No suelo hacer nunca este ejercicio, pero hoy me voy a permitir el desánimo.
Cuando hace 35 años surgió Proyecto Hombre en España, intentaba dar respuesta a un fenómeno que generaba alarma social: las personas con problemas de adicción a la heroína. Estas personas tenían dos características muy visibles; una era la gran delincuencia que traían asociada a su consumo, y otra la cantidad de enfermedades y muertes generadas a raíz del mismo. Dada la situación, se crearon asociaciones, sobre todo de madres, que reivindicaron respuestas, y a raíz de aquello surgieron entidades como la nuestra que fueron dando, con mayor o menor éxito, respuesta a tanta angustia social.
Muchos años después, aquel movimiento ha desaparecido. Es verdad que las personas que tienen problemas de adicción están invisibilizadas en su mayoría. Y esto, siendo bueno, tiene también consecuencias negativas. Por un lado es bueno porque, al no verse, la sociedad no llega a estigmatizarlas. No las señala, no las rechaza y conviven en sociedad porque no nos damos cuenta de su problema y de que están más cerca de lo que pensamos –incluso la persona tarda en darse cuenta de que tiene un problema–. Sin embargo, al no verse, parece que el problema no existe, con lo que la responsabilidad social que podríamos/deberíamos asumir, no se produce. Y esto es muy malo.
Dar una respuesta personal, haciendo hincapié en que la persona –y como mucho su familia– es la única que entra en los problemas y que, por lo tanto, es la única que puede salir de ellos, es un ejercicio simplista de un fenómeno que también tiene mucho de tribu, de sociedad, de cuestionamiento de la educación, la economía, el bienestar… Sería diferente y daríamos una mejor y más eficaz respuesta si, como sociedad, asumimos que esto de las adicciones es cosa de cada persona que la conforma, y reducimos la demanda y la oferta educando, previniendo, concienciando, estimulando… cuidando, en definitiva, a cada persona que está a nuestro alrededor. Eso sería asumir nuestra parte de responsabilidad en cambiar el mundo. Mario Picchi lo vio así. Avanzamos sin cambiar las raíces de lo que nos define.