Algo imparable y contagioso - Alfa y Omega

Algo imparable y contagioso

Alfa y Omega

Cuando le preguntaron los periodistas al Papa, en el avión a La Habana, por el futuro de Cuba después de Castro, dijo: «Todo está en las manos de Dios…».

En su impresionante visita apostólica, el Papa ha cumplido con creces su misión, ha hecho su oficio de pontífice, ha tendido un puente firme, sólido. Lo expresa, mejor que mil palabras, ese Cristo que, en la foto de nuestra portada, está por delante de los dos protagonistas de este encuentro, crucificado, en el báculo pastoral de Juan Pablo II, y resucitado, en la imagen del Corazón de Cristo que campeaba en una plaza de la Revolución, todavía sin salir de su asombro. Los cubanos han pasado del miedo, a la esperanza. El Papa ha vuelto a ser voz de los sin voz. Lo dice el grito irrefrenable que estalló en La Habana: «El Papa libre nos quiere libres». Juan Pablo II se encargó de precisar, con toda claridad, que lo que hace libres es únicamente la Verdad.

En Polonia, en las Filipinas de Marcos, en el Haití de Duvalier, en la Nicaragua del sandinismo han comprobado que el perfume de la libertad, una vez que entra, ya no sale. La libertad, la de verdad, la de la Verdad —producto escaso en el mercado cubano— va con el Papa, y allí donde entra, algo cambia.

Las estrellas de la televisión americana que abandonaron La Habana para contar la escualidez de los amoríos de Clinton se han lucido. Soplaba el viento más limpio de la historia ante sus narices y se han ido a respirar pestilencias. Tenían la ocasión pintada para descubrir que Cuba es más, mucho más que cohibas, caña, ron, más que economía y política (en política vencer arrasando es siempre un error que acaba pagándose), mucho más que cárceles y embargo. Tenían la ocasión irrepetible de ver, en plena acción, a un sembrador en vida de fe y de esperanza, en forma de evangelio social de la Iglesia, y de oír que no se puede confundir Patria con Partido. ¡Lástima!

El Papa, los cubanos, y con ellos el mundo, espera ahora gestos concretos del Gobierno cubano, gestos de alta humanidad que sean semilla de reconciliación, que honran a la autoridad que los promueve y fortalecen la convivencia pacífica del país.

Los espacios conquistados son irreversibles. Se trata de derechos humanos, no de concesiones. Lo importante ahora no es lo que el Estado otorgue —como si fuera suyo— sino lo que el pueblo y la comunidad católica sea capaz de protagonizar, gradualmente, sin violencia. Lo demás lo dará, por añadidura, el Señor de la Historia.