A Antonio Gómez Cantero, obispo de Almería - Alfa y Omega

Querido don Antonio:

En Almería estamos acostumbrados a que vengan hombres del norte de España a vivir entre nosotros. Normalmente nos ha ido bien con ellos y siempre han aportado algo a nuestro progreso y bienestar. Tengo entendido que usted es de Santander, nombre que cuando tenía 12 años me resultaba digno de admiración. Cuando cada martes iba a recoger el periódico Deportes, lo primero que miraba era el resultado del Racing de Santander el domingo anterior. Siempre ganaba, marchaba en Segunda División líder destacado. A larga distancia le seguía el Éibar.

En 1967 estuve en Santander conduciendo mi coche, acompañado de tres amigos. Bajamos de la Meseta por el Puerto de El Escudo y paramos en Ontaneda. Eran las dos de la tarde y pedí una cerveza. La pusieron acompañada de un platillo de calamares que estaban muy ricos. Guardé la mitad para mis compañeros que habían permanecido en el coche. Enseguida decidieron bajar y comer allí mismo.

Luego dijimos de visitar la Cueva de Altamira, pero había una cola muy larga para entrar. Decidimos seguir. Llegados a Santander nos vimos apurados para encontrar alojamiento. Era verano y había muchos visitantes.

El faro de Santander lo van a poner más alto, para que alumbre a la bahía y no se pierdan los barcos. Santander, qué bello es. En tres meses que llevamos y no para de llover. Santander bella tierruca, hurra Santander.

Así cantaba cuando era joven. Ahora ha llegado usted a una tierra en la que apenas llueve. Donde los campos escasean de árboles. En la que tenemos varios ríos, pero sin agua. Río Andarax, río Almanzora, río Jauto, río de Antas, río de Adra. Pero el agua no la vemos, solo un lecho de arena.

Un día se pone a llover y son tres días lloviendo. Los ríos aparecen llenos de agua. Se vuelven furiosos, incontenibles, y se llevan al mar puentes de hierro que adornaban la carretera nacional 340. Pasan 25 años y la función se repite. Entonces las fuentes aumentan su caudal, las acequias se prolongan, la riqueza y abundancia surgen en nuestros campos. Así vivimos en Almería.

Tratamos bien a los forasteros, y muchos de ellos que vinieron llorando por llegar a una tierra tan olvidada, se quedan con nosotros para no marchar jamás. Les gusta nuestro trato, clima y playas. Cuesta trabajo salir de ese olvido, pero lo vamos logrando.

Lo que hizo aquel equipo de Santander en 1949, lo está haciendo ahora el Almería. El desierto de Roquetas y Dalías lo hemos convertido en una huerta que abastece a Europa. Hasta tenemos universidad que nos da alas para volar.

Uno de nuestros hombres nacido en Macael ha sacado de la nada una empresa que da trabajo a miles de familias repartidas por los cinco continentes. Se llama Martínez-Cosentino.

Don Antonio, ha llegado usted a su casa. Sea bienvenido.

Diego Alonso Berbel

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