Expertos y columnistas siguen debatiendo acerca de las consecuencias de la drástica decisión que tomaron los británicos al optar por salir de la Unión Europea (UE), mientras la primera ministra, Theresa May, deshoja la margarita acerca de cuándo y cómo poner en marcha el mecanismo previsto para comenzar la desconexión de su país con Bruselas. Hay, sin embargo, una persona en Londres que no tiene tiempo para disquisiciones. Se trata de Mark Carney, gobernador del Banco de Inglaterra. De sus decisiones depende no solo la fortaleza de la libra esterlina, sino también evitar que el Reino Unido entre en recesión. O, por lo menos, que esta no sea profunda y prolongada.
De momento, Carney ha optado por medidas de estímulo, plasmadas en unos tipos de interés en mínimos históricos. Insuficiente para unos críticos que no le perdonan que tomase partido por permanecer en la UE. Otros siguen sin admitir que sea el primer no británico en mandar en Threadneedle Street. Carney, de 51 años, que también preside el Comité de Estabilidad Financiera del G20, es un canadiense diplomado de Harvard y Oxford que se curtió en Goldman Sachs antes de servir a su país como secretario de Estado y gobernador de su banco central.
Tamaña trayectoria no le ha hecho desistir de lo que considera su principal baza: una fe católica que le inculcaron sus padres y que consolidó en el colegio San Francisco Javier de Edmonton. Cuando ya había alcanzado las cimas profesionales y vivía en Ottawa, su casa estaba en la misma calle que el convento de las Hermanas de la Caridad, una forma de no perder el sentido de la realidad, sobre todo la de los más humildes, a los que sirve en su condición de caballero de Malta.
En la capital británica, acude a Misa a la iglesia de Santa María de Hampstead. Y cuando su agenda se lo permite, pronuncia discursos que muestran su sintonía con las advertencias del Papa Francisco. Por ejemplo, en 2014: «De la misma forma que una revolución devora a sus hijos, el fundamentalismo de mercado puede devorar el capital social decisivo para que el propio capitalismo sea dinámico a largo plazo». Palabras que igual chirrían en los oídos de algunos operadores de la City, pero ayudaron a convertirle, al año siguiente, en el «católico más influyente del Reino Unido», según el semanario católico The Tablet.