Al volver del mercado, Encarna se pasa por la parroquia. Últimamente ya no me comenta sus revisiones médicas, ni me enseña la cicatriz de su operación, ni me habla de los problemas con su hija rebelde. Me cuenta que, con el dinero de siempre, solo ha podido comprar la mitad de cosas. Se queja de la inflación, término que ha aprendido a fuerza de oírlo en las noticias cada día. Y que las facturas se han disparado y la tienen ahogada. Es como si el suelo temblase bajo tus pies. De repente todo sube y tus ingresos se han congelado.
Este año muchas familias de barrios humildes se han echado las manos a la cabeza cuando van a comprar los huevos, el aceite, la carne. ¡Qué barbaridad! No hay quien llene la cesta de la compra. Sin embargo, en estos barrios es donde más se nota la solidaridad, el echarse una mano unos a otros. La gente que sufre es más sensible al de al lado. Se hacen cercanos y se ayudan compartiendo lo que tienen para llevarlo mejor. Le echan mucha imaginación para ahorrar y ajustarse el cinturón un agujero más. El mejor consejo que los vecinos solidarios ofrecen es acudir a la parroquia cercana. Saben que allí te ayudan. Es como un tam-tam recurrente. También se conoce bien la cola de gente que espera su turno para la acogida de Cáritas o para el reparto de alimentos, o la comida diaria del comedor. Es un cartel vivo, elocuente, esperanzador.
Ha crecido el número de personas que acuden a Cáritas y a los comedores de la Iglesia. Y la previsión es creciente. Los vecinos que llegan saben que no les faltará comida mientras la Iglesia esté junto a ellos, pero son muchos los gastos. Sus trabajos precarios no dan más de sí. Y dan gracias por tener ingresos; otros están peor, pateándose las calles desde las seis de la mañana buscando un lugar donde les ofrezcan trabajo.
Y Encarna, después de contarme su tragedia se va feliz. Confía en Dios, que siempre la cuida. Me pide la bendición y se marcha contenta a su casa, a seguir discutiendo con su hija. Realmente me admira la felicidad de los pobres, envueltos en angustias, pero su mirada sigue brillando. ¿Será por la luz de Belén?