacimiento, José lleva en la calle desde 1993, y en el albergue desde 2009. «Aquí he encontrado calor de hogar», admite.

El Hermano Juan Antonio Diego con José

Lista de espera de voluntarios

En el ropero –donde se recogen y lavan la ropa y las sábanas–, está Ángeles, voluntaria de la Orden hace 22 años. «Prefiero venir aquí antes que ir al cine», reconoce la mujer, jubilada. «Me gusta dedicar mi tiempo a estar con ellos, escuchar sus historias y tratarlos como amigos».

En el albergue, hay más de 90 voluntarios para el comedor, el ropero, la pastoral… «y hay lista de espera», cuenta Juan Antonio. Pero, además, hay cientos de donaciones, los únicos ingresos de los que se sustenta el centro. «Hay un hombre que nos paga el pan todo el año. O gente que hace Operaciones Kilo y nos trae la comida…». La solidaridad de los madrileños queda patente en este centro. Tanto, que están montando un centro nuevo que verá la luz el año que viene. Aunque aún faltan algunas donaciones más para que pueda terminarse.