A nuestras familias: ¡gracias! - Alfa y Omega

En estas primeras semanas de 2021 es habitual escuchar: «¡Feliz año nuevo!». Expresión que manifiesta nuestros mejores deseos para el año que acabamos de iniciar. Más allá de las incertidumbres e inquietudes que nos acechan, hay una certeza en nuestras vidas que responde al deseo de nuestro corazón: el deseo de ser feliz, que puede realizarse plenamente acogiendo a quien es el Salvador de nuestras vidas: el Dios-con-nosotros, Jesucristo.

Durante el tiempo de Navidad, los seminaristas han podido compartir esta certeza con sus familias y amigos. Días en que los encuentros han permitido reconocer esa gran verdad que Jesús experimentó creciendo en sabiduría y gracia ante Dios en el seno de una familia. También los seminaristas, en el seno de sus familias, han crecido y han podido reconocer el gran tesoro de la vocación. «La familia es la urdimbre primaria del hombre y marca profundamente su personalidad. Por ello, es importante que las familias acompañen todo el proceso del seminario y del sacerdocio, ya que ayudan a fortalecerlo de modo realista» (Plan de Formación Sacerdotal para los Seminarios Mayores, 429).

Encuentros, comidas, conversaciones que nos permiten reconocer que el don de la vocación es un regalo para toda la familia y es en ella donde fuimos aprendiendo a reconocer el gran don de la vida como fruto del Amor y no como un empeño o decisión personal. Es en familia donde los jóvenes reconocen sus raíces y la sabiduría que la juventud por sí sola no puede alcanzar. Muchos de nuestros abuelos, desde la atalaya de su experiencia, habiendo superado muchos contratiempos, nos han mostrado vitalmente que no merece la pena atesorar tesoros en la tierra, y se han esforzado por hacerse un «tesoro en el cielo». Son la memoria viva de la familia, que nos ayuda a valorar lo esencial y a renunciar a lo transitorio, y estimula la entrega y respuesta cotidiana al Señor de nuestros jóvenes.

Es también en la familia donde aprendemos que la vida es verdaderamente fecunda cuando se entrega y se vive en relación con los demás, cuando se hace de la vida una ofrenda para el otro. Así también nuestros seminaristas han podido compartir en familia tiempo y esperanzas con los más desfavorecidos, ayudando en distintas tareas eclesiales: repartiendo alimentos, compartiendo regalos, acogiendo en su mesa a algunos necesitados… En definitiva, manifestando y celebrando que Dios está con nosotros.