La desmemoria - Alfa y Omega

La desmemoria

Un millón de palestinos —350.000 niños— siguen en la ciudad de Gaza a merced de las bombas. Se llame como quieran, la aniquilación de una región con sus habitantes dentro tiene muy poco de aprendizaje. Y siempre pierden los mismos, aquellos que nunca podrán saber cómo se cuenta su propia historia

Sandra Várez
Grupo de niños gazatíes que muestran algunos de los carteles lanzados por el Ejército israelí instándolos a marcharse a Al-Mawasi, al sur de la Franja
Foto: AFP / Omar Al Qattaa.

«Querida Kitty: después de la guerra se hará una recolección de diarios y cartas […] y por supuesto todos se abalanzarán sobre mi diario…». Era el 29 de marzo de 1944 cuando Ana Frank, desde su escondite en la Casa de Atrás fantaseaba sobre lo que ocurriría cuando alguien encontrara el contenido de sus cartas. «Resultará cómico leer cómo hemos vivido, comido y hablado ocho judíos escondidos: el miedo que tenemos las mujeres cuando hay bombardeos, la gente que hace cola para comprar verdura […]. El ambiente de la población no puede ser bueno; todo el mundo tiene hambre», le decía a su imaginaria amiga.

Su muerte en el campo de concentración de Bergen-Belsen truncó cualquier posibilidad de ver las reacciones de aquellos que encontraran sus memorias. Pero estas, en poco tiempo, se convirtieron en el testimonio de referencia para conocer lo que tantos niños judíos como ella vivieron en primera persona: el exterminio de su pueblo. Al releerlas, me pregunto si algún día los niños gazatíes tendrán la oportunidad de contar su propia historia. O de que se conozca sin que se la apropien los demás. Porque el relato sobre su drama está emborronado por esa mezquina costumbre de llenarlo todo de ideología. Así ha ocurrido esta semana en España con el boicot a la Vuelta Ciclista a España. 

Y, mientras, un millón de palestinos —350.000 niños— siguen en la ciudad de Gaza a merced de las bombas. En la foto, un grupo de ellos muestran algunos de los carteles lanzados por el Ejército israelí instándolos a marcharse a Al-Mawasi, al sur de la Franja. Una zona donde apenas existen los medios básicos para sobrevivir —no hay hospitales ni infraestructuras; ni agua, alimentos o electricidad; tampoco educación— y que se encuentra ya abarrotado de desplazados. A pesar del riesgo que corren, muchos se niegan a la evacuación; y de las 68.000 personas que ya la habían hecho, 20.000 han decidido regresar al descubrir que no tienen las condiciones de vida más fundamentales. 

Quien tampoco se marcha es Cáritas Jerusalén, como confirmaba días atrás su director a Alfa y Omega. No quieren dejar desasistidas a aquellas familias y a esos niños que, si alcanzan a soñar, es con comida o con morirse para encontrarla en el cielo. En los más de 700 días de guerra ya van 65.000 muertos, el 75 % de ellos mujeres y niños; aunque esta semana la relatora de la ONU en la zona ha apuntado a la horrible posibilidad de que sean diez veces más, con una cifra de muertos menores de 5 años que podría ascender a 380.000. 

En una de sus reflexiones, Ana le hablaba a Kitty de la importancia de aprender de la historia: «Lo que se ha hecho no se puede deshacer, pero se puede evitar que ocurra de nuevo». Hay quien, en la indignación por la masacre de hoy se atreve a negar aquella; o quien, por aquella, justifica cualquier atrocidad de esta. Se llame como lo quieran llamar, la aniquilación de una región con sus habitantes dentro tiene mucho de desmemoria y muy poco de aprendizaje. Y siempre pierden los mismos, aquellos que nunca podrán conocer cómo se cuenta su propia historia.