Tan sólo hace unos días, tras el brutal asesinato del jesuita holandés padre Frans Van der Lugt, el Papa Francisco decía, en su homilía de la mañana, que «el cristianismo no es una doctrina filosófica, ni un programa para sobrevivir…, sino una persona elevada en la Cruz». ¿Acaso no es exactamente esto lo que proclama el vía crucis de Pablo VI, escrito de la mano de santa Teresa, que podemos leer en estas mismas páginas? Y, exactamente igual, es un eco perfecto de la confesión de san Pablo a los gálatas: «Vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí». Palabras que no dejaron de resonar, con fuerza inusitada, en el corazón de Teresa de Jesús. Como se evoca en la portada de este número de Alfa y Omega, el mismo Cristo resucitado se dirige a ella de un modo que no deja lugar a dudas: Eres toda mía, y Yo todo tuyo.
Lo entendió muy bien Benedicto XVI al dedicar a la santa de Ávila su catequesis en la Audiencia del 2 de febrero de 2011: «Para Teresa, de hecho, la vida cristiana es relación personal con Jesús, que culmina en la unión con Él por gracia, por amor y por imitación. De aquí la importancia que ella atribuye a la meditación de la Pasión y a la Eucaristía, como presencia de Cristo». Jesucristo, Dios hecho carne, la humanidad del Hijo de Dios, que se entrega por ella, en los sufrimientos de la Pasión, elevado en la Cruz, estaba siempre en su mente, en su corazón, en sus labios, y en su vida entera. Si no fuera así, cuando no es así, como dijo el Papa Francisco en su primera Misa con los cardenales, tras su elección, en la misma Capilla Sixtina, «cuando caminamos sin la cruz, cuando edificamos sin la cruz y cuando confesamos un Cristo sin cruz, no somos discípulos del Señor: somos mundanos, somos obispos, sacerdotes, cardenales, papas, pero no discípulos del Señor». ¡Menos aún sus amigos, título tan del gusto de Teresa de Jesús que nunca se apartaba de él!
«Con tan buen amigo presente -nuestro Señor Jesucristo-, con tan buen capitán, que se puso en lo primero en el padecer, todo se puede sufrir», escribe la santa en el Libro de la vida. «¿Qué más queremos -añade después- que un tan buen amigo al lado, que no nos dejará en los trabajos y tribulaciones, como hacen los del mundo?» Vemos aquí la sabiduría de quien tiene los pies bien en la tierra y los ojos llenos de cielo, que es la sabiduría cristiana, tan admirablemente encarnada en la Doctora Mística, ¡Cristo mismo! ¡Verbo de Dios y Sabiduría de Dios!, de tal modo que el Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí, de san Pablo, era, cada día más, carne de su carne, y su propia experiencia le dicta su siguiente afirmación: «Bienaventurado quien de verdad le amare y siempre le trajere cabe de sí». Expresión que late, sin duda, en las palabras de Juan Pablo II en la Misa celebrada en Ávila, en 1982, con motivo del IV centenario de la muerte de santa Teresa: «Traer a Jesucristo presente constituye toda su oración. Cristo cruza el camino de la oración teresiana de extremo a extremo, desde los primeros pasos hasta la cima de la comunión perfecta con Dios. Es el libro vivo, Palabra del Padre. El hombre aprende a quedarse en profundo silencio, cuando Cristo le enseña interiormente sin ruido de palabras; se vacía dentro de sí mirando al Crucificado». ¡Al Amigo!
El mismo día, en Alba de Tormes, para clausurar ese IV centenario, el Papa hoy ya a las puertas de ser canonizado le decía así a la santa: «Nos has dejado como lección la amistad con Cristo». Esta lección resume toda otra lección, como puso igualmente en evidencia su sucesor en la sede de Pedro, en aquella catequesis de febrero de 2011: «Santa Teresa nos enseña a ser testigos incansables de Dios, de su presencia y de su acción; nos enseña a sentir realmente esta sed de Dios que existe en lo más hondo de nuestro corazón, este deseo de ver a Dios, de buscar a Dios, de estar en diálogo con Él y de ser sus amigos». Y lo subraya al final: «Ésta es la amistad que todos necesitamos y que debemos buscar de nuevo, día tras día».
Nada es hoy más indispensable, como nada lo era en aquel siglo XVI, que los amigos fuertes de Dios reclamados por la santa con toda la fuerza de su corazón, y con el límpido testimonio de su vida entera, que hizo carne de su carne el viejo dicho castellano de que amor, con amor se paga. Ella lo dice así en el Libro de la vida: «Siempre que se piense de Cristo, nos acordemos del amor con que nos hizo tantas mercedes y cuán grande nos le mostró Dios en darnos tal prenda del que nos tiene: que amor saca amor».