El Teatro de la Abadía cumple 25 años, puesto que se inauguró el 14 de febrero de 1995 con Retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte de Valle-Inclán. Su nombre no es casual, dado que ocupa la antigua capilla del colegio Sagrada Familia, que pertenecía al Consejo de Protección de Menores hasta que en 1984 las competencias fueron traspasadas a la Comunidad de Madrid. La revista Arquitectura 39 (1945) recoge planos y fotografías del entonces recién inaugurado edificio diseñado por José María Samper Vega, mientras que sería Juan Ramón Espiga quien se encargase medio siglo después de su remodelación.
Este aniversario no solo sirve para festejar la ingente labor cultural de esta institución, sino para homenajear a su fundador, José Luis Gómez. Así, los actos comenzaron con un encuentro en el que personalidades como Nuria Espert, Antonio Garrigues Walker, Rosario Ruiz Rodgers, Gregorio Marañón o Lluís Homar plantearon los orígenes y evolución de esta fundación teatral. Después ha habido espectáculos, recitales y exposiciones a cargo de Ester Bellver, Amancio Prada, Yolanda Ulloa o Carlos Tuñón, entre otros. Quizá el apogeo haya sido Mio Cid, el monólogo ofrecido por José Luis Gómez.
El trabajo sobre el Cantar del Mio Cid nació para la conmemoración del tricentenario de la RAE, a la que pertenece Gómez. Con ayuda de la pianista Helena Fernández, el actor se sitúa en un escenario vacío, sin efectismos de iluminación y vestido con sobriedad. Apenas se desplaza mientras recita. Puede estar mucho tiempo sin despegar los pies del suelo, y sin embargo no resulta estático. Nos hace ver lo que cuenta con la precisión de los gestos, y su maestría es tal que recuerda a Aristóteles cuando elogia a Homero, predecesor del autor del Cantar, al señalar cómo decía personalmente lo menos posible para introducir, tras un breve preámbulo, a los personajes, siempre caracterizados. Es lo que hace Gómez: como narrador muestra neutralidad que se transforma en el momento en que da voz a multitud de personajes, de niñas a nobles, y al mismo Cid. Tono y volumen varían con firmeza y flexibilidad en torno a un rico muestrario de posibilidades expresivas que diferencian al instante a cualquiera que intervenga. Gómez consigue así superar el principal escollo autoimpuesto: la ininteligibilidad. Auxiliado por la maestra de filólogos Inés Fernández, revive a un juglar que utilizase la pronunciación del castellano original, tan diferente al español contemporáneo. Lo que en otras voces sería un problema, en la suya es una demostración de maestría.