Anunciar el Evangelio proyecto a proyecto - Alfa y Omega

Este martes, 22 de febrero de 2022, nos dejaba monseñor Tirso Blanco, salesiano porteño-asturiano y obispo de Moxico, provincia de Angola, de más de 223.000 km2 (casi la mitad de España).

Tirso llegó en 1986 a Angola, en plena guerra. En esos años trabajó por los angoleños en las circunstancias más complejas. Acabada la guerra, supo aprovechar como nadie el aluvión de fondos que recibía el país para hacer el bien, para ayudar a quienes más lo necesitaban, para construir escuelas y convertir zonas como la lixeira (basurero en portugués), de Luanda, en un trocito de cielo en la tierra, con espacios de juego, zonas arboladas y aulas de alfabetización y formación profesional que dieran oportunidades de futuro a la gente, a más de 80.000 personas que eran atendidas desde las siete de la mañana a las diez de la noche, y que incluía a abuelos, hijos y nietos.

Bromeando, lo llamábamos el «padre manager», porque era capaz de conseguir un proyecto en cualquier rincón del mundo, de cualquier donante o financiador que apareciese. Cada vez que venía a Madrid, con mi abnegado padre de chófer y un dossier infinito, buscábamos dinero en todas las instituciones, con mucho éxito, gracias a Dios. Más de 100 intervenciones tenía en el último dossier que me envió antes de la pandemia. Obras Misionales Pontificias, Profuturo, Manos Unidas, Ayuda a la Iglesia Necesitada, África Directo y, por supuesto, Misiones Salesianas, siempre estaban dispuestas a escuchar a Tirso y a sumarse en sus muchos proyectos. Gracias porque fuisteis unos instrumentos esenciales para hacer mucho bien, para avanzar en el desarrollo de Angola.

Así, poco a poco, proyecto a proyecto, seguía construyendo escuelas, capillas, centros de salud y llevando educación, esperanza y oportunidades de futuro a los más pobres entre los pobres.

Tirso supo dar voz a los que no la tienen, a los que nadie escucha, porque él la alzaba muy fuerte en Radio Ecclesia denunciando las injusticias. Ayudó a las mamás, vendedoras ambulantes del mercado, para que supieran leer y escribir y pudieran trabajar legalmente. Trabajó con los exmilitares de la guerrilla en Moxico, para construir una paz duradera. Abrió espacios de desarrollo para los niños de la calle y dio asistencia sanitaria a colas infinitas de personas, principalmente madres y niños con miedo a morir por enfermedades que, aquí, son insignificantes pero que allí, te cuestan la vida.

Foto: Pilar Ponce.

A veces, nos metíamos con él, preguntándole: «¿Cuándo reza el “padre manager”?». No necesitaba respondernos, porque, como santa Teresa que encontraba Jesús en los pucheros, él lo hacía en los proyectos, los ladrillos y los miles de libros de alfabetización que editamos. Y también rezaba, lo hacía en las muchas capillas que restauró en Moxico o en las más de 20 capillas que construyó en Lixeira. Rezaba, porque su vida era oración, viendo el rostro de Jesús en los demás, tratándonos a todos con amor y respeto, estando al lado de quienes más lo necesitaban y llevando el Evangelio allá donde solo Dios podía llegar, incluso por caminos minados.

Monseñor Tirso, nuestro «padre manager», llevó la esperanza a miles de personas de Angola y lo hizo, como lo hacen los salesianos: usando la educación como principal herramienta y desde el amor y la amabilidad, para hacer de ellos «buenos cristianos y honrados ciudadanos» como Don Bosco nos enseñó.

Tirso, querido amigo, que ya estás en la casa eterna, allí tienes a tu chófer favorito que seguirá ayudándote para que, desde el cielo, juntos, sigáis cuidando a nuestra querida Angola. D. E. P.