Antonio Algora, un «santo del lunes» , por Manuel Bru - Alfa y Omega

Decía Max Sheller que los valores son reales, existen realmente. Solemos identificar a las cosas que existen como «objetivas», y a las que pueden ser el resultado de nuestra imaginación, nuestro deseo, o nuestra ideología, «subjetivas». Pero esta fórmula no sirve para hablar de los valores, porque su objetividad reside en su subjetividad. Es decir, son reales en los sujetos que los valoran e intentan practicarlos. Ahí es donde «se realizan» los valores. No andan por ahí como fantasmas de conceptos abstractos, sino en los hombres y mujeres que los viven.

Explica a su vez el profesor López Quintás que el intento de educar en valores de modo abstracto solo puede llevar al fracaso. Es más, que en todas las culturas los valores han sido transmitidos de generación en generación a través de personas y personajes que los representan, ya sean históricos, como los santos y los héroes, ya se ficticios, como los personajes de los cuentos.

Del mismo modo, en la evangelización, la Iglesia siempre ha privilegiado la transmisión de la memoria de la fe, como le gusta decir al Papa Francisco. Es decir, de la fe hecha vida a través de la memoria de sus testigos. Porque sus testigos, ya sean los mártires —los primeros que toman este nombre—, como el resto de los santos, y los que Chesterton llamaba los «santos de los lunes», que son los que llenan el metro todas las mañanas los lunes para volver al trabajo, y que en su gran mayoría nunca llegarán a los altares, son el principal «recurso» para provocar la fe —en el primer anuncio—, iniciar en la fe —en la catequesis—, y fortalecer y acompañar la fe —en la pastoral—. Del mismo modo como los hombres y mujeres con valores son los mejores «recursos» que identifican una cultura que se enorgullece de haber generado una civilización.

Por eso me propongo compartir con vosotros, los lectores de Alfa y Omega este blog de testigos, para rememorar y no solo recordar, y para proponer para su emulación y no solo para conocer, a algunos pocos de los incontables hombres y mujeres contemporáneos —desde el pasado sigo XX hasta hoy—, cuyo testimonio merece la pena ser rememorado y propuesto.

Antonio Algora: un obispo humilde

Empezamos con un buen amigo, un obispo humilde al que no le gustaba nada destacar públicamente, al que con ocasión de esta pandemia que sufrimos, como a tantos otros hombres y mujeres mayores, con 80 años, se nos ha ido recientemente al encuentro con el Eterno Padre, que esperamos lo haya recibido con el abrazo de su misericordia. Me refiero a monseñor Antonio Algora, maño de nacimiento y cuna (Vilueña, 1940), y madrileño de siempre, que se formó en el Seminario de Madrid y vivió su ministerio sacerdotal en Madrid desde 1967.

No solo fue un «santo de los lunes», sino que siempre estuvo al servicio de la santidad de los llamados a ser santos de los lunes, porque si su primer destino fue desde 1968 a 1973 el de consiliario de las Hermandades del Trabajo en Alcalá de Henares, enseguida fue enviado a Madrid como consiliario de los jóvenes de Hermandades, al cuidado y al ejemplo de su fundador, don Abundio García Román, en proceso de beatificación, a quien sustituyó cuando éste falleció en 1978.

Tras ser nombrado en 1984 vicario episcopal de la Vicaría VIII de la archidiócesis de Madrid, al año siguiente el Papa san Juan Pablo II lo eligió como sucesor de los apóstoles para pastorear la diócesis de Teruel y Albarracín, de la que fue su obispo hasta su traslado a la diócesis de Ciudad Real, de la que fue su fiel y entregado obispo hasta que el Papa Francisco aceptó su renuncia por edad apenas hace cuatro años.

Todos los conocían en la Iglesia española como el obispo de los trabajadores, pues la pastoral del trabajo marcó su ministerio episcopal no solo en las dos diócesis que tuvo a su cargo, sino también al servicio de toda la Iglesia española a través de la Comisión de Pastoral Social (hoy llamada de Pastoral Social y Promoción Humana), como luz y voz del mundo del trabajo, sobre todo de la dignidad humana de los trabajadores y de la atención pastoral específica de la Iglesia a los trabajadores, ejerciendo durante 27 años la responsabilidad de su departamento de Pastoral Obrera.

Una voz clarividente

Pero no solo eso. Antonio Algora Hernando fue siempre para la Iglesia española la voz clarividente, no solo experta sino lúcida, de la aplicación de la Doctrina Social de la Iglesia a la realidad histórica cambiante de la sociedad española. Y esta autoridad moral indiscutible, suave pero perceptiblemente, ponía siempre de manifiesto nuestras incoherencias, o nuestra poca sensibilidad para compartir con los hombres y mujeres de hoy las consecuencias de la injusticia social, incluida la injusticia laboral.

Mi buen amigo Juan Fernández de la Cueva, delegado episcopal de Pastoral Obrera de la archidiócesis de Madrid, da testimonio de ello escribiendo este mes en Más, el periódico de las Hermandades del Trabajo, que «sus aportaciones en las reuniones o conferencias no eran citas eruditas de la Doctrina Social de la Iglesia. Hablaba de la abundancia de experiencias con los feligreses diocesanos de Teruel-Albarracín, de Ciudad Real, de los currantes, que entregaban su vida por defender la dignidad del trabajo». Y también dice otra cosa que lo define perfectamente, que «disfrutaba tanto arreglando los grifos o la instalación eléctrica de una casa parroquial como celebrando un pontifical con mitra y báculo».

Recuerdo el día en el que, hace dos años, Algora llegó a la sede de la Fundación Crónica Blanca que yo presido, a participar en una cena de consiliarios de los Equipos de Nuestra Señora. A él le gustó saber que yo acompañaba a uno de sus equipos matrimoniales, y a mí me gustó comprobar también que, además de ayudar en una parroquia en Madrid a diario desde su jubilación, como el más humilde sacerdote de la parroquia, y de seguir arrimando el hombro en las Hermandades del Trabajo, el obispo humilde acompañaba también un equipo de Nuestra Señora de cuatro o cinco matrimonios.

Recuerdo haber pasado largos ratos con él en Roma, con ocasión del consistorio en el que fue creado cardenal el arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, para quien Antonio Algora desde que se jubiló y volvió a Madrid fue su gran confidente. Fue el cardenal Osoro quien en el funeral de Antonio Algora en la Catedral de la Almudena el pasado 3 de noviembre, nos contó que «cuando recibió la extrema unción, cuando estaban rezando el padrenuestro antes de dormirle, y pronunció las palabras «perdona nuestras deudas…» se le caían las lágrimas, porque sabía que el Señor lo cuidaba, que con él nada le faltaba, que a través de su vida le había conducido en todos los trabajos que realizó». Que descanse en su Señor este fiel trabajador de su viña, allí donde reina el amor, la justicia y la paz para siempre.