Ante una actitud de acogida las ideologías se difuminan
Ofrecer formas de apoyo puntual facilita que más gente se anime a dar a quien más lo necesita el mejor entorno posible: una familia
Es un recurso fácil en algunas conversaciones cuando la cosa se tensa: «Mucho estás en contra del aborto, pero ¿a cuántos niños has adoptado?». «Si tanto quieres que se acoja a los inmigrantes, mételos en tu casa». Frases así tienen su intríngulis, porque detrás del ad hominem esconden dos realidades complementarias. En primer lugar, que entre quienes defienden en teoría la apertura y la acogida efectivamente surgen iniciativas que las hacen realidad y que quien lanza estas acusaciones veladas las desconoce. Pero también que sostener ciertas posturas es un acicate para que cada cual se cuestione si puede hacer algo al respecto.
Esto no significa, obviamente, que todas las personas o familias deban elegir una única forma de ayudar. No todo el mundo tiene los mismos recursos ni, aunque los tenga, está llamado a lo mismo. Pero, si hay interés, la creatividad se pone en marcha. Las implicaciones personales, familiares, económicas o logísticas de adoptar o de acoger a un menor en situación vulnerable son enormes. Y, en consecuencia, pocas las personas que pueden hacerlo. Ofrecer formas de apoyo puntual, ya sea pasar una noche en casa o visitas los fines de semana y en vacaciones es más asumible y facilita que sean más aquellos que se animen a dar a quien más lo necesita el mejor entorno posible para desarrollarse: una familia.
Esta realidad es independiente de si el menor —o el adulto— del que se habla fue candidato a ahogarse al caer de una patera o simplemente viene de una situación compleja. Existen familias, como la de María Camarena, que después de hacer acogida de emergencia de bebés también han abierto su hogar a menores migrantes. Su historia no será para que todo el mundo la imite, pero sí demuestra que una actitud de acogida hace que muchas distinciones ideológicas se difuminen.