Ante 90 estudiantes - Alfa y Omega

Desde hace un año trabajo una vez por semana en un hospital universitario que se llama Santa Marianna. A pesar de ser católico, las personas que acuden y los estudiantes de Medicina y Enfermería en su mayoría no lo son. Mi trabajo, junto con el de otras consagradas, consiste en ser una presencia para las personas que quieran consultar algo, hablar, preguntar o simplemente ser escuchadas. Hasta que empezó la pandemia, visitábamos a los enfermos ingresados que lo solicitaban o a aquellos que vienen de lejos y no tienen a nadie que les visite.

Cada año al principio de curso (en Japón, en abril) hay una orientación de la universidad para los nuevos alumnos y en ese momento nos presentan también a nosotras como parte del hospital. Este año ha sido mi primera vez. El capellán nos pidió que compartiéramos nuestro testimonio. Es una oportunidad que pocas veces se da en Japón, ¡poder hablar a 90 estudiantes de nuestra experiencia de fe y vocación! Pocos de ellos han tenido contacto con el cristianismo, tal vez ha sido la única vez que han escuchado algo así.

Aproveché para contarles cómo desde pequeña me dolía ver en las noticias a niños que se morían de hambre o las guerras, y que soñaba con hacer algo para que el mundo cambiara cuando fuera mayor. Aunque nunca se me pasó por la cabeza ser consagrada, porque era una realidad desconocida para mí y poco atractiva.

Yo estudié Enfermería y uno de mis sueños era ir de voluntaria a algún país de África. Pero me di cuenta de que también las personas que tienen todo materialmente pueden no ser felices, e incluso a veces quieran quitarse la vida –algo bastante común en Japón–. ¿Qué es lo que nos falta? El corazón de las personas no se llena con cosas, siempre queremos más, no nos basta. Sin embargo, cuando me encontré por primera vez con misioneros que vivían para los demás, me di cuenta de que tenían una libertad y una alegría profunda que me daba envidia. Ellos decían que eso les venía del amor de Dios. Eso es lo que me hizo empezar a buscar a Dios hasta encontrarlo, y realmente su amor me desbordó y me hizo querer dedicarme a colaborar con Él para que muchos otros pudieran encontrarlo. Ahora soy misionera y no me arrepiento de haber entregado mi vida a Jesús para que, al menos una persona, descubra lo amada que es y encuentre sentido para vivir y entregarse por otros. Espero que mi pequeño granito de arena haya podido tocar algún corazón.