Salvo el ocasionalmente tono ordinario y desafortunado de algunas escenas, su idea manida de chica-conoce-chico (en este orden) en ambiente chic, y su idea derrotista en torno a los vaivenes del amor treintañero —como la renuncia al compromiso de casarse, o el consumo de alcohol y drogas—, el engranaje de la comedia musical romántica A medianoche funciona perfectamente gracias a una efectista y sobria puesta en escena, un uso inteligente del espacio musical y escénico —puro minimalismo pero con el que se consiguen crear ambientes muy notables—, la interacción permanente con el público —en un acierto de romper la cuarta pared— y las magníficas interpretaciones de sus dos únicos actores.
A medianoche, ambientada en Edimburgo, cuenta la historia de los jóvenes Bob (Iñaki Font) y Helena (Lisi Linder). Ambos rozan los 35 años y sienten que sus deseos no se han cumplido, como preludiaba la magnífica La herida del tiempo (John Boynton Priestley, 1937). Un viernes por la noche, Helena, joven abogada de carrera con una terrible necesidad de encontrar una relación amorosa fija, después de haber sido plantada, echa un vistazo a su alrededor, en un pub selecto, y ve a Bob, un desgarbado cantante callejero, un antihéroe, que sobrevive con negocios poco recomendables. Helena se acerca a él y le propone una sonada borrachera con un intenso final sexual. La mañana siguiente cada uno vuelve a su personal lucha con la vida, pero la magia de la noche de San Juan hará que se vuelvan a encontrar y, juntos, vivirán el más surrealista, divertido y poético fin de semana de su vida: «The change is posible».
A medianoche resulta una historia sentimental muy bien armada, fresca, divertida, ágil –que afortunadamente ha hecho uso de todas las elipsis posibles para no caer en lo farragoso y explícito del argumento–, en la que sus protagonistas emplean más tiempo en la narración de los hechos que van a producirse que en sus propias acciones, en el mejor estilo que podrían desarrollar los simpáticos monologuistas del momento hasta lograr la comunicación con el público. Un desarrollo argumental donde son muy importantes las referencias horarias o la autodescripción crítica y milimétrica de cada personaje.
Esta idea resulta bastante práctica e inteligente, pues pone en aviso al espectador para que no pierda el hilo de cuanto acontece en la escena en cualquier momento del espectáculo, lo cual supone el mayor atractivo de la obra. Y con un añadido, también especialísimo e interesantísimo, al argumentar la historia de amor con canciones, guitarras y música en directo. En este sentido, A medianoche recuerda, concretamente, al estilo del espléndido musical Once (John Carney, 2007), que obtuvo el premio Oscar a la mejor canción original (Falling Slowly). Y es que si a menudo el cine se adentra dentro del cine para contar otras historias, como se hiciera en Cantando bajo la lluvia (Stanley Donen, 1952), A medianoche despliega buena parte de su historia introduciendo referencias cinematográficas al texto teatral que le otorgan nuevas y valiosas dosis de ingenio para que el conjunto argumental y los diálogos de los personajes no resulten planos.
Otra de las virtudes de A medianoche es la cantidad de nuevos personajes que interpretan esta espléndida pareja de actores para dar consistencia a la comedia, que comparte similitudes interpretativas con Las sillas (Eugene Ionesco, 1952), bien sean de la historia que se cuenta, bien sea a través de otras voces actuales sin que por ello se desenfoque o pervierta el tono del musical.
Ahora que la grandeza de esta propuesta romántica reside –además de en su ambientación para crear efectos nuevos en la escena, muy conseguidos, de verdadera autenticidad y encajados oportunamente, principalmente sobre la proyección de suaves imágenes en el foro– en la potencia interpretativa que derrochan sus protagonistas, que además cantan y tocan la guitarra que es una delicia. Iñaki Font, alto y delgado, le imprime una personalidad arrolladoramente cómica con la que empatiza de inmediato el espectador, que termina riendo con él. Por su parte, la atractiva Lisi Linder, que también echa toda la carne en el asador, realiza una de sus mejores e intensas interpretaciones, lo cual ha facilitado que el desparpajo y la química ente ambos actores sea absoluta. La pareja de intérpretes, durante los 90 minutos que dura A medianoche, mantiene un nivelón de vocalización, proyección e intensidad en sus diálogos que robustece su calidad de actores, especialmente en la espontaneidad con que afrontan los temas musicales.
La feliz resolución de la comedia se debe a David Geig y las canciones a Gordon McIntyre, compositor y guitarrista del grupo indie-folk Edimburgo Ballboy. Por ello, ambos son los responsables de la historia que ha dirigido con sabiduría narrativa Roberto Romei al describir, no sólo una historia de amor, sino de dotarle de un aire nuevo en la escena española, reinventando el modo de atraer al espectador para resultar original, lo cual deja A medianoche en muy buen lugar, por encima de otras versiones teatrales sobre el asunto como en Anda que no te quiero.
★★★☆☆
Teatro Alfil
Calle Pez, 10
Noviciado, Callao, Tribunal
OBRA FINALIZADA