Antonio R. Rubio Plo: «La insensibilidad nos lleva a un predominio de lo vulgar»
Escritor y docente, y también colaborador de Alfa y Omega, el autor propone en las páginas de su último libro, Retorno a la belleza, recientemente publicado por PPC, contemplar dicha belleza, volver a ella, a través de grandes momentos de la cultura occidental representados en obras artísticas, películas, música y literatura.
—¿Cómo definiría lo que entiende usted por «belleza»?
—Para mí la belleza es todo aquello que trasciende a las propias cosas, que va más allá de lo externo y es capaz de suscitar asombro. Por eso, la belleza puede consistir en una sensación que nos lleva a momentos en los que somos capaces de percibir la esencia de las cosas. La belleza es fuente de sosiego, de paz y de contemplación. Pero la belleza no pasa por un estado letárgico, que hoy algunos llaman desconexión. Como bien dice David Cerdá, prologuista del libro, gozar de lo bello demanda conocimiento.
—¿Y por qué utiliza el verbo «retornar»? ¿La hemos abandonado?
—No todos la han abandonado, pero la pérdida de la empatía y de la compasión en nuestra sociedad competitiva e individualista ha contribuido a la falta de la sensibilidad que permite apreciar la belleza. Al despreciar el conocimiento y considerarlo como una mera acumulación de datos, que la tecnología puede suplir, nos hemos ido alejando de la belleza y hemos caído en una insensibilidad que nos lleva sin darnos cuenta a un predominio de lo feo y lo vulgar.
—En esta obra recorre grandes momentos de la cultura: arte, música, literatura, cine… hitos de la belleza a lo largo del tiempo. ¿Cuál ha sido su criterio a la hora de pararse en determinadas obras?
—Hay que tener en cuenta que no he empleado la expresión «grandes obras» sino «grandes momentos». He buscado un denominador común: los creadores han puesto su sello personal y no pueden desvincular las obras de sus propias vidas. Tres ejemplos del libro: Jane Austen en Persuasión sabe unir sensibilidad y humanidad en el retrato de su ambiente social; Jean François Millet en El Ángelus recupera los recuerdos de su infancia para fundir plegaria o naturaleza; Charles Chaplin en The Kid, película de corte autobiográfico, sabe encontrar un sentido a la vida en el amor y la complicidad con un niño abandonado.
—Usted asegura que vivimos en la actualidad una «crisis de atención» y que uno de los retos educativos es reavivar la sensibilidad estética. ¿Por qué cree que vivimos esa crisis y cómo proponer educativamente dicha vuelta a la sensibilidad artística?
—Probablemente provenga del desprecio por el conocimiento, pues su retención se considera algo inútil. Esto favorece la ilusión de que la IA puede dar respuestas a todo. Pero a los conocimientos hay que darles un toque de humanidad. Si un profesor no es humano, cercano, nunca podrá despertar sensibilidad entre sus alumnos. Todo gran artista está dotado de una sensibilidad que va más allá de su obra. Lo vemos en el capítulo que dedico a El retablo de Maese Pedro de Manuel de Falla, a quien su colega Stravinski encuentra jugando en la oscuridad con las marionetas de su obra.
—¿Qué papel puede desempeñar la belleza (o el asombro) en el aula frente a otros métodos más racionales? ¿Por qué es necesario para la vida contemplar la belleza?
—Despertar el asombro, que es una puerta a la belleza, es la tarea de aquel profesor que no separa sus propias experiencias de su labor educativa y aspira a transmitirlas a sus alumnos. En el libro se menciona el caso de un famoso escritor francés que escribía bajo seudónimo y ocultaba su identidad a sus alumnos de historia en un liceo de París. Descubierto por uno de ellos que le solicitó un autógrafo, reaccionó airadamente. Fue, sin duda, un escritor de innovación literaria, aunque no un maestro de humanidad.
—En su experiencia como docente durante décadas, ¿ha encontrado estudiantes a quienes entusiasmar con la belleza?
—Hoy suele decirse que a los alumnos solo les preocupan una serie de temas muy concretos y que es muy difícil captar su atención. Pero es importante despertar en ellos la capacidad de saber relacionar. Con el detalle de una fotografía, la secuencia de una película o la audición atenta de unas notas musicales, he conseguido que se hagan preguntas y quieran ir más allá. Me han gustado siempre los detectives clásicos, y yo diría que hay que saber combinar a Sherlock Holmes, y todos sus conocimientos deductivos, con el padre Brown, que siempre tiene en cuenta el factor humano. Buscando la verdad se puede llegar a descubrir la belleza, pero la verdadera belleza pasa por el descubrimiento de la dignidad del ser humano.
—¿Cree que las reformas educativas actuales favorecen o dificultan este retorno a la belleza?
—Las reformas educativas siempre serán bienvenidas si saben despertar la sensibilidad del alumno. Pero más allá de la letra de la ley, está el profesor para desplegar su toque personal, para arrojar en su aula la semilla que un día u otro tendrá que fructificar, El retorno a la belleza es, ante todo, una labor personal de aquellos que han sabido alimentarse y quieren ahora transmitir ese alimento a otros. Y para intentar transmitirlo, hay que ser rico en humanidad.
—¿Esta vuelta a la belleza conlleva necesariamente una apertura a lo sobrenatural o a lo divino?
—La belleza encierra siempre un misterio, es una apertura a la trascendencia, y nos revela que hay siempre algo más grande que nosotros mismos. Se puede decir con una cita del Antiguo Testamento: «A partir de la grandeza y la hermosura de las criaturas se puede contemplar por analogía a su Creador» (Sab 13, 5).
—¿Cómo entiende la relación entre belleza, verdad y bondad?
—Se atribuye a Platón el que la belleza es el esplendor de la verdad. Pero una verdad sin belleza puede volverse dura, fría y humillante. Resulta una estética vacía. La belleza de La Piedad de Miguel Ángel, presentada en el primer capítulo, se percibe en los ojos de una Madre buena que mira a su Hijo con misericordia.
—¿La belleza es subjetiva?
—Hay quien piensa que es una mera cuestión de gustos. Pero como afirmaba C. S. Lewis decir que una cosa es bella es hacer una afirmación acerca de ella, y no solo expresar un sentimiento. En el concierto para clarinete y orquesta de Mozart, abordado en el libro, el propio compositor alaba «el tono cálido y hermoso» del instrumento en su obra. Más de dos siglos después, muchos oyentes seguimos compartiendo esa opinión.
—Si tuviera que recomendar una obra artística como iniciación en el camino hacia la relación con lo bello, ¿cuál escogería y por qué?
—Mencionaré una del libro: la serie de lienzos de Claude Monet dedicada a los nenúfares. La historia que narro no es solo la descripción de unas técnicas artísticas, pues es también la historia de la amistad entre el pintor y el político Georges Clemenceau. Gracias a esa amistad podemos hoy contemplar esos lienzos en el Museo de la Orangerie de París.